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jueves, mayo 09, 2024

Cementerio General de Camagüey

El origen del Cementerio General de Camagüey está muy ligado a la Parroquia del Cristo del Buen Viaje, aunque popularmente se le conoce sólo como la Iglesia del Cristo.

El Cementerio General de Camagüey, el más antiguo en funcionamiento en Cuba, fue fundado el 3 de mayo de 1814, en lo que entonces se consideraba la periferia de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe; y hoy forma parte de una ciudad, Monumento Nacional y Patrimonio Cultural de la Humanidad.

La Master en Conservación y Rehabilitación del Patrimonio Construido, Arquitecta Adela García Yero, ha dedicado parte de su obra a la investigación histórica del Cementerio General de Camagüey.

«Como caso particular, no posee declaratoria de Monumento Nacional, y eso, por supuesto, repercute negativamente en la conservación, pues en el enfrentamiento  cementerio-ciudad, siempre hay otras prioridades  que lo relegan a un segundo plano de un largo alcance; pero, valores tiene muchos, incluso algunos que lo  distinguen entre el resto de los cementerios patrimoniales de Cuba».

Su origen está muy ligado a la Parroquia del Cristo del Buen Viaje, aunque popularmente se le conoce sólo como la Iglesia del  Cristo, erigida en  el año de 1792, como auxiliar de la Parroquial Mayor de la Soledad.

En el  siglo XVIII, y antes también, los enterramientos se realizaban en el interior de las iglesias o en lugares aledaños a esos templos; razón por la que en 1790, comienzan las  gestiones para la construcción de un Cementerio Público en Puerto Príncipe; empeño que no se logra en esa época.

En  1805 el asunto es retomado, y llevado al Cabildo Capitular, que, finalmente  el  15 de  septiembre de 1812 define  el proyecto del Cementerio  de la Villa, luego de un dilatado proceso de aprobación y construcción que duró 24 años.

Las gestiones para la creación de la necrópolis se inician en 1790, cuando el Síndico Procurador General, José de Villavicencio Varona, eleva la solicitud al Ayuntamiento y al Cabildo «para evitar las pestes y otros inconvenientes que resultan de que se hagan enterramientos de los difuntos en las iglesias…»

En la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, los enterramientos se realizaban en la iglesia de La Merced, que aún conserva sus catacumbas, en la Parroquial Mayor, en el Convento de San Juan de Dios, en las iglesias de La Soledad y la Santa Ana, y en muchos otros lugares.

El 19 de abril de 1803 se retoman las gestiones, esta vez por parte del Alcalde ordinario Don Diego del Castillo: » … es preciso activar los trabajos para la solución del camposanto de la ciudad, teniendo en cuenta la limpieza de las iglesias, y además, las normas de la decencia y el cumplimiento de las Reales Cédulas», y aunque  parece que avanzan los trámites, el proceso se detiene otra vez, hasta mayo de 1811, y dos  años  después  se inicia la construcción.

Así fue bendecido y  abierto al público el 3 de mayo de 1814; y desde entonces lo acompañan las leyendas.

De los inicios

Según la tradición, el primer enterramiento fue el del propio Alcalde Don Diego del Castillo, el 13 de diciembre de 1813, aún sin estar abierto; pero cuando comenzó a prestar servicios, el primer suceso que recuerda su  historia fue el enterramiento del moreno libre Sebastián de la Cruz, el día 4 de mayo de 1814, en el que ofició como capellán Don Francisco de Zayas, perteneciente al hospital de San Juan de Dios.

El Cementerio General de Camagüey, surgió, prácticamente, en el patio de una iglesia, y las tumbas más antiguas, las del primer tramo, corresponden a la tipología de panteones adosados a paredes, lo mismo a las de  la iglesia, como las que marcan el límite de los terrenos

«De por sí, ya esto es una particularidad, es decir, no es la construcción de un nuevo cementerio, sino la adecuación  de un cementerio de parroquia para asumir la función de un cementerio de ciudad, y esto hace que tenga como singularidad que la iglesia sea la antesala del Cementerio General, y ese propio nombre, -comenta la Msc. García  Yero- también rompe con la dependencia  de la Iglesia Católica.

«No es un cementerio que responde a un santo patrón, sino al título de la ciudad; incluso, eso formó  parte de los conflictos Iglesia-Ayuntamiento, hasta que se da un voto consultivo en el cual al Ayuntamiento le corresponde lo que es civil, y a la Iglesia lo que es del alma».
                      
El Cementerio General de Camagüey, atesora un rico patrimonio arquitectónico, que mezcla estilos y llega hasta la modernidad, reflejado  en las  más de 10 mil  construcciones funerarias, y cada una guarda un recuerdo, tiene una historia que contar.

Historias para contar

La arquitecta Adela García, estudiosa de estos temas, refiere que «con el cementerio  sucede lo que con la ciudad: va asimilando  el desarrollo evolutivo de los estilos por épocas, e incluso, cuando se recomienda un paseo por una ciudad y no hay mucho tiempo, se visita el cementerio porque da también la imagen constructiva de la ciudad, y Camagüey no escapa a eso.»

«El Cementerio crece tres veces en el propio Siglo XIX, y por supuesto en cada una de las ampliaciones prima el gusto constructivo de la época:  con el Neoclásico llegan  los frontones, las  columnas y las  pilastras adosadas y  varios niveles en las construcciones.

» A fines del Siglo XIX y principios del  XX, el eclecticismo deja su impronta, y de ahí surgen la serie de capillas que adornan  la llamada Calle de Los Ángeles; luego, el Art decó  comienza a penetrar y se convierte en un estilo muy comercial con predominio de la geometricidad, y el uso del  granito, el crucifijo y el empleo de lámparas.»

Después llega el caos: «ha habido un descuido desde el punto de vista formal figurativo en el planteamiento del monumento funerario. Ha faltado  una mano que guíe los diseños y su aprobación, y también la carestía de materiales  han provocado la merma del gusto sobrio que debe imperar en un cementerio. La carencia de espacio, en una ciudad que crece, por supuesto que impone soluciones prácticas, casi siempre alejadas de lo estético, aunque de ello se salvan honrosas  excepciones como el Panteón de los Caídos por la Defensa.»

Pero el Cementerio General de Camagüey también puede contar su historia por los epitafios,  algunos curiosos, otros de leyenda, singulares, de corte religioso, varios patrióticos, y hasta humorísticos.

Ocupa lugar destacado el epitafio de Dolores Rondón, rodeado de la leyenda centenaria que marca  las tradiciones de la comarca, y es el más popular y conocido:

                                     Aquí Dolores Rondón
                                     finalizó carrera,
                                     ven mortal y considera
                                     las grandezas cuáles son
                                     el orgullo y presunción,
                                     la opulencia y el poder,
                                     todo llega a fenecer,
                                     pues sólo se inmortaliza
                                     el mal que se economiza,
                                     y el bien que se puede hacer.

De los primeros años de  historia del cementerio, son los epitafios caracterizados por el sentido religioso, y los que refieren las relaciones filiales.  Así, puede leerse en la bóveda de El Lugareño: «Como una triste y funeral plegaria, bendita por el llanto de mis ojos, esta tumba le ofrezco, solitaria, ¡Hija del corazón!, ¡A tus despojos!»Sobresalen otros epitafios de carácter patriótico, como el dedicado a Joaquín de Agüero y Agüero, con el  tributo al héroe:
       
                                    «Víctima infausta de un amor sincero,
                                    Sentido por el hombre y por la gloria
                                    Yace aquí el adalid Joaquín de Agüero.
                                    Su vida guarda la cubana historia,
                                    Su muerte llora el Camagüey entero.»

Más cercanos en el tiempo, también otros epitafios marcan la historia del Cementerio General de Camagüey, pues la tradición no  desaparece.  Así se cuentan, entre otros, las curiosas inscripciones sobre la tumba del trovador Miguel Escalona: «Te debemos un trozo de vida empapado en alcohol». O la frase que acompaña los restos del pelotero Miguel Caldés: «Los buenos nunca dicen adiós». Y  el epitafio de José Luis Moreno, conocido como El Diablo Moreno, corredor de motos: «Tu vida transcurrió veloz como tu moto y la entregaste al traspasar la meta de la gloria.»

Cementerio singular

La historia del Cementerio General de Camagüey registra singularidades que lo distinguen del resto de los sitios funerarios del país.

Un hecho insólito sucedió en 1873: el intento de quema, en uno de los muros del tercer tramo,  del cadáver de Ignacio Agramonte: «Ese  es un hecho único en Cuba y rompe la tradición hasta ahora aceptada de que su cuerpo fue incinerado en  la Plaza de San Juan de Dios y sus cenizas esparcidas al viento.

«La investigación plantea que el cadáver se quema en un terreno correspondiente al recién inaugurado tercer tramo del Cementerio, lugar del que se levantan las llamas y son observadas por un niño, encaramado en un árbol.

«Cierta o no esta versión, el cadáver fue sólo chamusqueado, no pudo haber quema total, pues eso implica muchas horas, gran cantidad de combustible; y además, la urgencia y la premura de los españoles por  no dejar rastros del  patriota hacen que los restos a medio quemar  se lancen a una fosa común, de la cual no se tiene evidencia alguna».

En el sitio que se realizó la parcial incineración del cadáver de el Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz se colocó, para guardar su memoria un Acta Capitular del Centro de Veteranos y del Ayuntamiento de Camagüey; y la Logia Masónica erige, en 1941,  con todo el simbolismo posible, un Panteón a la manera de cenotafio, es decir, un lugar donde se recogen las cenizas, -que nunca estuvieron- y que por eso está vacío, para recordar la memoria de Ignacio Agramonte, el Héroe epónimo del Camagüey.

El Cementerio General de Camagüey, posee  características y particularidades que lo distinguen del resto de los cementerios patrimoniales del país: es el más antiguo de Cuba en uso todavía;  mantiene los servicios necrológicos; y  está  localizado en la principal vía de acceso a la ciudad: la  Carretera Central, de interés nacional.

Es un museo a cielo abierto, dotado de un bagaje escultórico y monumental que hacen de él el espacio más decorado de la ciudad, con una iconografía peculiar, vinculada indisolublemente al ritual de la muerte y lo desconocido, y por eso, es   diferente al resto de los museos tradicionales que  los mortales  conocen.

El Cementerio General de Camagüey, integrado a la  historia de la legendaria Villa de Santa María del Puerto del Príncipe,  también necesita de la salvaguarda y la protección, en una  ciudad declarada Monumento Nacional y devenida  Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Autor: Miozotis Fabelo Pinares / Corresponsal de Radio Rebelde

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Casino Campestre

Corazón verde de la ciudad, sitio de recuerdos y expansión, se dice que el Parque «Gonzalo de Quesada» –popularmente Casino Campestre– es el más grande incluido dentro de una ciudad, en toda Cuba.Reúne en su interior frondosos árboles y hermosos ejemplos de la estatuaria.

Uno de ellos es el conmemorativo del Vuelo Sevilla-Camagüey (en los récords oficiales españoles Sevilla-La Habana), protagonizado en 1933 por los aviadores Mariano Barberán y Joaquín Collar, una de las hazañas de las alas hispanas. El moderno hotel Cuatro Vientos, en la Playa Santa Lucía de Cuba, ostenta ese nombre en recordación al sesquiplano en que se efectuó el raid.

En el área del Casino se encuentra la Ciudad Deportiva, que incluye el Palacio de los Deportes «Rafael Fortún», pistas de atletismo, campo de fútbol y el estadio beisbolero «Cándido González»; y es también antesala obligada para llegar a la Plaza de la Revolución.

Monumentos: Salvador Cisneros Betancourt (1928 ; escultor : A. Dazzi, Roma), Libertador Desconocido (1929), Manuel Ramón Silva (1921), Barberán y Collar (1941), Luis Manuel de Varona (1955), Gonzalo de Quesada (1926).

Otras: Ceiba de la Libertad (1902).Glorieta y gruta (1924).Árbol de la Amistad (1997). Majagua sembrada el 3 de agosto de 1997 por los delegados al XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Visitaron la provincia 131 jóvenes, procedentes de Francia, Panamá, Belarús, Malawi, Cabo Verde, Guinea Bissau y Cuba

Sitios de interés cercanos

Palacio de los Matrimonios  (1980), antigua residencia (1907) de Ignacio Ernesto Agramonte y Simoni, hijo del Mayor. Edificio ecléctico con influencias coloniales y fachada art deco.

Instituto de Segunda Enseñanza (1928): luchas estudiantiles.

Parque Enrique José Varona: busto (1933).

Estadio Cándido González (1965). Antigua Villa Deportiva (radicó, desde 1927 hasta 1961, la Escuela Normal para Maestros): luchas estudiantiles. Edificación del siglo XIX en proceso de adaptación para sede del Gobierno en la provincia.

Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz  (1989). El Papa Juan Pablo II ofició allí la Santa Misa el 23 de enero de 1998.

Autor Héctor Juárez Figueredo

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Edificio de Casa de la Trova

Esta antigua casona colonial abriga la Casa de la Trova Patricio Ballagas, nombrada así en recordación de un destacado trovador camagüeyano de las primeras décadas del siglo XX.

Conjuntos y solistas deleitan a los asistentes con la música tradicional cubana en las actividades diurnas y nocturnas. La Casa cuenta con un bar, donde se pueden saborear las bebidas y cócteles del país. En una pequeña tienda pueden adquirirse diversos souvenirs.

El lugar tiene su historia. En la primitiva vivienda habitó el capitán don Lucas Guerra de Figueroa, que cayó luchando heroicamente contra los piratas que atacaron la villa en 1679. El inmueble actual data del siglo XVIII.

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Camagüey como Patrimonio Cultural de la Humanidad

La ciudad de Camagüey puede contarle su historia a cada paso, a través de sus propios habitantes, de sus callejuelas, plazas, iglesias…de todo su patrimonio. No hacen falta muchas palabras.El sólo hecho del encuentro, ya comenzará un relato que tiene sus orígenes en el lejano siglo XVI, cuando la Villa Principeña era sólo un proyecto.

Una parte importante del Centro Histórico de la añosa localidad, incorporada como Patrimonio Cultural de la Humanidad, está avalada ante la UNESCO por un expediente técnico compilador de varios documentos, piedras angulares que sustentan las condiciones del patrimonio a distinguir.

La zona, ascendente a 54 hectáreas, incluye 2843 inmuebles donde habitan 8180 personas. Precisamente esa parte antigua, la más importante, incluye las plazas que marcaron su origen: La de San Juan de Dios, del Carmen, de los Trabajadores y de la Soledad. En su conjunto, la superficie posee 12 plazuelas y plazas, y seis Iglesias.

A pie por Camagüey

Si usted visita a Camagüey, puede decidirse a la hora de seleccionar hospedaje por el Gran Hotel que en tiempos de su construcción, a principios del pasado siglo XX, era el edificio mas elevado de la muy antigua villa de Santa María del Puerto del Príncipe, fundada en el año 1514.

Situado en la populosa calle de Maceo, entre General Gómez e Ignacio Agramonte, tiene el gran privilegio de estar muy cerca de los tesoros arquitectónicos y patrimoniales más queridos por los lugareños, de los cuales quizás usted podría tener conocimiento y desearía conocer de cerca. Entre ellos, en primer orden, la Plaza de San Juan de Dios, ejemplo de sobria belleza e historia atesorada.

Acompañado por un mapa o – la opción más probable- por la amable indicación de cualquier camagüeyano, bajará por la propia calle de Maceo hasta desembocar en la plaza del mismo nombre. Continuará entonces por Independencia y llegará al hermoso parque Ignacio Agramonte, donde quizás se siente en uno de sus confortables bancos para – después- continuar camino Cisneros abajo, hasta la calle del Ángel, que lo conducirá hasta una de las entradas de acceso a la Plaza de San Juan de Dios, Monumento Nacional.

Desde el corazón principeño

No le será difícil buscar información. Todos los residentes y trabajadores de unidades y servicios cercano, conocen que ese sitio es venerado puesto que – entre tantos pasajes significativos en su devenir – se encuentra el hecho de que en uno de los pasillos del hospital aledaño, fue expuesto el cadáver del indómito Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, herido mortalmente el 11 de Mayo de 1873, cuando combatía en los Potreros de Jimaguayú a los colonialistas españoles.

Una vez allí,  podrá reconocer el adoquinado sitio, que conserva con homogeneidad en su entorno, los elementos más representativos de la arquitectura colonial del siglo XVIII, ya que su surgimiento se remonta hacia el año 1728.

La extensa área está limitada por la antigua Iglesia de San Juan de Dios, bella por su sobriedad y armonía, allí es significativa la presencia en el Altar Mayor de la imagen de la Santísima Trinidad, en madera preciosa, obra que data de 1792, con representación antropomórfica del Espíritu Santo, una de las dos que existen en Hispanoamérica. Al lado, el antiguo Hospital del mismo nombre – actual Dirección Provincial de Patrimonio- también ocupa todo un lado del extenso cuadrilátero que constituye la plaza.

Esa planicie, enmarcada por vetustas construcciones y carente de arboledas para mitigar los rayos del sol, está situada muy cerca de las márgenes del río Hatibonico, un perímetro ocupado en la época de su surgimiento por una población de escasos recursos económicos.

Este recorrido por la legendaria comarca de pastores y sombreros, como la calificó el Poeta Nacional Nicolás Guillén, Hijo Distinguido de ella, le permitirá incorporar a su universo intelectual y perceptivo, un segmento donde la contemporaneidad respira y se alimenta constantemente de un pasado que renuncia a ser obviado, que se respeta y preserva para las futuras generaciones.

Autor: Yolanda Ferrera Sosa / Radio Cadena Agramonte

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Camagüey en sus rejas

Durante los primeros años del siglo XX, la otrora villa, nombrada oficialmente Camagüey en 1903, como el resto de las ciudades cubanas, se dispone a dialogar con los patrones culturales que legitimarán a la naciente burguesía republicana.

Sin embargo, Camagüey, con un fuerte arraigo y tradición local, se insertará en el nuevo acontecer como continuidad de su quehacer, un panorama en el que la herrería, aunque elemento sutil dentro del conjunto arquitectónico y urbano, se revela como uno de los más distinguidos testimonios para confirmar que la ciudad, en sus detalles, refleja aquellos factores que definen históricamente el contexto local.

Durante los primeros treinta años del siglo xx, factores endógenos como la paulatina recuperación y desarrollo urbano, con clímax en la consolidación y surgimiento de repartos en las zonas que bordean la vieja ciudad, exigen a los habitantes un discurso artístico que exprese el carácter de las formas espaciales que irrumpen en contraste con la zona tradicional; reivindicación cultural de grupos sociales surgidos al calor de una explosión del comercio y, en sentido general, del capitalismo.

A la necesidad de renovar el contenido simbólico y representativo de lo construido responden las más diversas sociedades y compañías –en ocasiones de carácter internacional como la Purdey & Henderson y Snarer Triest– encargadas de la producción, distribución, y consumo, no sólo de materiales de construcción, sino, además, de elementos de diseño, y en algunos casos de modelos completos que, sin pretensiones previas, abogarían por marcar definitivamente a las urbes cubanas. Pretiles y balaustradas lumínicas, molduras, columnas adosadas al muro y frontones pasaron a distinguir oficinas, comercios, sociedades de recreo, viviendas y conjuntos habitacionales de franco interés lucrativo para distinguirle con aires de modernidad.

De modo que el auge constructivo, manifiesto a partir de la segunda década del xx, deviene no solo en símbolo de bonanza económica en la región agramontina, como se ha de suponer, sino también en signo de su capacidad para recepcionar la riqueza cultural que le llega, sin desdeñar del todo el legado heredado.

Dentro de la reanimación que ello implica, las rejas se alzaron con gracia singular en las fachadas de las edificaciones, murmurando con ello que los camagüeyanos, vistos históricamente como personas aisladas de las desafiantes tendencias artísticas, se sumaban también a hacer suya la nueva expresión. En todo caso, tampoco estuvieron ajenas las nuevas tendencias en el orden político, económico y social.

El eclecticismo, estilo de la República por excelencia, ofreció a lo herreros –locales y extranjeros– las referencias expresivas con las cuales armonizar el pensamiento intelectual de sus habitantes con la arquitectura, pintura, escultura y literatura, entre otras. Llegaron así al Camagüey las más ortodoxas interpretaciones de lenguajes historicistas que se enriquecerían con el sabor tradicional y criollo de los talleres de fundición diseminados por la ciudad para generar matices y expresiones propias.

Fue así como la ciudad asumió la rica polifonía herreriana, eco de los diferentes sectores y sus representaciones arquitectónicas, al tiempo que revelaban la posibilidad de constatar una obra de autor hasta entonces ignorada en nuestro territorio.

Su presencia, tanto en exteriores como en interiores, se generalizó en las construcciones domésticas y, como subraya Carpentier, abarcó todos los niveles dentro de la escala social. Solo el diseño develó el gusto y recurso económico del dueño, aquí el encargo de ocasión que subraya la exclusividad o la elección de una pieza de catálogo más o menos fiel; allá, en su mayoría, la obra encargada a los herreros locales, ese quehacer que por tratarse de un oficio en el que pervivía la enseñanza tradicional, de generación en generación, ha llegado hoy en el anonimato.

Pero no ha de dudarse que el trabajo artesanal se tornó indispensable para marcar la pluralidad de gustos estéticos, necesidades y posibilidades de los diferentes grupos sociales. La reja, servil a la obra arquitectónica que la acogía, se concretaba en parte de la ornamentación general, en un punto focal de alta relevancia expresiva que, visualmente, olvidaba la técnica del metal fundido o forjado.

Creatividad e imaginación, funcionalidad y valor artístico, se aunaron para sintetizar costumbres, tradiciones y valores socioculturales de la localidad. Desde la colonia, se inspiraron en las ventanas torneadas que, voladas al exterior, resaltaban el barroquismo del Puerto Príncipe, composiciones que entrelazaron con recursos geométricos o en recombinación con los propios sistemas figurativos usados en el pasado; soluciones que acentuaron la fidelidad al estilo de moda.

Pero el viejo centro urbano no permaneció ajeno a la prestancia de la herrería, de modo que ventanas, balcones y barandas distinguieron las añejas edificaciones de alto puntal y grandes vanos en lugar de ventanas. Urbanísticamente, los ejes de las calles República, Cisneros y Avellaneda, que habían alcanzado una estabilidad como sede de centros económicos, culturales y políticos importantes en la etapa anterior optaron por utilizar a la reja como signo de modernidad, como un elemento que distingue al edificio dentro de un conjunto tradicional.

Por su parte, en las avenidas de los Mártires, en la Vigía, y de La Libertad, en la barriada de la Caridad, que devinieron calzadas de trascendencia para un sector adinerado capaz de sostener inversiones bajo los nuevos códigos, las rejas se integraron a una composición de mayor vuelo estético, singularmente por convivir con los amplios portales que tipifican la arquitectura de esos ejes.

Si el uso del metal significó un fuerte material que dio seguridad a sus inquilinos, la reja, en su conjunto, dio transparencia a la sala y a las habitaciones principales.

La persistencia de la composición, en base a barras cuadradas y planchuelas lisas, con los respectivos trabajo de forjas, remache, presilla y volutas, usando los colores negro y blanco preferentemente, así como el remate de los barrotes en las casas que llegaron a exhibir grandes lujos, siguen distinguiéndolas como testimonios locales. La elaboración y terminación de los remaches, son elementos que se destacan en Camagüey.

Un importante signo de la reja como referente documental de la edificación que la porta revela que no en todas las ocasiones estuvo vinculada al diseño general del edificio.

Por el contrario, una mirada aguda, de esas que pasan de la contemplación a la lectura como acontecimiento cultural, revela que la reja puede estar como inserción en un inmueble antiguo, modo de modernizarle –recuérdese que las estructuras ambientales no pueden variar con la misma rapidez que la introducción de nuevas expresiones formales arquitectónicas y las reglas espaciales– y en otro como elemento integrado al diseño arquitectural previo a la construcción.

En unas y otras se pueden encontrar tres tipos de diseños para rejas exteriores, en correspondencia con la utilización de los sistemas figurativos y la decoración de las fachadas: muy trabajadas, simples y reiterativas.

Un paseo por la herrería en las rejas del Camagüey muestra balcones y ventanas, nunca en la entrada principal, donde priman una concepción figurativa a partir de elementos geométricos, en formas de S, C, espiral y geométricos, distribuidos en divisiones de dos a seis tramos horizontales.

No es casual distinguir en ellas un cuadrante principal decorado con motivos horizontales y/o verticales con elementos en formas de abanicos, corazones y flores, donde la parte central se hace a partir de un solo elemento artístico que en sus mayores alcances obvia los elementos lineales para sugerir delicados encajes, detalle que acentúa la sobriedad que reina en su parte inferior y superior junto a los remates lisos o en forma de punta de lanza.

Pero no es casual que, a escala de ciudad, proliferen aquellas que responden a la Isometría y Homeometría como principios básicos del diseño. Y es que, un elemento que encuentra lugar, como se ha dicho, en todos los repertorios y niveles sociales, cobra vida entre las más rebuscadas combinaciones pero también entre las elegantes rotaciones de elementos.

El empleo de la reja llegó a convertirse en elemento compositivo de la edificación. Las de las ventanas podían ser abiertas en su sección central, con empleo, en ocasiones, de barandas de mármol y, generalmente, acompañando una fachada muy decorada que no desentona con el resto de los recursos figurativos usados en la composición general.

Las que más abundaron fueron aquellas que cubrían completamente las ventanas y culminaban en barrotes finos nombrados latiguillos o en barras finas simulando puntas de lanzas.

Los balcones realizados en metal, eran muy decorados, se resaltan a través de un motivo lineal a relieve en forma de flor, nudo u otro diseño que se repetía en la parte central bajo la influencia del Art Nouveau.

Las rejas empleadas como verjas no abundaron en Camagüey, la jardinería en la parte externa de las viviendas no fueron recurrentes como motivo decorativo dentro de los diseños del conjunto habitacional en aquellas zonas que lo admitían, los ejemplos de este tipo de rejas no poseen una decoración abundante, pero se corresponden con el resto de los recursos figurativos empleados en el resto de las fachadas de estilo ecléctico.

Si de destacar una característica dentro de las rejas camagüeyanas se trata habría que resaltar el predominio de la forma de corazón como motivo decorativo, elemento significativo dentro del proyecto compositivo de los maestros herreros; en nuestros días es un motivo recurrente de la ornamentación en las rejas de la arquitectura contemporánea.

En la actualidad, Camaguey posee uno de los centros históricos más grandes e importantes del país que no ha escapado a la «modernización» o a soluciones inmediatas a problemas constructivos. La alteración de materiales, formas y la aplicación de nuevos sistemas de proporciones deja secuelas negativas en el patrimonio arquitectónico local, la pérdida de elementos que fueron característicos dentro del diseño de las viviendas, nos indica las constantes variaciones que está sufriendo la arquitectura.

La reja puede ser un signo al cual dedicar atención, pues en ella se revela un modo de hacer y concebir la convivencia de sus habitantes.

La tendencia de los últimos lustros, aunque por razones muy diferentes, manifiesta un incremento en el uso de las rejas, panorama dentro del cual los motivos usados en épocas anteriores pudieran servir de fuentes de inspiración, máxime cuando los comitentes o creadores no muestran la ingeniosidad y talento de antaño para entregar a la ciudad piezas de altos quilates desde el punto de vista estético.

No hay que descuidar que las rejas son también elementos simbólicos, signos que encierran conductas y costumbres de los habitantes de una ciudad. Por ello es necesario cuidar su armónica integración al contexto urbano que le sirve de marco y evitar esa mutilación que implica una lectura confusa del rostro arquitectónico local.

Autor: Bárbara Oliva, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Camagüey en la obra de Martí

En una investigación realizada por el desaparecido Gustavo Sed Nieves y por el autor de este breve comentario,(1) se examina lo que, para los poco informados, puede parecer una paradoja. Me refiero al hecho de que, aunque José Martí nunca visitó el antiguo Puerto Príncipe, hoy Camagüey.

Lo cierto es que esta región estuvo muy presente para él, y, por otra parte, hay algo también muy importante, el Apóstol cubano estuvo continuamente vinculado con camagüeyanos.

Uno de los momentos más emocionantes de las referencias martianas a Puerto Príncipe, es la que publica el 28 de enero de 1893, en la cual escribe:

¡Ése sí es pueblo, el Camagüey! El sábado vienen todos, como un florín, a la ciudad, al baile y al concierto, y a ver a sus novias; y hay música y canto, y es liceo el pueblo entero, y la ciudad como una capital: ¡el lunes, a caballo todo el mundo, con el lazo a las ancas, a hacer quesos!» Así, admirado, decía ayer un criollo que viene de por allá, y sabe, por esta y otras raíces, que no todo es en Cuba papel sellado y mármol de escalera, hecho a que escriban en él y a que pisen en él; ¡sino tronco de árbol, y mozos que pueden partir un rifle contra la rodilla! (2)

Esta imagen de Puerto Príncipe, como un pueblo a la vez de trabajadores y de hombres cultos, que hacía pensar que «es liceo el pueblo entero», es decir, que toda la antigua ciudad era como una universidad, fue adquiriéndola Martí desde muy temprano.

Ya en las Canteras de San Lázaro, un viejo esclavo, preso, como él, por apoyar a los independentistas, Juan de Dios Socarrás, le hablaba con detalle de Puerto Príncipe, de sus familias, de su historia. Luego, en casa de su amigo entrañable, Fermín Valdés-Domínguez y Quintanó, la madre de este, Mercedes Quintanó, camagüeyana de pura cepa, iría afianzando esa imagen, tal vez un poco idealizada, de la ciudad agramontina.

Por otra parte, y sin contar su matrimonio con la camagüeyana Carmen Zayas-Bazán, madre de su hijo, mujer a quien lo vinculó un amor a la vez intenso y trágico, Martí estuvo rodeado de camagüeyanos en el exilio: más de un centenar de nuestros compatriotas fueron sus amigos (como el joven y arrojado Enrique Loynaz del Castillo, autor del Himno Invasor, destacado militar independentista y padre de la gran escritora Dulce María Loynaz), sus colaboradores (como el valeroso Frank Agramonte, quien más de una vez salvara la vida del General Antonio Maceo), y otros muchos.

A través de la obra martiana podemos reconstruir la vida, compleja y bullente, de aquellos camagüeyanos que hicieron tanto para alcanzar la independencia de Cuba, y que, por otra parte, se destacaron en las ciencias, las artes y la naciente cultura toda de la Isla. A todo ello hay que agregar que hoy se sabe que Eloísa Agüero de Osorio, la actriz camagüeyana que pasó a trabajar a México, impresionó fuertemente al joven periodista cubano, en un enamoramiento fugaz, que debió tal vez prepararlo para la pasión más fuerte que lo uniría a otra principeña, su esposa.

De modo que, por una de esas paradojas sobrecogedoras que rodearon a Martí, él, que nunca visitó Puerto Príncipe, nos enseña hoy a conocer el pasado fecundo de esta ciudad y a revivir a muchos de las mujeres y hombres que en ella vivieron. El Puerto Príncipe que se advierte en los textos martianos, es una imagen conformada por sus largos y variadísimos contactos con la gente, ya que no con el entorno geográfico específico de la región.

Los camagüeyanos que Martí retrata son seres humanos dotados de excepcional altura moral, capaces de sacrificio, ajenos a la mentira, entregados a la obra magna de construir una patria libre del sojuzgamiento colonial y de las cegueras caudillistas. Martí tiene muy presente la figura de Ignacio Agramonte, pero también la de una larga serie de hombres humildes, desconocidos hoy por la historia, a pesar de lo cual resultan excelsos también por su sentido moral y por su entrega al proyecto de una patria a la vez libre e independiente, es decir, capaz de desarrollo en lo individual y en lo social.

En buenas cuentas, ¿qué aporta el Puerto Príncipe a Martí, que nunca pudo visitarlo ni integrarse a su palpitar cotidiano y tangible, ni tan siquiera durante un breve lapso, como sí le sucediera en La Habana? El Puerto Príncipe que se observa en sus escritos es una apreciación de su interrelación con la región a través de sus factores humanos.

Más de ciento veinte camagüeyanos son mencionados por Martí en sus Obras completas. Estas personas le permitieron formarse una visión personal de la ciudad principeña, de tal manera que el Camagüey de esos textos martianos es, en cierta forma, nada menos que una parte inalienable de su proyecto para una cubanía ideal de cabal trascendencia humana.

Una de las personalidades principeñas de mayor fuste en la vida de Martí es José Calixto Bernal, quien, al decir de Fermín Valdés Domínguez, era algo así como el caudillo moral de los emigrados cubanos en el Madrid contemporáneo de la Guerra de los Diez Años, (3) y se relacionó muy pronto con el muy joven Martí, recién llegado a su destierro madrileño: «[…] era hermoso verlos como dos camaradas, en centros políticos en donde se hacían respetar a pesar de que los llamaban los filibusteros». (4)

Es necesario recordar que, en la época en que Martí traba relación con José Calixto Bernal, este había publicado una obra que había causado una fuerte impresión en determinados círculos, y en particular entre los cubanos emigrados y en Martí: Vindicación. Cuestión de Cuba. (5) Innecesario es señalar que Martí debió de haber encontrado múltiples resonancias entre la Vindicación de Bernal y sus propios puntos de vista; pero en el opúsculo del camagüeyano enfrenta la solidez del racionamiento ponderado, la inapelabilidad de la exposición detallada.

Estas lecciones, implícitas en el texto, modelan una manera de polemizar, desde un razonamiento comprensivo e informado, digna y serenamente, para derribar uno a uno los argumentos calumniosos o tergiversadores de una propaganda anticubana; más allá de cualquier coincidencia directa, sirven por sí mismas para suponer una subterránea concordancia entre el ensayo del intelectual principeño y la defensa luminosa que de la patria ejercerá Martí en su Vindicación de Cuba.

Es por eso que Camagüey resulta, de diversos modos, una región privilegiada en la obra del Apóstol. Por ejemplo, de todas las posibilidades que la Isla podía ofrecer, Martí recoge en su obra una sola receta de cocina: la del pan patato de la zona de Sibanicú: «Pan-patato: rallaban el boniato cocido, lo mezclaban con calabaza, o yuca, u otra vianda, o coco rallado; –y luego le echaban miel de abejas, o azúcar, y manteca. Lo cocinaban en cacerolas de manteca rodeados de calor. –Servía para cuatro o seis días. –Así aprovechaban el boniato malo». (6)

¿Por qué lo hace? Pues formaba, posiblemente, parte de su proyecto, no terminado nunca al parecer, de escribir una historia de la Guerra de los Diez Años, para lo cual se documentó cuidadosamente, y ello incluyó indagar qué comían los mambises en el Camagüey insurrecto. Su investigación sobre la Guerra Grande en Puerto Príncipe fue, en efecto, minuciosa. En los fragmentos contenidos en el tomo 22 de las Obras completas, de los que se supone que corresponden a un período comprendido entre 1885 y 1895, aparecen notas de singular interés, presumiblemente tomadas para el mencionado estudio histórico.

Allí se incluyen noticias acerca de cómo los mambises se procuraban, por ejemplo, su vestimenta. Consigna Martí al respecto: «En Camagüey hilaban el algodón silvestre, lo tejían y hacían frazadas y sogas». (7) En esa búsqueda de datos sobre el modo concreto de vida de los mambises camagüeyanos, Martí refiere asimismo costumbres de hospitalidad: «En Camagüey, la familia obsequiaba a sus visitantes, con vino de naranja». (8)

Nada se le escapó de la realidad cultural del Camagüey del siglo XIX, ni siquiera los hallazgos arqueológicos que, desde entonces hasta el momento presente, han sido fuente constante de sorpresas.

Como era de esperarse en alguien que, como Martí, se dejó absorber por la historia de la Guerra de los Diez Años, la Asamblea de Guáimaro se le convirtió en símbolo y pasión, tangibles a lo largo de sus obras, pero sobre todo quintaesenciado en su intenso y poético artículo «El 10 de abril», que resulta sobre todo una crónica de enorme capacidad de sugerencia, entre lírica y narrativa, que el Apóstol publicó en Patria un diez de abril de 1892. En esas páginas se encuentra una evocación ideal del poblado de Guáimaro, en la que el estilo martiano, plástico y sensible, se manifiesta por entero:

Más bella es la naturaleza cuando la luz del mundo crece con la de la libertad; y va como empañada y turbia, sin el sol elocuente de la tierra redimida, ni el júbilo del campo, ni la salud del aire, allí donde los hombres, al despertar cada mañana, ponen la frente al yugo, lo mismo que los bueyes. Guáimaro libre nunca estuvo más hermosa que en los días en que iba a entrar en la gloria y en el sacrificio. Era mañana y feria de almas Guáimaro, con sus casas de lujo, de calicanto todas, y de grandes portales, que en calles rectas y anchas caían de la plaza espaciosa a la pobreza pintoresca de los suburbios, y luego el bosque en todo el rededor, y detrás, como un coro, las colinas vigilantes. Las tiendas rebosaban. La calle era cabalgata. Las familias de los héroes, anhelosas de verlos, venían adonde su heroísmo, por ponerse en la ley, iba a ser mayor. Los caballos venían trenzados, y las carreteras venían enramadas. Como novias venían las esposas; y las criaturas, como cuando les hablan de lo sobrenatural. De los estribos se saltaba a los brazos […] (9)

Pocas veces, tal vez ninguna, Martí ha concentrado, como en el texto de «El 10 de Abril», tanta intensidad lírica en pintar un poblado de su Isla. Ni La Habana, ni Santiago de Cuba, ni Matanzas tienen en su obra una descripción tan emotiva y gallarda. Se vuelcan en esa su pintura de Guáimaro tanto las visiones de un pasado glorioso y las de un futuro por el que está bregando ya con todas su fuerzas el Héroe, como los ecos de sus primeras impresiones –siempre lejanas– de una región de Cuba que, todavía un siglo después, ha seguido recibiendo la denominación de «legendaria».

