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miércoles, abril 24, 2024

Camagüey contra Puerto Príncipe

Cuando el 22 de abril de 1903 el Consejo Provincial de Puerto Príncipe tomó el acuerdo de cambiar oficialmente el nombre a la provincia por el de Camagüey, era consecuente con el desarrollo de una forma de pensar que evolucionaba desde el siglo XVIII.(1)

Si bien es aceptado que durante la empresa de los descubrimientos geográficos los españoles nombraron a la bahía que hoy lleva por nombre Nuevitas, como Puerto del Príncipe –en homenaje al sucesor del monarca español– y en las riberas de ella, tiempo después, fundaron la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, también lo es que en aquella misma época y aproximadamente al suroeste de este punto, existía un pueblo aborigen con el topónimo de Camagüey.

A este último lugar, por razones no imprescindibles de abordar ahora, vino a asentarse la villa en 1528, pero conservando el nombre con que los conquistadores, en nombre de Dios y del Rey, la habían creado.

La supervivencia del hombre aborigen, más allá del tiempo que la historiografía tradicionalmente aceptó, y de su toponimia, expresada en nombres de ríos como el Hatibonico y Tínima, con los afluentes Jigüe y la Jata, respectivamente, de barrios como Tuinicú y Guanibacoa –todo dentro de la Villa– de poblados como Sibanicú y Guáimaro, y decenas de locuciones referidas a territorios, haciendas, sitios de labranzas, minas, elevaciones del relieve, etcétera, compartió espacio y tiempo con la terminología de la Iglesia Católica u otros términos vinculados a la geografía de la península ibérica.

El criollo, y mucho más el rellollo, que vivió en la región histórica que se conformó teniendo como centro de poder, primero a la villa y después a la ciudad de Puerto Príncipe, prefirió, como una de tantas formas de distanciarse de lo español y fundamentalmente de sus autoridades coloniales, asociar su gentilicio al pueblo aborigen de Camagüey.

A mediados del siglo XVIII el obispo Morell de Santa Cruz realiza una visita eclesiástica por toda la Isla; en su informe, al referirse a la villa del Puerto del Príncipe, critica a los vecinos porque se complacen cuando, algunas veces, por «[…] sus humildes principios lo tratan con el grosero de Camagüey»(2)

En el XIX dos ejemplos son muy elocuentes del arraigo u orgullo con se asumía la raíz aborigen. En sus inicios, un pasquín llamó a los vecinos camagüeyanos hijos de Hatuey y, a mediados, un matrimonio «principeño», los Agüero Piloña, deciden bautizar a su hijo como Agustín Hatuey. Es necesario apuntar que este individuo, que llegó a ser alcalde municipal, hizo constar en todos los documentos su segundo nombre.

Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, no gustaba llamar a su ciudad, por la que abogó más que todos en su época, Santa, Puerto o Príncipe; sino Camagüey. En la revisión de la correspondencia de muchos de los hijos de la región, desde mitad del siglo decimonónico se observan las predilecciones por El Camagüey o los camagüeyanos.

Los revolucionarios que en la jurisdicción de Puerto Príncipe protagonizaron el levantamiento armado de noviembre de 1868, conspiraron dentro de la Junta Revolucionaria de Camagüey y en la Reunión de Las Minas, al elegir a sus representantes, lo hicieron constituyendo el Comité Revolucionario de Camagüey, aunque en algunos documentos, ellos mismos escribieron «de Puerto Príncipe».

Para la organización política-administrativa de la República en Armas, en la Guerra de los Diez Años y en la Revolución del 95, los revolucionarios cubanos utilizan el término de Camagüey para referirse al departamento que los españoles nombran del Centro. Así vemos que la Constitución creada en la Asamblea de Guáimaro, al plantear la división de la isla, al estado que comprende estos territorios le nombran Camagüey, lo mismo sucede, frecuentemente, con las diferentes estructuras y composición del Ejército Libertador en las dos guerras: cuerpos de ejército, divisiones, brigadas, escuadrones, etcétera.

Finalizada la primera de estas contiendas en 1878, la Metrópoli dispuso una nueva división política-administrativa que contenía la creación de seis provincias; la de Puerto Príncipe abarcaba, en lo fundamental, los territorios de las jurisdicciones de este mismo nombre y la de Nuevitas creada en 1848.

Tras el 1º de enero de 1899, fin de la dominación española en Cuba, los cubanos se dispusieron a borrar muchas de las huellas de la Metrópoli que pudieran perdurar en la sociedad. Existen muchos ejemplos, pero nos vamos a referir a uno que ocurre en la mayoría de las ciudades de Cuba y, por supuesto, en la de Puerto Príncipe, el cambio de nombres de las principales plazas, parques, avenidas y calles.

A partir de febrero de ese año, y por acuerdos del Ayuntamiento Municipal, en la ciudad de Camagüey comienzan a proliferar otros vocablos, reflejo de lo cubano y en especial, de la rica historia de lucha revolucionaria: la Plaza de la Reina es ahora parque Ignacio Agramonte, la avenida de La Caridad pasa a nombrarse de la Libertad, la calle San Diego es José Martí, la Mayor ha cedido a Salvador Cisneros y el nombre de Independencia se impuso, oficial y popularmente, a la Candelaria.

La lista sería muy extensa y es difícil encontrar nombres vinculados a personas que representaron en algún momento la autoridad civil o militar colonial que perduraran; no ocurrió lo mismo con el santoral católico y ahí están los ejemplos donde la costumbre se impuso y por años continuaron «existiendo» las plazas de la Merced y San Francisco o calles como San Esteban, San Martín y San Fernando, entre otros.

Vistos los anteriores apuntes, me preguntó: ¿Por qué en ocasiones, al enaltecer al pueblo y la cultura de El Camagüey, como parte de la identidad cubana, algunos se empeñan en llamarnos principeños y no camagüeyanos?

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Notas
1. El 9 de junio de ese mismo año, el Ayuntamiento del municipio Puerto Príncipe también tomó acuerdo en igual sentido, el término municipal y la ciudad se llamarían Camagüey.

2. Morell de Santa Cruz, Pedro A.: La visita eclesiástica, Selec. y prologo de Cesar García del Pino, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 65.

Autor: MsC. Ricardo Muñoz Gutiérrez, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu