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viernes, abril 19, 2024

Camagüey en la obra de Martí

En una investigación realizada por el desaparecido Gustavo Sed Nieves y por el autor de este breve comentario,(1) se examina lo que, para los poco informados, puede parecer una paradoja. Me refiero al hecho de que, aunque José Martí nunca visitó el antiguo Puerto Príncipe, hoy Camagüey.

Lo cierto es que esta región estuvo muy presente para él, y, por otra parte, hay algo también muy importante, el Apóstol cubano estuvo continuamente vinculado con camagüeyanos.

Uno de los momentos más emocionantes de las referencias martianas a Puerto Príncipe, es la que publica el 28 de enero de 1893, en la cual escribe:

¡Ése sí es pueblo, el Camagüey! El sábado vienen todos, como un florín, a la ciudad, al baile y al concierto, y a ver a sus novias; y hay música y canto, y es liceo el pueblo entero, y la ciudad como una capital: ¡el lunes, a caballo todo el mundo, con el lazo a las ancas, a hacer quesos!» Así, admirado, decía ayer un criollo que viene de por allá, y sabe, por esta y otras raíces, que no todo es en Cuba papel sellado y mármol de escalera, hecho a que escriban en él y a que pisen en él; ¡sino tronco de árbol, y mozos que pueden partir un rifle contra la rodilla! (2)

Esta imagen de Puerto Príncipe, como un pueblo a la vez de trabajadores y de hombres cultos, que hacía pensar que «es liceo el pueblo entero», es decir, que toda la antigua ciudad era como una universidad, fue adquiriéndola Martí desde muy temprano.

Ya en las Canteras de San Lázaro, un viejo esclavo, preso, como él, por apoyar a los independentistas, Juan de Dios Socarrás, le hablaba con detalle de Puerto Príncipe, de sus familias, de su historia. Luego, en casa de su amigo entrañable, Fermín Valdés-Domínguez y Quintanó, la madre de este, Mercedes Quintanó, camagüeyana de pura cepa, iría afianzando esa imagen, tal vez un poco idealizada, de la ciudad agramontina.

Por otra parte, y sin contar su matrimonio con la camagüeyana Carmen Zayas-Bazán, madre de su hijo, mujer a quien lo vinculó un amor a la vez intenso y trágico, Martí estuvo rodeado de camagüeyanos en el exilio: más de un centenar de nuestros compatriotas fueron sus amigos (como el joven y arrojado Enrique Loynaz del Castillo, autor del Himno Invasor, destacado militar independentista y padre de la gran escritora Dulce María Loynaz), sus colaboradores (como el valeroso Frank Agramonte, quien más de una vez salvara la vida del General Antonio Maceo), y otros muchos.

A través de la obra martiana podemos reconstruir la vida, compleja y bullente, de aquellos camagüeyanos que hicieron tanto para alcanzar la independencia de Cuba, y que, por otra parte, se destacaron en las ciencias, las artes y la naciente cultura toda de la Isla. A todo ello hay que agregar que hoy se sabe que Eloísa Agüero de Osorio, la actriz camagüeyana que pasó a trabajar a México, impresionó fuertemente al joven periodista cubano, en un enamoramiento fugaz, que debió tal vez prepararlo para la pasión más fuerte que lo uniría a otra principeña, su esposa.

De modo que, por una de esas paradojas sobrecogedoras que rodearon a Martí, él, que nunca visitó Puerto Príncipe, nos enseña hoy a conocer el pasado fecundo de esta ciudad y a revivir a muchos de las mujeres y hombres que en ella vivieron. El Puerto Príncipe que se advierte en los textos martianos, es una imagen conformada por sus largos y variadísimos contactos con la gente, ya que no con el entorno geográfico específico de la región.

Los camagüeyanos que Martí retrata son seres humanos dotados de excepcional altura moral, capaces de sacrificio, ajenos a la mentira, entregados a la obra magna de construir una patria libre del sojuzgamiento colonial y de las cegueras caudillistas. Martí tiene muy presente la figura de Ignacio Agramonte, pero también la de una larga serie de hombres humildes, desconocidos hoy por la historia, a pesar de lo cual resultan excelsos también por su sentido moral y por su entrega al proyecto de una patria a la vez libre e independiente, es decir, capaz de desarrollo en lo individual y en lo social.

En buenas cuentas, ¿qué aporta el Puerto Príncipe a Martí, que nunca pudo visitarlo ni integrarse a su palpitar cotidiano y tangible, ni tan siquiera durante un breve lapso, como sí le sucediera en La Habana? El Puerto Príncipe que se observa en sus escritos es una apreciación de su interrelación con la región a través de sus factores humanos.

Más de ciento veinte camagüeyanos son mencionados por Martí en sus Obras completas. Estas personas le permitieron formarse una visión personal de la ciudad principeña, de tal manera que el Camagüey de esos textos martianos es, en cierta forma, nada menos que una parte inalienable de su proyecto para una cubanía ideal de cabal trascendencia humana.

Una de las personalidades principeñas de mayor fuste en la vida de Martí es José Calixto Bernal, quien, al decir de Fermín Valdés Domínguez, era algo así como el caudillo moral de los emigrados cubanos en el Madrid contemporáneo de la Guerra de los Diez Años, (3) y se relacionó muy pronto con el muy joven Martí, recién llegado a su destierro madrileño: «[…] era hermoso verlos como dos camaradas, en centros políticos en donde se hacían respetar a pesar de que los llamaban los filibusteros». (4)

Es necesario recordar que, en la época en que Martí traba relación con José Calixto Bernal, este había publicado una obra que había causado una fuerte impresión en determinados círculos, y en particular entre los cubanos emigrados y en Martí: Vindicación. Cuestión de Cuba. (5) Innecesario es señalar que Martí debió de haber encontrado múltiples resonancias entre la Vindicación de Bernal y sus propios puntos de vista; pero en el opúsculo del camagüeyano enfrenta la solidez del racionamiento ponderado, la inapelabilidad de la exposición detallada.

Estas lecciones, implícitas en el texto, modelan una manera de polemizar, desde un razonamiento comprensivo e informado, digna y serenamente, para derribar uno a uno los argumentos calumniosos o tergiversadores de una propaganda anticubana; más allá de cualquier coincidencia directa, sirven por sí mismas para suponer una subterránea concordancia entre el ensayo del intelectual principeño y la defensa luminosa que de la patria ejercerá Martí en su Vindicación de Cuba.

Es por eso que Camagüey resulta, de diversos modos, una región privilegiada en la obra del Apóstol. Por ejemplo, de todas las posibilidades que la Isla podía ofrecer, Martí recoge en su obra una sola receta de cocina: la del pan patato de la zona de Sibanicú: «Pan-patato: rallaban el boniato cocido, lo mezclaban con calabaza, o yuca, u otra vianda, o coco rallado; –y luego le echaban miel de abejas, o azúcar, y manteca. Lo cocinaban en cacerolas de manteca rodeados de calor. –Servía para cuatro o seis días. –Así aprovechaban el boniato malo». (6)

¿Por qué lo hace? Pues formaba, posiblemente, parte de su proyecto, no terminado nunca al parecer, de escribir una historia de la Guerra de los Diez Años, para lo cual se documentó cuidadosamente, y ello incluyó indagar qué comían los mambises en el Camagüey insurrecto. Su investigación sobre la Guerra Grande en Puerto Príncipe fue, en efecto, minuciosa. En los fragmentos contenidos en el tomo 22 de las Obras completas, de los que se supone que corresponden a un período comprendido entre 1885 y 1895, aparecen notas de singular interés, presumiblemente tomadas para el mencionado estudio histórico.

Allí se incluyen noticias acerca de cómo los mambises se procuraban, por ejemplo, su vestimenta. Consigna Martí al respecto: «En Camagüey hilaban el algodón silvestre, lo tejían y hacían frazadas y sogas». (7) En esa búsqueda de datos sobre el modo concreto de vida de los mambises camagüeyanos, Martí refiere asimismo costumbres de hospitalidad: «En Camagüey, la familia obsequiaba a sus visitantes, con vino de naranja». (8)

Nada se le escapó de la realidad cultural del Camagüey del siglo XIX, ni siquiera los hallazgos arqueológicos que, desde entonces hasta el momento presente, han sido fuente constante de sorpresas.

Como era de esperarse en alguien que, como Martí, se dejó absorber por la historia de la Guerra de los Diez Años, la Asamblea de Guáimaro se le convirtió en símbolo y pasión, tangibles a lo largo de sus obras, pero sobre todo quintaesenciado en su intenso y poético artículo «El 10 de abril», que resulta sobre todo una crónica de enorme capacidad de sugerencia, entre lírica y narrativa, que el Apóstol publicó en Patria un diez de abril de 1892. En esas páginas se encuentra una evocación ideal del poblado de Guáimaro, en la que el estilo martiano, plástico y sensible, se manifiesta por entero:

Más bella es la naturaleza cuando la luz del mundo crece con la de la libertad; y va como empañada y turbia, sin el sol elocuente de la tierra redimida, ni el júbilo del campo, ni la salud del aire, allí donde los hombres, al despertar cada mañana, ponen la frente al yugo, lo mismo que los bueyes. Guáimaro libre nunca estuvo más hermosa que en los días en que iba a entrar en la gloria y en el sacrificio. Era mañana y feria de almas Guáimaro, con sus casas de lujo, de calicanto todas, y de grandes portales, que en calles rectas y anchas caían de la plaza espaciosa a la pobreza pintoresca de los suburbios, y luego el bosque en todo el rededor, y detrás, como un coro, las colinas vigilantes. Las tiendas rebosaban. La calle era cabalgata. Las familias de los héroes, anhelosas de verlos, venían adonde su heroísmo, por ponerse en la ley, iba a ser mayor. Los caballos venían trenzados, y las carreteras venían enramadas. Como novias venían las esposas; y las criaturas, como cuando les hablan de lo sobrenatural. De los estribos se saltaba a los brazos […] (9)

Pocas veces, tal vez ninguna, Martí ha concentrado, como en el texto de «El 10 de Abril», tanta intensidad lírica en pintar un poblado de su Isla. Ni La Habana, ni Santiago de Cuba, ni Matanzas tienen en su obra una descripción tan emotiva y gallarda. Se vuelcan en esa su pintura de Guáimaro tanto las visiones de un pasado glorioso y las de un futuro por el que está bregando ya con todas su fuerzas el Héroe, como los ecos de sus primeras impresiones –siempre lejanas– de una región de Cuba que, todavía un siglo después, ha seguido recibiendo la denominación de «legendaria».

Esta crónica, como ocurre en los momentos de mayor concentración martiana de estilo y de pasión, entremezcla una entonación simultánea de reportaje y de relato, donde el punto de vista periodístico tiende a presentar como si fuera el de un testigo presencial y directo de los hechos; de aquí que, sin la menor duda, «El 10 de Abril» constituya uno de los momentos más altos de la prosa del gran periodista Martí.

Los textos del Apóstol que evidencian su esforzada preparación de la Guerra del 95, patentizan que todo el tiempo focalizó la región camagüeyana como un punto de importancia fundamental. Por ejemplo, el 24 de marzo de 1894 escribe a Máximo Gómez lo siguiente:

[…] ni al Camagüey ni a ninguna otra comarca, pero sobre todo al Camagüey, la dejaremos de la mano: hombre por hombre se sentirán agasajados, llamados, suavemente empujados, sin que en detalle alguno, ni siquiera en el de la forma que quieran dar a su organización local, puedan creerse víctimas de la menor intrusión directa o indirecta: –fío mucho, en las cosas de los pueblos, –y sólo en eso fío, –en la justicia natural del hombre, tratado con cariño y con respeto. (10)

Martí concedía importancia especial a la participación del Camagüey en la lucha decisiva por la independencia patria, pero, a diferencia de Máximo Gómez –que deseaba confiar la dirección de la guerra en el Camagüey solamente a los viejos mambises principeños del 68–, el Apóstol aspiraba a lograr un apoyo más firme en los jóvenes camagüeyanos, más entusiastas que los veteranos del 68, y menos ligados que estos a intereses de supervivencia material. El historiador Ibrahím Hidalgo Paz lo ha señalado al referir:

[…] pero también debe tomarse en cuenta que amplios grupos de jóvenes camagüeyanos –algunos vinculados a familias adineradas– dispuestos a emular la heroicidad de Agramonte, fueron la cantera principal a que acudió Martí, sin marginar en modo alguno a los viejos combatientes, pues comprendía que era imprescindible contar con el apoyo o la aquiescencia de algunos de los patricios de la Guerra Grande, en primer lugar, de Salvador Cisneros Betancourt. En esto difería de la política de atracción de Gómez, dirigida fundamentalmente hacia sus antiguos subalternos, los veteranos del 68, entre quienes no establecía las necesarias distinciones, confiando por igual en unos u otros. (11)

Martí ofrece, pues, a lo largo de su obra, una serie de retratos, alusiones y comentarios que hacen destilar ante los lectores del presente una sucesión de camagüeyanos de muy variada índole; si bien no es posible presentarla aquí toda, conviene tener en cuenta qué tan amplia y detallada fue esta galería personal que el Apóstol creó en sus obras; así, por ejemplo, menciona a:

Elvira Adán y Betancourt de Molina, mambisa, esposa de Juan Molina Adán, preboste de Camujiro, asesinado por los españoles.

Leocadia Adán y Betancourt, madre de mambises que colaboraron en distintas funciones revolucionarias en la emigración y que fueron miembros activos del Partido Revolucionario Cubano.

Frank Agramonte y Agramonte, revolucionario que tuvo una activa vida política en la emigración en los Estados Unidos, fue colaborador de Antonio Maceo y combatió junto a él contra los españoles.

Francisco Agramonte y Agüero, que, tanto por sí mismo como por su medio familiar, estuvo constantemente vinculado con las gestas libertarias de Cuba, se caracterizó siempre por su indoblegable independentismo, así como por la serenidad y amplitud de su pensamiento político.

Eduardo Agramonte Piña, una de las figuras más nobles y destacadas entre los próceres que combatieron en la Guerra de los Diez Años; de él escribió Martí en su evocación del 10 de Abril en Guáimaro: «Pasa Eduardo Agramonte, bello y bueno, llevándose las almas». (12)

Emilio Agramonte Piña, de quien Martí escribe uno de sus retratos breves más hermosos, en el que destaca su condición de revolucionario y de artista: «Crear es pelear. Crear es vencer. Con sumo talento ha bregado Emilio Agramonte, más alto cada vez, por abrir paso a su genio de criollo en este pueblo que se lo publica y reconoce, aunque no se lo pague aún, ni acaso se lo pague jamás, con el cariño vivo y orgulloso, y el agradecimiento con que se lo pagamos sus paisanos. «Hoy, sobre las dificultades que se oponen a una empresa de arte puro en una metrópoli ahíta y gozadora, Emilio Agramonte logra establecer la Escuela de Ópera y Oratorio de New York, con las ramas de lenguas, elocución y teatro correspondiente, sobre un plan vasto y fecundo como la mente de su pujante originador». (13)

Manuela (Lica) Agramonte y Zayas de Agramonte, que para Martí debió tener el múltiple prestigio que le conferían su condición de mujer, de patriota y de poetisa. En una carta del Apóstol a ella, escrita dos días después de haber pronunciado su bellísimo discurso sobre Espadero, solicita de Lica, con un evidente respeto por la estatura intelectual de esta dama principeña, sus ideas acerca de la mujer y de cómo debía ser la educación femenina, uno de los temas que interesó a Martí, según se evidencia en La Edad de Oro y en las cartas que escribió a María Mantilla.

Ramón Agüero es el mulato amigo de Ignacio Agramonte. A este patriota libertado por El Mayor, dedica palabras emocionadas Martí en su discurso del 10 de Octubre de 1888, cuando se refiere a «que en la majestad de su tienda de campaña decía Ignacio Agramonte de su mulato Ramón Agüero: «Este es mi hermano»». (14)

Diego y Gaspar Agüero y Betancourt, a quienes Martí convierte en emblema de la valentía independentista cuando escribe: «Pero es admirable la bravura de nuestros hermanos en la Isla: ven el filo a la garra, y se le ponen al filo: llevan al cuello el dogal de Goicuría, de Medina y León, de los Agüero, de tanto mártir infeliz» […]. (15) Martí hace alusión aquí a un conjunto de mártires por la libertad cubana. Estos hermanos Agüero eran tabaqueros humildes, que sufrieron la pena del garrote, luego de haber sido capturados en Cayo Romano.

Francisco Agüero y Duque-Estrada, El Solitario, es otro de los principeños que, en su doble condición de patriota y de poeta, fue mencionado con respeto por Martí, quien lo caracterizó de la manera siguiente: «Ahora muere en Puerto Príncipe, rodeado de ruinas, El Solitario que amó a su tierra ardientemente. Ni huyó el cuerpo, ni cedió la pluma. Si no tenía más que un amigo el defensor de la independencia de la patria, Francisco Agüero era el amigo. De cárceles y de peligros salía más fresco y determinado, como el nadador de debajo de las olas». (16)

Arístides Luciano Isaac Agramonte y Simoni, hijo de Eduardo Agramonte Piña y de Matilde Simoni y Argilagos, era, obviamente, de estirpe de revolucionarios. Martí lo conoce ya cuando es un médico prestigioso y en calidad de tal lo menciona en uno de sus artículos. Este Dr. Agramonte, cuya memoria no es hoy suficientemente recordada entre los camagüeyanos, tiene el enorme mérito de haber confirmado de manera definitiva la teoría de su coterráneo Finlay sobre la fiebre amarilla. Su reputación científica fue tal, que estuvo a punto de ser propuesto al Premio Nobel de Medicina, de manera que fue el primer cubano que se acercó claramente a esta alta distinción internacional. Es curioso que haya escrito, además, una obra de teatro, nunca publicada, con el significativo título de La República convencional e inmoral.

A estos se unen Augusto Arango, José de Armas y Céspedes, Juan Ignacio de Armas y Céspedes, Isabel Aróstegui de Quesada, Emilio, Julio y Juan Manuel Arteaga y Quesada.

Un examen a vuela pluma de la galería de camagüeyanos que reúne Martí en sus obras, permite observar la presencia de variadísimas profesiones –el periodista y la actriz, el poeta y el general, el ganadero y el ensayista, la madre de familia y el comerciante, el médico y el ingeniero–. Asimismo, el Maestro retrata principeños de los más variados estratos sociales. Si bien predominan los individuos de clases económicamente poderosas, no faltan referencias a personas de condición social muy humilde.

De este modo, en sus obras completas hallamos hoy un microcosmos, un panorama muy abarcador de la región y de su cultura, que en las páginas de Martí se convierten en monumento recordatorio del proceso de existencia cultural de la región camagüeyana.

*Versión del título para la Web. Título original: Camagüey en la obra martiana

**Luis Álvarez Álvarez, doctor en ciencias. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua. Profesor titular de la Filial del Instituto Superior de Arte en Camagüey.

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Notas

1. Luis Álvarez Álvarez y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí, Ed. José Martí, La Habana, 1997. Premio Anual de Investigaciones del Ministerio de Cultura de 1996.
2. José Martí: Obras completas, t. 5, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana., 1977, p. 408.
3. Cfr. Fermín Valdés Domínguez: Diario de soldado, t. I, Centro de Información Científica y Técnica de la Universidad de La Habana, La Habana, 1972, pp. 17-18.
4. Ibídem.
5. José Calixto Bernal: Vindicación. Cuestión de Cuba. Imprenta de Nicanor Pérez Zuluoga. Madrid, 1871.
6. José Martí: Obras completas, t. 22, Ed. Ciencias Sociales, La Habana., 1975, p. 214.
7. Idem.
8. Idem.
9. Ibídem, t. 4, pp. 382-383.
10. Ibídem, t. 3, p. 87.
11. Ibrahím Hidalgo Paz: El Partido Revolucionario Cubano en la Isla, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1992, pp. 128-129.
12. José Martí: o.b. cit., t. 4, p. 384.
13. Ibidem, t. 5, p. 311.
14. Ibíd., t. 4, p. 231.
15. Ibíd., t. 3, p. 80.
16. Ibíd., t. 4, p. 371.

Autor: Dr. Luis Álvarez Álvarez, Tomado www.ohcamaguey.co.cu