Esta crónica, como ocurre en los momentos de mayor concentración martiana de estilo y de pasión, entremezcla una entonación simultánea de reportaje y de relato, donde el punto de vista periodístico tiende a presentar como si fuera el de un testigo presencial y directo de los hechos; de aquí que, sin la menor duda, «El 10 de Abril» constituya uno de los momentos más altos de la prosa del gran periodista Martí.

Los textos del Apóstol que evidencian su esforzada preparación de la Guerra del 95, patentizan que todo el tiempo focalizó la región camagüeyana como un punto de importancia fundamental. Por ejemplo, el 24 de marzo de 1894 escribe a Máximo Gómez lo siguiente:

[…] ni al Camagüey ni a ninguna otra comarca, pero sobre todo al Camagüey, la dejaremos de la mano: hombre por hombre se sentirán agasajados, llamados, suavemente empujados, sin que en detalle alguno, ni siquiera en el de la forma que quieran dar a su organización local, puedan creerse víctimas de la menor intrusión directa o indirecta: –fío mucho, en las cosas de los pueblos, –y sólo en eso fío, –en la justicia natural del hombre, tratado con cariño y con respeto. (10)

Martí concedía importancia especial a la participación del Camagüey en la lucha decisiva por la independencia patria, pero, a diferencia de Máximo Gómez –que deseaba confiar la dirección de la guerra en el Camagüey solamente a los viejos mambises principeños del 68–, el Apóstol aspiraba a lograr un apoyo más firme en los jóvenes camagüeyanos, más entusiastas que los veteranos del 68, y menos ligados que estos a intereses de supervivencia material. El historiador Ibrahím Hidalgo Paz lo ha señalado al referir:

[…] pero también debe tomarse en cuenta que amplios grupos de jóvenes camagüeyanos –algunos vinculados a familias adineradas– dispuestos a emular la heroicidad de Agramonte, fueron la cantera principal a que acudió Martí, sin marginar en modo alguno a los viejos combatientes, pues comprendía que era imprescindible contar con el apoyo o la aquiescencia de algunos de los patricios de la Guerra Grande, en primer lugar, de Salvador Cisneros Betancourt. En esto difería de la política de atracción de Gómez, dirigida fundamentalmente hacia sus antiguos subalternos, los veteranos del 68, entre quienes no establecía las necesarias distinciones, confiando por igual en unos u otros. (11)

Martí ofrece, pues, a lo largo de su obra, una serie de retratos, alusiones y comentarios que hacen destilar ante los lectores del presente una sucesión de camagüeyanos de muy variada índole; si bien no es posible presentarla aquí toda, conviene tener en cuenta qué tan amplia y detallada fue esta galería personal que el Apóstol creó en sus obras; así, por ejemplo, menciona a:

Elvira Adán y Betancourt de Molina, mambisa, esposa de Juan Molina Adán, preboste de Camujiro, asesinado por los españoles.

Leocadia Adán y Betancourt, madre de mambises que colaboraron en distintas funciones revolucionarias en la emigración y que fueron miembros activos del Partido Revolucionario Cubano.

Frank Agramonte y Agramonte, revolucionario que tuvo una activa vida política en la emigración en los Estados Unidos, fue colaborador de Antonio Maceo y combatió junto a él contra los españoles.

Francisco Agramonte y Agüero, que, tanto por sí mismo como por su medio familiar, estuvo constantemente vinculado con las gestas libertarias de Cuba, se caracterizó siempre por su indoblegable independentismo, así como por la serenidad y amplitud de su pensamiento político.

Eduardo Agramonte Piña, una de las figuras más nobles y destacadas entre los próceres que combatieron en la Guerra de los Diez Años; de él escribió Martí en su evocación del 10 de Abril en Guáimaro: «Pasa Eduardo Agramonte, bello y bueno, llevándose las almas». (12)

Emilio Agramonte Piña, de quien Martí escribe uno de sus retratos breves más hermosos, en el que destaca su condición de revolucionario y de artista: «Crear es pelear. Crear es vencer. Con sumo talento ha bregado Emilio Agramonte, más alto cada vez, por abrir paso a su genio de criollo en este pueblo que se lo publica y reconoce, aunque no se lo pague aún, ni acaso se lo pague jamás, con el cariño vivo y orgulloso, y el agradecimiento con que se lo pagamos sus paisanos. «Hoy, sobre las dificultades que se oponen a una empresa de arte puro en una metrópoli ahíta y gozadora, Emilio Agramonte logra establecer la Escuela de Ópera y Oratorio de New York, con las ramas de lenguas, elocución y teatro correspondiente, sobre un plan vasto y fecundo como la mente de su pujante originador». (13)

Manuela (Lica) Agramonte y Zayas de Agramonte, que para Martí debió tener el múltiple prestigio que le conferían su condición de mujer, de patriota y de poetisa. En una carta del Apóstol a ella, escrita dos días después de haber pronunciado su bellísimo discurso sobre Espadero, solicita de Lica, con un evidente respeto por la estatura intelectual de esta dama principeña, sus ideas acerca de la mujer y de cómo debía ser la educación femenina, uno de los temas que interesó a Martí, según se evidencia en La Edad de Oro y en las cartas que escribió a María Mantilla.

Ramón Agüero es el mulato amigo de Ignacio Agramonte. A este patriota libertado por El Mayor, dedica palabras emocionadas Martí en su discurso del 10 de Octubre de 1888, cuando se refiere a «que en la majestad de su tienda de campaña decía Ignacio Agramonte de su mulato Ramón Agüero: «Este es mi hermano»». (14)

Diego y Gaspar Agüero y Betancourt, a quienes Martí convierte en emblema de la valentía independentista cuando escribe: «Pero es admirable la bravura de nuestros hermanos en la Isla: ven el filo a la garra, y se le ponen al filo: llevan al cuello el dogal de Goicuría, de Medina y León, de los Agüero, de tanto mártir infeliz» […]. (15) Martí hace alusión aquí a un conjunto de mártires por la libertad cubana. Estos hermanos Agüero eran tabaqueros humildes, que sufrieron la pena del garrote, luego de haber sido capturados en Cayo Romano.

Francisco Agüero y Duque-Estrada, El Solitario, es otro de los principeños que, en su doble condición de patriota y de poeta, fue mencionado con respeto por Martí, quien lo caracterizó de la manera siguiente: «Ahora muere en Puerto Príncipe, rodeado de ruinas, El Solitario que amó a su tierra ardientemente. Ni huyó el cuerpo, ni cedió la pluma. Si no tenía más que un amigo el defensor de la independencia de la patria, Francisco Agüero era el amigo. De cárceles y de peligros salía más fresco y determinado, como el nadador de debajo de las olas». (16)

Arístides Luciano Isaac Agramonte y Simoni, hijo de Eduardo Agramonte Piña y de Matilde Simoni y Argilagos, era, obviamente, de estirpe de revolucionarios. Martí lo conoce ya cuando es un médico prestigioso y en calidad de tal lo menciona en uno de sus artículos. Este Dr. Agramonte, cuya memoria no es hoy suficientemente recordada entre los camagüeyanos, tiene el enorme mérito de haber confirmado de manera definitiva la teoría de su coterráneo Finlay sobre la fiebre amarilla. Su reputación científica fue tal, que estuvo a punto de ser propuesto al Premio Nobel de Medicina, de manera que fue el primer cubano que se acercó claramente a esta alta distinción internacional. Es curioso que haya escrito, además, una obra de teatro, nunca publicada, con el significativo título de La República convencional e inmoral.

