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domingo, octubre 06, 2024

Camagüey en sus rejas

Durante los primeros años del siglo XX, la otrora villa, nombrada oficialmente Camagüey en 1903, como el resto de las ciudades cubanas, se dispone a dialogar con los patrones culturales que legitimarán a la naciente burguesía republicana.

Sin embargo, Camagüey, con un fuerte arraigo y tradición local, se insertará en el nuevo acontecer como continuidad de su quehacer, un panorama en el que la herrería, aunque elemento sutil dentro del conjunto arquitectónico y urbano, se revela como uno de los más distinguidos testimonios para confirmar que la ciudad, en sus detalles, refleja aquellos factores que definen históricamente el contexto local.

Durante los primeros treinta años del siglo xx, factores endógenos como la paulatina recuperación y desarrollo urbano, con clímax en la consolidación y surgimiento de repartos en las zonas que bordean la vieja ciudad, exigen a los habitantes un discurso artístico que exprese el carácter de las formas espaciales que irrumpen en contraste con la zona tradicional; reivindicación cultural de grupos sociales surgidos al calor de una explosión del comercio y, en sentido general, del capitalismo.

A la necesidad de renovar el contenido simbólico y representativo de lo construido responden las más diversas sociedades y compañías –en ocasiones de carácter internacional como la Purdey & Henderson y Snarer Triest– encargadas de la producción, distribución, y consumo, no sólo de materiales de construcción, sino, además, de elementos de diseño, y en algunos casos de modelos completos que, sin pretensiones previas, abogarían por marcar definitivamente a las urbes cubanas. Pretiles y balaustradas lumínicas, molduras, columnas adosadas al muro y frontones pasaron a distinguir oficinas, comercios, sociedades de recreo, viviendas y conjuntos habitacionales de franco interés lucrativo para distinguirle con aires de modernidad.

De modo que el auge constructivo, manifiesto a partir de la segunda década del xx, deviene no solo en símbolo de bonanza económica en la región agramontina, como se ha de suponer, sino también en signo de su capacidad para recepcionar la riqueza cultural que le llega, sin desdeñar del todo el legado heredado.

Dentro de la reanimación que ello implica, las rejas se alzaron con gracia singular en las fachadas de las edificaciones, murmurando con ello que los camagüeyanos, vistos históricamente como personas aisladas de las desafiantes tendencias artísticas, se sumaban también a hacer suya la nueva expresión. En todo caso, tampoco estuvieron ajenas las nuevas tendencias en el orden político, económico y social.

El eclecticismo, estilo de la República por excelencia, ofreció a lo herreros –locales y extranjeros– las referencias expresivas con las cuales armonizar el pensamiento intelectual de sus habitantes con la arquitectura, pintura, escultura y literatura, entre otras. Llegaron así al Camagüey las más ortodoxas interpretaciones de lenguajes historicistas que se enriquecerían con el sabor tradicional y criollo de los talleres de fundición diseminados por la ciudad para generar matices y expresiones propias.

Fue así como la ciudad asumió la rica polifonía herreriana, eco de los diferentes sectores y sus representaciones arquitectónicas, al tiempo que revelaban la posibilidad de constatar una obra de autor hasta entonces ignorada en nuestro territorio.

Su presencia, tanto en exteriores como en interiores, se generalizó en las construcciones domésticas y, como subraya Carpentier, abarcó todos los niveles dentro de la escala social. Solo el diseño develó el gusto y recurso económico del dueño, aquí el encargo de ocasión que subraya la exclusividad o la elección de una pieza de catálogo más o menos fiel; allá, en su mayoría, la obra encargada a los herreros locales, ese quehacer que por tratarse de un oficio en el que pervivía la enseñanza tradicional, de generación en generación, ha llegado hoy en el anonimato.

Pero no ha de dudarse que el trabajo artesanal se tornó indispensable para marcar la pluralidad de gustos estéticos, necesidades y posibilidades de los diferentes grupos sociales. La reja, servil a la obra arquitectónica que la acogía, se concretaba en parte de la ornamentación general, en un punto focal de alta relevancia expresiva que, visualmente, olvidaba la técnica del metal fundido o forjado.

Creatividad e imaginación, funcionalidad y valor artístico, se aunaron para sintetizar costumbres, tradiciones y valores socioculturales de la localidad. Desde la colonia, se inspiraron en las ventanas torneadas que, voladas al exterior, resaltaban el barroquismo del Puerto Príncipe, composiciones que entrelazaron con recursos geométricos o en recombinación con los propios sistemas figurativos usados en el pasado; soluciones que acentuaron la fidelidad al estilo de moda.

Pero el viejo centro urbano no permaneció ajeno a la prestancia de la herrería, de modo que ventanas, balcones y barandas distinguieron las añejas edificaciones de alto puntal y grandes vanos en lugar de ventanas. Urbanísticamente, los ejes de las calles República, Cisneros y Avellaneda, que habían alcanzado una estabilidad como sede de centros económicos, culturales y políticos importantes en la etapa anterior optaron por utilizar a la reja como signo de modernidad, como un elemento que distingue al edificio dentro de un conjunto tradicional.

Por su parte, en las avenidas de los Mártires, en la Vigía, y de La Libertad, en la barriada de la Caridad, que devinieron calzadas de trascendencia para un sector adinerado capaz de sostener inversiones bajo los nuevos códigos, las rejas se integraron a una composición de mayor vuelo estético, singularmente por convivir con los amplios portales que tipifican la arquitectura de esos ejes.

Si el uso del metal significó un fuerte material que dio seguridad a sus inquilinos, la reja, en su conjunto, dio transparencia a la sala y a las habitaciones principales.

La persistencia de la composición, en base a barras cuadradas y planchuelas lisas, con los respectivos trabajo de forjas, remache, presilla y volutas, usando los colores negro y blanco preferentemente, así como el remate de los barrotes en las casas que llegaron a exhibir grandes lujos, siguen distinguiéndolas como testimonios locales. La elaboración y terminación de los remaches, son elementos que se destacan en Camagüey.

Un importante signo de la reja como referente documental de la edificación que la porta revela que no en todas las ocasiones estuvo vinculada al diseño general del edificio.

Por el contrario, una mirada aguda, de esas que pasan de la contemplación a la lectura como acontecimiento cultural, revela que la reja puede estar como inserción en un inmueble antiguo, modo de modernizarle –recuérdese que las estructuras ambientales no pueden variar con la misma rapidez que la introducción de nuevas expresiones formales arquitectónicas y las reglas espaciales– y en otro como elemento integrado al diseño arquitectural previo a la construcción.

En unas y otras se pueden encontrar tres tipos de diseños para rejas exteriores, en correspondencia con la utilización de los sistemas figurativos y la decoración de las fachadas: muy trabajadas, simples y reiterativas.

Un paseo por la herrería en las rejas del Camagüey muestra balcones y ventanas, nunca en la entrada principal, donde priman una concepción figurativa a partir de elementos geométricos, en formas de S, C, espiral y geométricos, distribuidos en divisiones de dos a seis tramos horizontales.

No es casual distinguir en ellas un cuadrante principal decorado con motivos horizontales y/o verticales con elementos en formas de abanicos, corazones y flores, donde la parte central se hace a partir de un solo elemento artístico que en sus mayores alcances obvia los elementos lineales para sugerir delicados encajes, detalle que acentúa la sobriedad que reina en su parte inferior y superior junto a los remates lisos o en forma de punta de lanza.

Pero no es casual que, a escala de ciudad, proliferen aquellas que responden a la Isometría y Homeometría como principios básicos del diseño. Y es que, un elemento que encuentra lugar, como se ha dicho, en todos los repertorios y niveles sociales, cobra vida entre las más rebuscadas combinaciones pero también entre las elegantes rotaciones de elementos.

El empleo de la reja llegó a convertirse en elemento compositivo de la edificación. Las de las ventanas podían ser abiertas en su sección central, con empleo, en ocasiones, de barandas de mármol y, generalmente, acompañando una fachada muy decorada que no desentona con el resto de los recursos figurativos usados en la composición general.

Las que más abundaron fueron aquellas que cubrían completamente las ventanas y culminaban en barrotes finos nombrados latiguillos o en barras finas simulando puntas de lanzas.

Los balcones realizados en metal, eran muy decorados, se resaltan a través de un motivo lineal a relieve en forma de flor, nudo u otro diseño que se repetía en la parte central bajo la influencia del Art Nouveau.

Las rejas empleadas como verjas no abundaron en Camagüey, la jardinería en la parte externa de las viviendas no fueron recurrentes como motivo decorativo dentro de los diseños del conjunto habitacional en aquellas zonas que lo admitían, los ejemplos de este tipo de rejas no poseen una decoración abundante, pero se corresponden con el resto de los recursos figurativos empleados en el resto de las fachadas de estilo ecléctico.

Si de destacar una característica dentro de las rejas camagüeyanas se trata habría que resaltar el predominio de la forma de corazón como motivo decorativo, elemento significativo dentro del proyecto compositivo de los maestros herreros; en nuestros días es un motivo recurrente de la ornamentación en las rejas de la arquitectura contemporánea.

En la actualidad, Camaguey posee uno de los centros históricos más grandes e importantes del país que no ha escapado a la «modernización» o a soluciones inmediatas a problemas constructivos. La alteración de materiales, formas y la aplicación de nuevos sistemas de proporciones deja secuelas negativas en el patrimonio arquitectónico local, la pérdida de elementos que fueron característicos dentro del diseño de las viviendas, nos indica las constantes variaciones que está sufriendo la arquitectura.

La reja puede ser un signo al cual dedicar atención, pues en ella se revela un modo de hacer y concebir la convivencia de sus habitantes.

La tendencia de los últimos lustros, aunque por razones muy diferentes, manifiesta un incremento en el uso de las rejas, panorama dentro del cual los motivos usados en épocas anteriores pudieran servir de fuentes de inspiración, máxime cuando los comitentes o creadores no muestran la ingeniosidad y talento de antaño para entregar a la ciudad piezas de altos quilates desde el punto de vista estético.

No hay que descuidar que las rejas son también elementos simbólicos, signos que encierran conductas y costumbres de los habitantes de una ciudad. Por ello es necesario cuidar su armónica integración al contexto urbano que le sirve de marco y evitar esa mutilación que implica una lectura confusa del rostro arquitectónico local.

Autor: Bárbara Oliva, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu