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lunes, mayo 20, 2024

Apuntes de la historia camagüeyana

La sublevación principeña del 24 de agosto de 1729 es poco conocida. Hela aquí. Juan del Hoyo Solórzano, valiente y capaz marino, fue nombrado gobernador de Santiago de Cuba en reconocimiento una actitud heroica.Por envidia, fue acusado de un falso delito de robo y ordenada su detención. Se refugió en Puerto Príncipe, donde se le recibió como gobernador que era.

Sus perseguidores llegaron también, y el gobernador proclamó su inocencia ante los principeños. Los vecinos de la villa no solo le creyeron, sino que se enfrentaron a los soldados. Tras desigual lucha, el ejército penetró en el Ayuntamiento y capturó a los sublevados. Cuatro esclavos participantes fueron ahorcados. A los demás involucrados se les embargaron los bienes y fueron deportados a España. En 1733 fueron indultados los que aún vivían

Sir George Keppel, conde de Albemarle, asumió el título de Capitán General de la Isla de Cuba luego de la toma de La Habana por los ingleses. Con fecha 14 de agosto de 1762 dirigió una carta al Teniente Gobernador de Puerto Príncipe, para que rindiese la plaza y se sujetase a la capitulación. La respuesta de los vecinos fue :

«Tendrá Vuestra Excelencia por la más esforzada negativa el intento de rendirse esta villa a la subordinación de Vuestra Excelencia por no ser extensiva la jurisdicción que se dice haber ganado en virtud de la capitulación practicada, como categóricamente lo participan nuestros Jefes, aseverando quedar libre esta villa y las demás poblaciones : en cuyo supuesto ponemos en la inteligencia de Vuestra Excelencia estar estos vecinos con valeroso ánimo dispuestos a rendir primero sus vidas, que el vasallaje a otro Soberano que nuestro Católico Monarca».

Se organizaron por los alcaldes dos compañías de infantería para la defensa de la población y se acopiaron bastimentos y material de guerra para oponerse en todo a la dominación inglesa. La villa estuvo en armas hasta el 6 de julio de 1763, cuando La Habana retornó a la dominación española.

Puerto Príncipe fue la primera población de la isla que se apresuró a socorrer la capital con gente armada. Se enviaron 3 compañías de milicias, de cien hombres cada una, que atacaron las fortificaciones de La Cabaña al amanecer del 22 de julio de 1762. La mayor parte sucumbió. Rendida La Habana a los ingleses, apenas pudieron regresar a sus hogares unos cien expedicionarios.

En 1817 se confirió a Puerto Príncipe el título de ciudad y el uso de escudo de armas.

En 1822 se produjo la primera represión hispana. Al proclamarse en España «comicios libres», por las calles de Puerto Príncipe se escucharon gritos de «¡Mueran los godos! ¡Viva la independencia!». Un batallón dispersó a golpes de sable a la multitud indefensa en la Plaza de Santa Ana

Francisco de Agüero Velazco (1793 – 1826), Frasquito, es considerado el primer mártir de la independencia de Cuba. Fue ahorcado en la Plaza Mayor (hoy Parque Agramonte) en 1826. Había sido delatada su presencia clandestina en la ciudad cuando buscaba apoyo para un plan de levantamiento con apoyo bolivariano. Era oficial del ejército de la Gran Colombia.

El 4 de noviembre de 1868 se levantaron en armas los camagüeyanos, secundando el levantamiento del 10 de octubre. Se iniciaba la guerra de independencia.

El 20 de julio de 1869, Ignacio Agramonte atacó la ciudad de Puerto Príncipe.

El 10 de marzo de 1901 el pueblo camagüeyano se reunió en una concentración en que reclamaba la independencia absoluta, sin la Enmienda Platt.

El 27 de noviembre de 1955, en el local de la Asociación de Estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza, fue develada —en plena dictadura batistiana— una foto de Abel Santamaría. En el acto habló Armando Hart. Fue la primera vez que en Cuba se honró públicamente a un héroe del Moncada

El 4 de enero de 1959 se produjo la entrada triunfal de Fidel Castro a la ciudad de Camagüey.

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Hospital San Lázaro o Asilo del Padre Valencia

En el año 1734 el Cabildo de la Villa de Puerto Príncipe solicitó al arzobispo de Cuba, Juan Lazo de la Vega y Cancino, la construcción de una ermita y asilo para leprosos bajo la advocación de San Lázaro.El 9 de agosto de 1735 el Cabildo recibió la autorización para ejecutar las obras constructivas.

Según el historiador camagüeyano Juan Torres Lasqueti ya existían dos casas en las afueras de la población para la atención de los lazarinos. Cabe recordar que desde 1731 en la hacienda Hato Arriba, en la sabana del Tínima, había sido creado un «depósito de leprosos», los cuales debían estar lo más lejos posible del resto de la población como medida sanitaria para evitar su posible contagio de esa terrible enfermedad.

A la par se construía la ermita en el patio del lugar, la cual fue definitivamente concluida en el año 1737.

No fue hasta 1746 que quedó terminado dicho hospital de paredes de ladrillos, tablas y techo de tejas criollas y el que tampoco reunía las condiciones necesarias para una adecuada atención y restablecimiento de los enfermos. Poco después, en 1776, el edificio fue ampliado con algunas celdas o habitaciones pero en 1799 su mal estado constructivo ponía en riesgo la vida de los lazarinos y empleados.

En 1808 su entonces administrador Gabriel Escobar Socarrás comunicó al Ayuntamiento el mal estado de la construcción así como la difícil situación sanitaria y de salud que atravesaban los enfermos, requeridos de medicamentos y otros cuidados.

Ante tal situación el abogado dominicano Francisco Pichardo Tapia, residente en la villa principeña, refirió acerca de su estado general: «(…) En una casa ruinosa, asquerosísima, situada entre malezas, distante de la ciudad y de todo vecindario, se recogían por fuerza y hacinaban los inválidos del mal elefancíaco, padeciendo allí su atribulado espíritu aún más que el cuerpo, sin embargo de la horrible naturaleza del morbo (2)».

También el abogado Tomás Pío Betancourt Sánchez comentó: «(…) En 1815 se hacía el nuevo hospital, mucho más capaz (…); en 11 de agosto de 1815 a impulso del Reverendo P. Fr. José Espí (3) se estaba construyendo el nuevo Hospital de San Lázaro en el mismo lugar donde estaba el otro, pero con mucha mayor capacidad y decencia.» (4) Sin embargo, por carecer de financiamiento suficiente, la obra tuvo que ser interrumpida en este año.

Como muestra de sus difíciles condiciones, en el mes de octubre de 1817 por primera vez se obtuvo agua de la noria practicada en su patio. (5)

Finalmente en 1819 fue concluido el nuevo conjunto arquitectónico, denominado desde entonces Hospital de San Lázaro. Así apareció también su nombre en una de las primeras obras de carácter histórico escrita por los regidores principeños en el año 1844, el abogado Manuel de Jesús Arango Ramírez, José Ignacio de la Cruz y el Lic. Manuel Castellanos, todos cumpliendo la solicitud que hiciera al Ayuntamiento de la Villa la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana. En su descripción estos autores refirieron: «(…) El venerable y nunca bien sentido Fr. José de la Cruz Espí, logró al fin levantar y concluir en 1819, el grandioso y hermoso Hospital de Lazarinos que tenemos al O. de la población [a un kilómetro de distancia del Tínima] (6) , cuyo frente presenta una perspectiva hermosa de galería de arquería de mampostería y columnas de orden dórico, en cuyo centro está la puerta principal que da entrada a una galería en que se encuentran 15 celdas espaciosas y bien ventiladas por ventanas de hierro por el costado derecho tiene otras diez habitaciones en el propio orden, y por el fondo seis salones de mucha capacidad y al costado izquierdo se halla situada la iglesia, es del mejor gusto y suntuosidad, compuesta de una sola nave. En medio de los cuatro departamentos referidos hay un dilatado patio sembrado ordenadamente de varios árboles frutales y en su centro hay una grande pila, que provee de agua a los lazarinos para sus usos, y para el riego del jardín en el mismo patio en que se distraen.» (7)

A la vez figura en el texto que el edificio poseía 80 varas de frente y fondo, con suficiente capacidad para el internamiento de 60 enfermos, estos divididos en habitaciones separadas para los dos sexos. El área total comprendía 2 caballerías. (8)

En resumen la obra arquitectónica presentaba modestia, solo salpicada con discretas formas prebarrocas en su frente así como en la carpintería general. Toda el área estaba formada por una planta en O y cruzada por pasillos de lozas de barro y con bancos de mampostería.

Después de culminar exitosamente estas obras el Padre Valencia, como era reconocido con veneración por la ciudadanía, desempeñaría las labores de capellán y enfermero. Simultáneamente se enfrascó en la ejecución de otras mejoras, las que abarcaron jardinería, siembra de árboles frutales, el cultivo de una estancia y huerta para la plantación de vegetales y plantas medicinales y también se empeñó en mejorar la ermita de mampostería y techo de tejas del país. Por todo, el 6 de enero de 1826 dejó inaugurado dos altares y un dosel.

Persistiendo en su afán por mejorar las condiciones de vida de los hospitalizados, el Padre Valencia favoreció la construcción del Hospital de Peregrinos de San Roque, inaugurado el 23 de enero de 1835, edificación auxiliar destinada a los viajeros procedentes de la región central de la Isla que, en tránsito hacia el santuario de la Virgen de la Caridad de El Cobre, en Santiago de Cuba, pernoctarían en la ciudad, siguiendo el camino Real de Cuba [Santiago de Cuba].

Vale destacar que la presencia y consagración humanitaria del sacerdote franciscano resultó decisiva para acometer y poder concluir estas y otras obras constructivas en la ciudad principeña, a la vez de imprimir entre la población enferma de lepra, y en otros enfermos, cierta dosis de esperanza de atención de salud y calidad de vida, hasta donde las condiciones y los recursos de la colonia lo permitían.

Merece igualmente señalarse que entre los años 1815 y 1819, ante el reclamo de sus superiores franciscanos para que Espí retornase a la ciudad de La Habana, al seno de la orden –hecho que se reiteraría casi hasta su muerte ocurrida en 1838– el pueblo camagüeyano solicitó al Ayuntamiento que éste «no abandone la villa hasta tanto no estuviera concluida tan cristiana obra del hospital» (9) .

Por si fuera poco, el Padre Valencia promovió y se ocupó de la ejecución de la iglesia del Carmen –la que se intentaba construir desde 1732– del monasterio destinado a las monjas Ursulinas y del hospital para mujeres, conjunto que sería edificado en uno de los barrios históricos de la ciudad. También propuso al Ayuntamiento la realización de un presidio, un hospital para enfermos mentales y planeó el puente sobre el arroyo Las Jatas, cercano al hospital de San Lázaro, estancias, tejares, entre otras obras materiales de beneficio colectivo.

Si de interés resultan estas obras llama la atención que también propusiera plantar un Jardín Botánico en las proximidades del arroyo Las Jatas, el que debía ser represado para el riego de los cultivos. (10) , proyecto visto con agrado por los camagüeyanos y por algunas autoridades del gobierno local, aunque no fue realizado.

Igualmente fueron destacables sus esfuerzos para recabar del Ayuntamiento ayuda financiera para sufragar el conjunto de obras propuestas, órgano que muy poco respondió a sus solicitudes por no contar con fondos financieros suficientes para respaldar estos proyectos. (11)

Como dato curioso merece señalarse que en el año 1860, mientras fungía como Director Honorario del hospital de San Lázaro el doctor en medicina José Ramón Simoni Ricardo, éste capturó en el lugar un aura albina, suceso salpicado de misticismo y revestido de leyenda por el imaginario popular. (12)

Durante los dos períodos bélicos por la independencia de Cuba las tropas colonialistas se acuartelaron en el hospital y dañaron su jardinería, arboleda y otros elementos constructivos, hechos criticados por la población camagüeyana y no pasados por alto por la prensa de la época.

El 15 de enero de 1899 el hospital fue declarado Establecimiento Público, según el Decreto del Gobierno General interventor norteamericano. Desde entonces funcionaría como Asilo Nuestra Señora del Carmen, para la atención de los ancianos.

Tras breve período de abandono comenzó a prestar servicios en el año 1902, esta vez para atender a enfermos crónicos y ancianos sin amparo familiar. Esta situación fue aprovechada por la ciudadanía para hacer que recobrara su nombre original de Asilo Padre Valencia.

Tres años más tarde, y ante el marcado empeño de la benefactora Dolores Betancourt Agramonte (13) , fue colocado un sencillo busto sobre pedestal de mármol blanco en el patio interior. La obra sin acusado relieve artístico sirvió para tributar homenaje permanente al Padre Valencia.

Durante el período de mandatos de los gobiernos de la república neocolonial, estos no prestaron la debida asistencia material ni de salud de que tanto requería el hospital camagüeyano. Más bien algunos alcaldes, siguiendo una práctica populista y demagógica, realizaron discretas mejoras al recinto, mientras otros, pretendiendo ampliar y dar capacidad de alojamiento, hicieron construir otros aposentos.

De esta manera el alcalde Rogelio Zayaz-Bazán, adulador del dictador presidente Gerardo Machado Morales, después de invertir fondos del Ayuntamiento en la «restauración» de la Hospedería de San Roque, dio su aprobación para ser congratulado con un busto de mármol blanco sobre pedestal de más de un metro de altitud colocado frente a esa edificación, entonces destinada a escuela de instrucción primaria. (14) Cada aniversario de la muerte del sacerdote franciscano, y por mucho tiempo, fue costumbre que gran parte de la población acudiera a observar algunas de las reliquias usadas por él, entre tanto continuaba el deterioro amenazando la perdurabilidad de la obra arquitectónica a la cual tanto había dedicado sus esfuerzos.

Tras el triunfo de la Revolución fueron realizadas diversas intervenciones de mantenimiento del edificio, sin embargo, estas acciones tuvieron un carácter limitado y nunca especializado.

Posteriormente volvería a ser intervenido con la finalidad de servir de sede al claustro de profesores y estudiantes de la Escuela Provincial de Música José White desde el 2 de mayo de 1986.

Hoy se realizan faenas de rehabilitación asumidas por la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, para dejar en manos de las futuras generaciones un bien patrimonial contentivo de excepcionales valores culturales e históricos tangibles que merecen ser conservados y defendidos por la ciudadanía.

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Notas

1. Pezuela, Jacobo de la: Diccionario Estadístico e Histórico de la Isla de Cuba. Madrid, Imprenta del Banco Industrial y Mercantil, 1866, t. IV, p. 303.
2. Pichardo Tapia, Francisco: Apuntes biográficos del V. P. Fray José de la Cruz Espí, conocido por el Padre Valencia. Imprenta de M. W. Siebert, New York, 1863, p. 19.
3. Nació en la ciudad de Valencia, España, el 2 de mayo del año 1763. Después de recorrer varias regiones de Hispanoamérica fue destinado al convento de San Francisco de Asís, en La Habana. Luego pasó a la Villa de Trinidad a Puerto Príncipe en el mes de julio de 1813, quedando establecido en el convento de San Francisco de Asís. En esta última ciudad falleció a los 75 años de edad, el 2 de mayo de 1838, en el lazareto fundado por él. Sus restos fueron colocados en un nicho de la antigua ermita de San Lázaro, el 6 de mayo de 1878. Aún se conservan la tarima o cama de madera y el ladrillo sobre los cuales dormía el sacerdote.
4. C, D., R. P. Eusebio del: Compendio Biográfico del Padre Valencia. imprenta Seoane y Fernández, La Habana, 1926, p. 74.
5. Una segunda fuente de agua sería abierta en 1828.
6. En realidad el hospital estaba ubicado a pocos metros del camino Real de La Habana y del río Tínima, uno de los accidentes hidrográficos principales que, junto al Hatibonico, contenían la Villa histórica desde 1528.
7. Castellanos, Manuel, José de la Cruz y Manuel de Jesús Arango: Apuntes para la Isla de Cuba correspondiente a la Siempre Fiel, Muy Noble y Muy Leal ciudad de Santa María de Puerto Príncipe. Imprenta del Gobierno y Real Hacienda. Puerto Príncipe, 1844.
8. Archivo Histórico Provincial de Camaguey (AHPC). Fondo de Anotaduría de Hipotecas, Libro Becerro. 1844.
9. AHPC: Fondo Actas Capitulares del Ayuntamiento de Puerto príncipe. Libro 29 y ss. Años 1815 y ss. C, D., R. P., Eusebio del: Ob. cit. p. 142.
10. Vale señalar que en los periódicos la Gaceta de Puerto Príncipe y en el Fanal figuraron las convocatorias a la población para que ésta contribuyera con las nobles propuestas y para atender a los leprosos.
11. La exhibición del aura albina favoreció la recaudación de dinero para utilidad del hospital y la compra de medicinas para los enfermos. El suceso también sirvió de inspiración a la ilustrísima poetiza y dramaturga camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda, la que escribió el texto La leyenda del aura blanca.
12. Esta acaudalada dama principeña fue benefactora de otras muchas obras religiosas y caritativas, por demás, fue hija del abogado y regidor Tomás Pío Betancourt Sánchez-Pereira, a quien se considera uno de los primeros historiadores que deja asomar, todavía discretamente, la importancia del patrimonio local.
13. Para colmo el alcalde hizo colocar su nombre a relieve sobre el acceso principal de esta construcción.
14. Para colmo el alcalde hizo colocar su nombre a relieve sobre el acceso principal de esta construcción.

Autor: MsC. Fernando Crespo Baró, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Sociedad Santa Cecilia

El actual edificio queda inaugurada el 3 de junio de 1928 e incluye al teatro Guerrero que abrió sus puertas al público el 3 de junio de 1929.

El nuevo edificio que se destinaría a la Sociedad Popular fue iniciativa del Dr. Ramón Virgilio Guerrero, la directiva del mismo acordó el 16 de enero de 1926 fabricar su casa social en la Plaza de Charles A. Danna hoy Plaza de los Trabajadores. En ese mismo año dieron comienzo las obras.

El 12 de septiembre fallecía en la Ciudad de la Habana su principal promotor el Dr. Guerrero, razones por las cuales se decidió nombrar el teatro de la sociedad como Teatro Ramón Virgilio Guerrero, aunque el pueblo lo bautizó como «Guerrero». Fue considerado en la época como «El Palacio», el mejor ornamento arquitectónico de nuestra ciudad.

Incluye en su fachada a relieve la figura del escudo de la ciudad conferido a la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe por el rey Fernando VII en 1817; detalle de excepcional valor y único de nuestra arquitectura local.

Esta sociedad hizo eco en la ciudad por las grandes funciones teatrales y otros actos culturales que auspició; además del hecho de reunir en sus salones a las damas y familias más elegantes y aristocráticas de la sociedad camagüeyana.

Autor: Adelante Digital

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Antigua Plaza de Armas

Es un punto de visita casi obligado para quienes llegan por vez primera a la ciudad de Camagüey y su centro histórico; declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.

El Parque Central denominado «Ignacio Agramonte» -como homenaje al heroico Mayor General de las luchas independentistas- además de atesorar pasajes históricos muy ligados a la fundación de la antigua villa principeña, resulta una invitación permanente para el descanso por la espontánea belleza que entrega.

Fue el sitio desde donde se originó el inicial núcleo urbano de la comarca, con sus casas techadas de guano que -en 1528- comenzaban a fomentar el poblado. Esta simpleza constructiva fue cediendo terreno ante el demostrado arrojo de los naturales, que en varias ocasiones, tuvieron que enfrentarse a los piratas invasores y depredadores de sus bienes.

De acuerdo con la costumbre peninsular de edificar núcleos en torno a una llamada Plaza de Armas, la explanada en el sitio -actual Parque Central- recibió en aquel entonces tal nombre y en su entorno se erigieron la Catedral y el Ayuntamiento, transformados en imponentes ejemplares arquitectónicos.

Fernando Crespo Baró y su devoción por Camagüey

Mucha sabiduría en torno a su querida ciudad de Camagüey reserva el investigador Fernando Crespo Baró, quien se brinda para quienes  buscan datos y referencias acerca de  la demarcación. Labora en la Dirección de la Oficina del Historiador de la Ciudad y siempre resulta impresionante, corroborar el enciclopédico conocimiento que posee, en torno a la historia de la región.

«No fue un hecho fortuito -asegura- que el Consejo Territorial de Veteranos de la Independencia escogiera este espacio de máxima centralidad urbana de la villa, para levantar la estatua ecuestre dedicada a Ignacio Agramonte Loynaz el 24 de febrero de 1912. Se trataba también de un hondo tributo al reinicio en igual día y mes, pero de 1895, de la lucha contra el dominio español».

Este homenaje tomaba en cuenta también otros hechos como el fusilamiento allí en el año 1826, del lugareño Francisco   Agüero Velasco (Frasquito) y la ubicación -en 1853- de cuatro palmas que encarnaban -cada una- el recuerdo del insigne patriota Joaquín de Agüero y Agüero y otros 3 jóvenes mártires fusilados por el colonialismo peninsular, en 1851. Fue una iniciativa surgida de la comunidad rendir este tributo que -aún en la contemporaneidad- puede apreciarse en los hermosos ejemplares de palmas reales preservadas, cual monumentos vivientes que perpetúan la valentía y la defensa del honor criollo.

Fernando Crespo ofrece el dato curioso de que fue un matancero residente en la localidad, Raúl Lamar Salomón -quien dirigió la Sociedad Popular «Santa Cecilia» durante una década- el autor de la iniciativa de levantar un conjunto escultórico en la antigua Plaza de Armas, para perpetuar la memoria de Agramonte, tomando como modelo la estatua de Simón Bolívar que existe en Caracas, Venezuela.

«Hay que señalar -agrega- que si bien el proyecto inicial de la obra contempló realizarla en el Casino Campestre, nuestro extenso y hermoso Parque Natural Urbano, dicha idea no ganó mayoría entre los residentes quienes prefirieron la antigua Plaza -depositaria de diferentes nombres como de Armas, de Recreo y de La Reina- para enclavar el hermoso conjunto escultórico…Fue como si se pretendiese llevar al héroe más dentro del corazón de su ciudad.

«Tantos esfuerzos -continúa Crespo Baró- quedaron coronados el 24 de febrero de 1912 en que fue develada la obra por Amalia Simoni Argilagos, viuda de Ignacio, acompañada por la hija de ambos, Herminia. La forma y belleza de la escultura, a partir de ese momento, revolucionaron todo el espacio y dialogaron formal y estéticamente con la armonía de la arquitectura tradicional del entorno del Parque. Porta éste la serena belleza del arte, en una dualidad de cometidos que subraya la historia y coadyuva a la educación popular.»

Patrimonio Cultural de la Humanidad

«Prestigia la cultura de un pueblo –recalca el investigador- el haber conservado y defendido por años estas glorias históricas y este Parque como espacio de mayor connotación de la localidad. No fue fortuito que el acto de declaratoria oficial por la UNESCO como Patrimonio Cultural dela Humanidad,  le tuviera como escenario, ni que sea atendido con exquisitez por la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHCC), protagonista de su restauración capital, cual fragmento honroso que es del devenir principeño».

En este sitio, el respeto de todo un pueblo es respirable. Se escucha en el murmullo de las cuatro palmas reales, ejemplificadoras de un doloroso martirologio… símbolos en sí mismas y custodias de otra venerada muestra de amor patrio: Ignacio Agramonte Loynaz, el inolvidable Mayor General que convoca -montado en su caballo «Ballestilla» y con el sable en la diestra- a la conquista y salvaguarda de la definitiva independencia.

Autor: Yolanda Ferrera Sosa / Radio Cadena Agramonte

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Aniversario del vuelo Sevilla-Camagüey

Transcurría la década del 30 del pasado siglo XX, notoriamente reconocida por la historia. Recién concluía la primera conflagración mundial. El mundo se aprestaba en breve a asistir a la segunda.

Cuba se movía al compás de la grave crisis internacional con nefastas consecuencias para su sociedad, que trajo consigo la acentuación del aumento de las condiciones de precariedad para muchos habitantes de la recién instaurada «República». Por lo tanto, la vida estaba sumida en pocos privilegios para la espiritualidad de la mayoría de los cubanos. En España recién se instauraba la República.

Era Camagüey en el año 1933 unas de los mayores territorios de Cuba, formado en aquel entonces por la actual provincia de Ciego de Ávila y la actual Camaguey.

El boom azucarero que se produce en Cuba a inicios del siglo XX, y determinado por la presencia de los Estados Unidos de Norteamérica en todos los asuntos del país y de manera particular en la economía y la política, produce un aumento de la inversión extranjera de ese país en Cuba, fundamentalmente en la industria azucarera. Esta explosión se manifestó de manera más significativa en la industria de ese tipo de la entonces provincia.

Sin abandonar la explotación de la ganadería, renglón económico que marcaría de manera definitiva la identidad cultural de la región, la fisonomía de nuestros campos empieza a ser marcada por las torres de numerosos ingenios azucareros y, los campos, a ser plantados con la dulce gramínea.

Para entonces, la población de esta extensa provincia solo alcanzaba un poco más de 100 mil habitantes. Se ubicaba en ciudades y poblados el 38.6 % de los habitantes.

De la producción nacional de azúcar le correspondía a la región unas 300 mil toneladas métricas. A diferencia de la ganadería extensiva practicada por siglos, la industria azucarera demandaba la utilización de miles de brazos que permitieran el laboreo del cultivo y cosecha de la caña de azúcar.

Esto provocó la aparición en esta época de una fuerte emigración, sobre todo proveniente del área del Caribe, en busca de fuentes de empleo. Según las estadísticas correspondientes al propio año 1933, más del 20 % de la población de Camaguey en esos momentos había nacido en el exterior.

En el proceso de conquista y colonización y por similares causas, fueron traídos a Cuba, provenientes de África, miles de hombres que cumplimentarían bajo otras condiciones las labores del campo y la servidumbre. No fue la región de la que les hablo de las que más participó de este proceso migratorio: las causas, su base económica -como he comentado- no requería de un voluminoso empleo de fuerza laboral.

Por las razones conocidas, llegaron a la región miles de personas provenientes de España. Un buen número echó cimiento y no regresó.

El siglo XX es testigo de la llegada de muchas personas provenientes del mismo destino. En diferentes regiones del país se fueron asentando bajo condiciones distintas a las encontradas en siglos anteriores, además de traer otras expectativas. El Camagüey recibió a canarios, gallegos, asturianos, cántabros, andaluces, catalanes, entre otros.

Esta emigración final, junto a procesos similares anteriores, vino a marcar de manera definitiva la influencia de la hispanidad en los procesos de conformación de lo que se ha dado en denominar, la cubanía y la cubanidad y el surgimiento de la nación y la nacionalidad cubanas. Se ha tejido una cultura centenaria a base de una fructífera mezcla de sabores provenientes de diferentes y múltiples regiones geográficas del mundo. Se compara o denomina a esa mezcla como mosaico cultural.

Pero es Camaguey fuerte candidato a exhibir la huella hispánica de manera apreciable. Basta echar una ojeada a la ciudad capital y sobre todo a su Centro Histórico.

Su arquitectura, de una alta influencia morisca, proveniente sobre todo de Andalucía. Costumbres, hábitos culinarios, la laboriosidad y tenacidad isleñas, entre otras influencias de las diversas regiones; la toponimia, cultura y arte, religiosidad, son evidencias tangibles que nos dan una seña indeleble de hispanidad.

De manera especial se fue tejiendo una cultura en la región que ha realizado aportaciones notorias en todos los procesos históricos a la nación cubana. Esa cultura y visión popular ha permitido que se cuente con un juicio y percepción agudos sobre las cosas. Esto, unido a los fuertes nexos históricos, culturales y los vínculos filiares construidos por siglos, permitió y probó la capacidad del Camaguey para apreciar y reconocer la heroicidad del gesto de los protagonistas del Vuelo Sevilla Camaguey.

¿Cómo reaccionó entonces el pueblo de esta ciudad aquel 11 de junio del año 1933 ante la noticia de que, provenientes de la península Ibérica y atravesando el Atlántico, dos pilotos españoles, que a costa de sus propias vidas tenderían un nuevo puente entre Cuba y España, siguieron la ruta una vez andada por el almirante Cristóbal Colón?

De la breve estancia en la ciudad de Camaguey del capitán de ingenieros y Jefe de la expedición, Mariano Barberan y Tros de Harduya; del piloto, el teniente Joaquín Collar y Serra; del mecánico del avión, sargento Modesto Madariaga y del Cuatro Vientos, aeronave construida en los talleres de Getafe, España, tipo BREGUET XIX ESPECIAL SUPERBIDON, les narraré brevemente.

El Cuatro Vientos es avistado por vez primera en Cuba sobre las 2.00 de la tarde sobrevolando la ciudad de Guantánamo, no pueden aterrizar allí debido a las condiciones del tiempo, por lo que ponen rumbo de 300 grados siguiendo la ruta de la NATIONAL AIR COMPANY, o sea, la Compañía Cubana de Aviación.

En Camaguey, el día transcurría tranquilo, una fina lluvia contribuía a la coloración de tonos grisáceos que matizaba el cielo. El aeródromo se ubica al Norte a nueve kilómetros de la urbe, camino a la ciudad portuaria de Nuevitas, cerca de la cual, en Febrero de 1514, se fundara el emplazamiento primogénito de la Villa de la Santa María del Puerto del Príncipe. Este aeropuerto, junto a los de Guantánamo y Santa Clara, fue tomado como alternativo para el raid, ante cualquier eventualidad que no le permitiera a la tripulación y su avión llegar directo hasta La Habana, como finalmente sucedió. Por esas razones eran esperados aquí.

Entrada la tarde y pasadas las tres, aparece el avión en el cielo del Camagüey, sobrevolándolo de Este a Oeste. Sigue su rumbo y llega a la ciudad de Florida, no disponen de combustible suficiente para seguir y regresan. Antes dan unas cuantas vueltas y reconocen el lugar del aterrizaje, este se produce a las 3.30 de la tarde, después de recorrer 4533 millas en 39 horas y 55 minutos, procedentes del aeropuerto de Tablada, en Sevilla, España. El vuelo constituyó un record para la aviación mundial de entonces.

Son recibidos con mucho entusiasmo en el mismo campo de aviación por las autoridades allí presentes, donde se encontraban, entre otros, el director del periódico El Camagüeyano, el presidente de la colonia española en la localidad y varios periodistas

Collar fue el primero en descender. Después de los saludos se acercó al avión y entre mezcla de sentimientos de satisfacción y orgullo y dirigiéndose al avión le dijo: «Qué bien te portaste, te has portado como un español», fin de la cita.

Por su parte, Barberan manifestó: «Mi compañero Collar ha demostrado una serenidad y resistencia física maravillosa, haciendo en Tablada uno de los mas difíciles despegues que recuerdo en mi vida de piloto por el enorme peso del aparato y después llevando durante la mayor parte del tiempo la dirección de la nave, mientras yo atendía las cartas y otros detalles de navegación. Finalmente no quiero dejar de elogiar el brillante aterrizaje efectuado aquí, a pesar de las 40 horas de vuelo con que llegamos a Camagüey».

Por su parte, Collar, risueño y jovial, declaró: «…yo hice el despegue en Sevilla y el aterrizaje aquí, pero durante la travesía nos turnamos varias veces».

Desde su arribo los aviadores manifestaron que su estancia en Camagüey sería breve, estarían varios días en La Habana y luego partirían hacia México, país al cual tenían mucho interés en visitar.

A la salida del aeropuerto se dirigieron al hospital general, donde fueron reconocidos por médicos que los encontraron en perfecto estado de salud, aunque bastante agotados.

Después se trasladaron hacia el Hotel Camaguey, antiguo Cuartel de Caballería. Allí eran recibidos por el jefe militar de la provincia para trasmitirle los saludos de las más altas jerarquías civiles y militares del país. La acogida en este lugar fue una cálida demostración de simpatía y entusiasmo popular que impactó a los heroicos y agotados aviadores.

En el hotel, un reconocido fotógrafo de aquel entonces y verdadero cronista del lente, de apellido Cortiñas, le realizó varias instantáneas en el jardín, así como en la habitación junto al cónsul de España, señor Luis Roca Tabores y Pérez del Pulgar. Allí se supo que habían partido desde La Habana tres aviones del cuerpo de aviación nacional y que en uno de ellos viajaba el sargento y mecánico del Cuatro Vientos, Modesto Madariaga, con todo lo necesario para que el avión pudiera continuar hasta la capital. Al final el vuelo fue interrumpido en Santa Clara, al aparecer debido a una tormenta, continuando el viaje a Camaguey por carretera.

Los tripulantes del cuatro vientos saludaron, desde el hotel y a través de la emisora local CMJK, La Voz del Camagüeyano, mensaje que fue trasmitido en cadena por el resto de todas las emisoras de radio de todo el país. En ese mismo lugar y en horas de la noche fueron agasajados con un gran banquete.

En la mañana del 12 de junio, visitaron la redacción de la emisora CMJK, siendo presentados a la audición por el director del periódico local, manifestando el capitán Barberan su agradecimiento por las demostraciones de afecto que habían tenido. En su intervención Collar manifestó: «Quiero felicitar a este pueblo por haber procreado mujeres tan bellas, amables y sencillas, así como unos caballeros tan gentiles y hospitalarios… viva Camagüey, viva Cuba».

Acto seguido el cónsul español dio las gracias a las autoridades y ciudadanía en general por la afectuosa acogida dispensada a los aviadores ibéricos.

La visita realizada al periódico El Camagüeyano resultó acompañaba por un nutrido número de personas. Del rotativo partieron hacia el local social de la Colonia Española, situado en la calle Cisneros, donde los esperaban miles de personas en medio de una enorme congestión de vehículos, que incluía automóviles y tranvías. Al entrar la comitiva en los salones, la banda municipal de Camagüey interpretó los himnos de España y Cuba, dando paso a los discursos de bienvenida.

Visitaron también el nacional City Bank, donde recibieron un cheque por mil pesos, obsequio de esa entidad y cuya suma destinaron a los fondos de repatriación de inmigrantes.