A estos se unen Augusto Arango, José de Armas y Céspedes, Juan Ignacio de Armas y Céspedes, Isabel Aróstegui de Quesada, Emilio, Julio y Juan Manuel Arteaga y Quesada.

Un examen a vuela pluma de la galería de camagüeyanos que reúne Martí en sus obras, permite observar la presencia de variadísimas profesiones –el periodista y la actriz, el poeta y el general, el ganadero y el ensayista, la madre de familia y el comerciante, el médico y el ingeniero–. Asimismo, el Maestro retrata principeños de los más variados estratos sociales. Si bien predominan los individuos de clases económicamente poderosas, no faltan referencias a personas de condición social muy humilde.

De este modo, en sus obras completas hallamos hoy un microcosmos, un panorama muy abarcador de la región y de su cultura, que en las páginas de Martí se convierten en monumento recordatorio del proceso de existencia cultural de la región camagüeyana.

*Versión del título para la Web. Título original: Camagüey en la obra martiana

**Luis Álvarez Álvarez, doctor en ciencias. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua. Profesor titular de la Filial del Instituto Superior de Arte en Camagüey.

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Notas

1. Luis Álvarez Álvarez y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí, Ed. José Martí, La Habana, 1997. Premio Anual de Investigaciones del Ministerio de Cultura de 1996.
2. José Martí: Obras completas, t. 5, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana., 1977, p. 408.
3. Cfr. Fermín Valdés Domínguez: Diario de soldado, t. I, Centro de Información Científica y Técnica de la Universidad de La Habana, La Habana, 1972, pp. 17-18.
4. Ibídem.
5. José Calixto Bernal: Vindicación. Cuestión de Cuba. Imprenta de Nicanor Pérez Zuluoga. Madrid, 1871.
6. José Martí: Obras completas, t. 22, Ed. Ciencias Sociales, La Habana., 1975, p. 214.
7. Idem.
8. Idem.
9. Ibídem, t. 4, pp. 382-383.
10. Ibídem, t. 3, p. 87.
11. Ibrahím Hidalgo Paz: El Partido Revolucionario Cubano en la Isla, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1992, pp. 128-129.
12. José Martí: o.b. cit., t. 4, p. 384.
13. Ibidem, t. 5, p. 311.
14. Ibíd., t. 4, p. 231.
15. Ibíd., t. 3, p. 80.
16. Ibíd., t. 4, p. 371.

Autor: Dr. Luis Álvarez Álvarez, Tomado www.ohcamaguey.co.cu

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Turismo de ciudad en Camagüey

Caminar por calles desconocidas, recorrer el trazado urbano de una ciudad nunca antes visitada, sorprenderse ante lo nuevo, experimentar la satisfacción de no sentirse defraudado ante las expectativas que dirigieron sus pasos hacia este sitio en particular, son presupuestos que acompañan al turismo de ciudad hoy día.

También, detenerse en esta plaza, sentarse bajo aquel árbol, indagar sobre una dirección cualquiera, y todo en medio de la tranquilidad ciudadana, sin temores ni peligros.

Ese es el turismo de ciudad que cualquier visitante puede realizar en la antigua Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey.

Callejones, callejas y callejuelas

Ciudad de casi medio milenio de edad, Camagüey se precia de poseer el área colonial más extensa del país, peculiaridad a la que suma que es la mejor conservada.

No pocos esfuerzos y una labor conjunta de la Oficina del Historiador de la Ciudad,el Gobierno y los propios principeños coadyuva a preservar a esta antigua ciudad, tradicional y hospitalaria, orgullosa y culta.

De su acervo patrimonial, Camagüey ofrece al visitante 60 callejones, todos con historias particulares que los hacen preciosos para el cazador de originalidades.

El más pequeño, es el callejón de Tula Oms, o de la Miseria, como también se llama. Está situado en la Plazoleta de Bedoya, y tiene sólo 15 metros de largo, y 3,80 de ancho. Una verdadera curiosidad para coleccionistas de datos únicos.

El Callejón del Cura o del Silencio, es el más estrecho de Cuba. Está ubicado entre las calles Plácido y 20 de Mayo, y su estrechez es tal que sólo mide un metro con 40 centímetros de ancho. ¡Especial vía para personas que mantengan un perfecto peso corporal, y no apto para claustrofóbicos!.

De nombres y formas también tratamos aquí

Aruca, Alegría, Apodaca, Soledad, Triana, Cucaracha, San Juan Neponuceno, Risa, Tío Perico, Káiser, Cañón, Cuerno.….son sólo algunos de los muchos que ofrecen sus vericuetos para quienes desandan calles, fotografían rincones y aprecian los gastados ladrillos y los adoquines  oscurecidos por la pátina de los años.

Como era habitual en las etapas fundacionales, las vías públicas fueron tomando los nombres de las personas que en ellas vivían o ejercían sus profesiones. De ahí heredamos a Los Martínez, Las Micaelitas, Los Ángeles, Los Sacristanes, Cárcel y El Templador, por sólo citar algunos

Una forma especial tiene el Callejón del Cuerno. Parecido a la cornamenta de una res, es curvo y su ancho va disminuyendo, tal y como sucede en esas excrecencias de hueso.

Porqués de esa estructura urbana

Mucho se ha escrito sobre la peculiar estructura urbana de Camagüey. Sus calles estrechas y sinuosas, sus vericuetos y sorpresivas plazoletas y plazas encantan al visitante con el secreto de lo antiguo.

Algunos autores lo señalan como característica típica de las ciudades medievales, en que por necesidades de la defensa los fundadores preferían las inmediaciones de los ríos y sus confluencias.Otro argumento es el crecimiento natural, sin previo marcado y diseño, horro de una base científica para el trazado. Los colonizadores recordaban sus viejas ciudades hispánicas y marcaban su impronta sobre la llanura virgen.

La existencia de una serie de parroquias propició el ensanchamiento en plazas y plazuelas. No en vano también se le denomina Ciudad de las Iglesias.

Hoy el Camagüey se extiende por la amplia sabana. Ha crecido notablemente, pero mantiene como su más preciado tesoro a la Ciudad Vieja, como un regalo de épocas idas al turista nacional o foráneo.

Para él, su belleza y autenticidad.

Título original: Camagüey, donde el Turismo de ciudad es más gratificante. Autor: Esther Borges Moya, Radio Cadena Agramonte / Fotos: Leudys Barrena Pérez

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Camagüey contra Puerto Príncipe

Cuando el 22 de abril de 1903 el Consejo Provincial de Puerto Príncipe tomó el acuerdo de cambiar oficialmente el nombre a la provincia por el de Camagüey, era consecuente con el desarrollo de una forma de pensar que evolucionaba desde el siglo XVIII.(1)

Si bien es aceptado que durante la empresa de los descubrimientos geográficos los españoles nombraron a la bahía que hoy lleva por nombre Nuevitas, como Puerto del Príncipe –en homenaje al sucesor del monarca español– y en las riberas de ella, tiempo después, fundaron la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, también lo es que en aquella misma época y aproximadamente al suroeste de este punto, existía un pueblo aborigen con el topónimo de Camagüey.

A este último lugar, por razones no imprescindibles de abordar ahora, vino a asentarse la villa en 1528, pero conservando el nombre con que los conquistadores, en nombre de Dios y del Rey, la habían creado.

La supervivencia del hombre aborigen, más allá del tiempo que la historiografía tradicionalmente aceptó, y de su toponimia, expresada en nombres de ríos como el Hatibonico y Tínima, con los afluentes Jigüe y la Jata, respectivamente, de barrios como Tuinicú y Guanibacoa –todo dentro de la Villa– de poblados como Sibanicú y Guáimaro, y decenas de locuciones referidas a territorios, haciendas, sitios de labranzas, minas, elevaciones del relieve, etcétera, compartió espacio y tiempo con la terminología de la Iglesia Católica u otros términos vinculados a la geografía de la península ibérica.

El criollo, y mucho más el rellollo, que vivió en la región histórica que se conformó teniendo como centro de poder, primero a la villa y después a la ciudad de Puerto Príncipe, prefirió, como una de tantas formas de distanciarse de lo español y fundamentalmente de sus autoridades coloniales, asociar su gentilicio al pueblo aborigen de Camagüey.

A mediados del siglo XVIII el obispo Morell de Santa Cruz realiza una visita eclesiástica por toda la Isla; en su informe, al referirse a la villa del Puerto del Príncipe, critica a los vecinos porque se complacen cuando, algunas veces, por «[…] sus humildes principios lo tratan con el grosero de Camagüey»(2)

En el XIX dos ejemplos son muy elocuentes del arraigo u orgullo con se asumía la raíz aborigen. En sus inicios, un pasquín llamó a los vecinos camagüeyanos hijos de Hatuey y, a mediados, un matrimonio «principeño», los Agüero Piloña, deciden bautizar a su hijo como Agustín Hatuey. Es necesario apuntar que este individuo, que llegó a ser alcalde municipal, hizo constar en todos los documentos su segundo nombre.

Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, no gustaba llamar a su ciudad, por la que abogó más que todos en su época, Santa, Puerto o Príncipe; sino Camagüey. En la revisión de la correspondencia de muchos de los hijos de la región, desde mitad del siglo decimonónico se observan las predilecciones por El Camagüey o los camagüeyanos.

Los revolucionarios que en la jurisdicción de Puerto Príncipe protagonizaron el levantamiento armado de noviembre de 1868, conspiraron dentro de la Junta Revolucionaria de Camagüey y en la Reunión de Las Minas, al elegir a sus representantes, lo hicieron constituyendo el Comité Revolucionario de Camagüey, aunque en algunos documentos, ellos mismos escribieron «de Puerto Príncipe».

Para la organización política-administrativa de la República en Armas, en la Guerra de los Diez Años y en la Revolución del 95, los revolucionarios cubanos utilizan el término de Camagüey para referirse al departamento que los españoles nombran del Centro. Así vemos que la Constitución creada en la Asamblea de Guáimaro, al plantear la división de la isla, al estado que comprende estos territorios le nombran Camagüey, lo mismo sucede, frecuentemente, con las diferentes estructuras y composición del Ejército Libertador en las dos guerras: cuerpos de ejército, divisiones, brigadas, escuadrones, etcétera.

Finalizada la primera de estas contiendas en 1878, la Metrópoli dispuso una nueva división política-administrativa que contenía la creación de seis provincias; la de Puerto Príncipe abarcaba, en lo fundamental, los territorios de las jurisdicciones de este mismo nombre y la de Nuevitas creada en 1848.

Tras el 1º de enero de 1899, fin de la dominación española en Cuba, los cubanos se dispusieron a borrar muchas de las huellas de la Metrópoli que pudieran perdurar en la sociedad. Existen muchos ejemplos, pero nos vamos a referir a uno que ocurre en la mayoría de las ciudades de Cuba y, por supuesto, en la de Puerto Príncipe, el cambio de nombres de las principales plazas, parques, avenidas y calles.

A partir de febrero de ese año, y por acuerdos del Ayuntamiento Municipal, en la ciudad de Camagüey comienzan a proliferar otros vocablos, reflejo de lo cubano y en especial, de la rica historia de lucha revolucionaria: la Plaza de la Reina es ahora parque Ignacio Agramonte, la avenida de La Caridad pasa a nombrarse de la Libertad, la calle San Diego es José Martí, la Mayor ha cedido a Salvador Cisneros y el nombre de Independencia se impuso, oficial y popularmente, a la Candelaria.

La lista sería muy extensa y es difícil encontrar nombres vinculados a personas que representaron en algún momento la autoridad civil o militar colonial que perduraran; no ocurrió lo mismo con el santoral católico y ahí están los ejemplos donde la costumbre se impuso y por años continuaron «existiendo» las plazas de la Merced y San Francisco o calles como San Esteban, San Martín y San Fernando, entre otros.

Vistos los anteriores apuntes, me preguntó: ¿Por qué en ocasiones, al enaltecer al pueblo y la cultura de El Camagüey, como parte de la identidad cubana, algunos se empeñan en llamarnos principeños y no camagüeyanos?

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Notas
1. El 9 de junio de ese mismo año, el Ayuntamiento del municipio Puerto Príncipe también tomó acuerdo en igual sentido, el término municipal y la ciudad se llamarían Camagüey.

2. Morell de Santa Cruz, Pedro A.: La visita eclesiástica, Selec. y prologo de Cesar García del Pino, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 65.

Autor: MsC. Ricardo Muñoz Gutiérrez, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Calles y callejones

El callejón más pequeño de Camagüey es el de la Miseria (Tula Oms), situado en la Plaza de Bedolla. Cuenta con 4 m de largo por 2 m de ancho. Enlaza la calle Martí (San Diego) con Hermanos Agüero (San Ignacio) en la parte donde ésta se dilata para formar la Plaza del Carmen.

El más estrecho es el del Cura, entre las calles Cielo y San Luis Beltrán, con casi 80 cm de ancho, aunque en uno de sus extremos el de Funda del Catre casi alcanza esa cifra.

Funda del Catre (oficialmente Ramón Ponte) se llamó antiguamente Callejón de la Poza del Mate, debido a que en su extremo, a orillas del río Hatibonico, existían esas plantas.

El nombre popular se impuso a causa de su estrechez : era imposible que pasaran por allí dos caballos juntos o se cruzaran en sentido contrario. Es el más estrecho de la parte antigua de la ciudad.

Pero no siempre callejón es aquí sinónimo de callejuela o calleja, puede ser lindero, carril, vereda o camino carretero. El Callejón del Ganado le da la vuelta a la ciudad, y el de Camujiro llega casi directamente a la costa sur.

Autor: Héctor Juárez Figueredo

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Calle de Maceo en la historia principeña

Las dos primeras cuadras de la antigua calle San Pablo, comprendidas desde la Plaza de la Solidaridad, o del Gallo, hasta la otrora Plaza de Paula, quedarían segregadas de la misma y sus inmuebles dejarían de ser viviendas para convertirse en establecimientos comerciales. Surgió así la calle Maceo, o del Comercio, como se le conocía en el siglo XIX.

Al cese de la soberanía española, en enero de 1899, el Ayuntamiento acordó cambiar el nombre de la calle del Comercio por el de General Maceo. Simultáneamente, la Plaza de Paula recibió el nombre de Plaza de Maceo.

Durante la colonia hubo en esta calle camagüeyana numerosos establecimientos dedicados a la comercialización de productos diversos: tiendas de ropa, como Las Filipinas, Los Naranjos, El Vapor y La Sirena; La Sonrisa y El Baratillo de Molina, especializadas en quincallería y perfumería; joyerías, entre las que se recuerdan La Flecha de Oro y La Palma de Oro, así como la Juguetería Alemana y las relojerías de Leopoldo A. Prince y Aurelio Estrada.

También radica en la calle Maceo el Gran Hotel, donde se han hospedado figuras de la talla de Jascha Heifetz, el célebre violinista, y nuestro Poeta Nacional, Nicolás Guillén, por solo citar dos ejemplos.

Descubrir las calles del Camagüey impone siempre un reto a la imaginación y a la sapiencia. Encantadoras y místicas, no solo nos cuentan la historia del urbanismo principeño, sino que son vitales testigos en la identidad del Camagüey actual.

Autor: Mailet Padilla Paneca, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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