Después de las 10 de la mañana del mismo día 12, los aviadores y sus acompañantes hicieron entrada en el cuartel del regimiento número dos, donde estaban presentes el gobernador provincial, el cónsul de España y el alcalde municipal, entre otros invitados. Posteriormente participaron en el banquete de despedida que les ofreció la Colonia Española y al cual también asistió el jefe militar de la región Camagüey, así como otros representantes ilustres de la ciudad.

Al hacer uso de la palabra, el capitán Barberán afirmó: «El nombre de Camagüey ha hecho vibrar en nosotros la emoción más grata de nuestras vidas.»

También se hizo entrega a los aviadores de un decreto firmado por el alcalde municipal declarándolos huéspedes de honor de la ciudad de Camagüey, así como placas conmemorativas del vuelo hechas en maderas preciosas y plata en las que se leía. Vuelo Sevilla Camagüey, 11 de junio de 1933. Dichas placas fueron entregadas por la Colonia Española.

Después de la una de la tarde del lunes 12, salieron a pie desde el hotel hacia la estación de ferrocarriles por la calle República. Fueron vitoreados por cientos de camagüeyanos que les saludaban con emoción y reconocían así la hazaña realizada. Finalmente pasearon por el tren compuesto por trece carros y el coche especial Caonao. En el aeropuerto camagüeyano, mas de cinco mil personas acudieron a despedir al Cuatro Vientos y sus heroicos tripulantes.

La aeronave partió con destino a La Habana a las 2:22 pm, custodiados por cuatro aviones militares que fungieron como escolta de honor. Así se abría un hermoso capítulo en la historia de Cuba y España, donde quisieron las circunstancias que tuviera esta ciudad un importante protagonismo y se sellara por siempre el tributo de recordación a estos héroes de la aviación mundial. Se llevaron en sus pechos el cariño y el reconocimiento de esta tierra que en tan breve tiempo fue capaz de tributarles y ellos, de agradecerlo.

El final fue trágico, a sus pormenores no me referiré. Se vivieron momentos de mucha consternación. El Camagüey de manera particular reaccionó, obligado por sus nobles sentimientos de solidaridad y por el apego que tiene con su historia y el papel que tiene este hecho dentro de ella.

En junio de 1934 se comenzó a gestar la construcción de un monumento que perpetuara la heroicidad de la tripulación española, por lo que a instancias de la emisora radial La Voz del Camagüeyano, las sociedades españolas y la Cámara de Comercio radicada en esta ciudad, convocaron a una colecta pública que tubo una fuerte acogida popular. La Obra finalmente es inaugurada el 19 de enero de 1941, en acto presidido por el Ministro de Obras Públicas del Gobierno cubano, funcionarios de la embajada de España y oficiales de la aviación cubana y española.

La obra consiste en un monumento conmemorativo, concebido por los artistas Servando Pita Camacho y Esteban Betancort Días de Rada. Una esbelta columna truncada que busca el cielo, muestra en sus costados los escudos de Sevilla y Camagüey, debajo de los cuales se apuntan las fechas y horas de partida y llegada desde las respectivas ciudades, así como el tiempo de vuelo empleado para realizar la histórica travesía. En su parte frontal aparecen una corona de laureles, las efigies de los aviadores con la inscripción: Héroes del vuelo Sevilla Camagüey.

La obra se ubicó en uno de los más importantes espacios de esta ciudad, el Casino Campestre, que acoge a lo mejor de la escultórica conmemorativa de la provincia. Lugar donde se le rinde tributo a nuestra historia y personalidades.

No sería este el único homenaje a esta proeza del hombre y la tecnología. El proyecto de un vuelo respuesta fue protagonizado por Antonio Menéndez Peláez, quien había nacido en el año 1902 en la aldea asturiana de Santa Eulalia de Riveras, en la región de Pravia, España. Antonio realizó su preparación como piloto en los Estados Unidos, obtuvo la nacionalidad cubana y se incorpora a laborar en la Compañía Nacional de Aviación Curtis S.A.

Tras las visitas a Cuba de los aviadores españoles Jiménez e Iglesias, y de Mariano Barberán y Joaquín Collar, y los análisis que había realizado acerca de las características técnicas de la aviación en Cuba, las condiciones del vuelo, así como la distancia, llega a la conclusión de que el vuelo debe realizarlo por etapas.

Después de incontables gestiones, que merecen un recuento aparte, logra al fin la materialización del vuelo. La noche del 11 de enero de 1936 Antonio Menéndez recibió la despedida oficial en el salón restaurante del Hotel Camagüey, oportunidad en que le fue entregada una moneda de oro donada por el piloto y capitán Mariano Barberán y la que debía llevar en el vuelo como testimonio de amistad entre los dos pueblos.

El 12 de enero, a las 7 y 15 a.m. y desde el aeródromo de Camagüey, El Plateado de la Marina, marca Lockheed Sirius Especial, nombre dado al aparto, emprendía vuelo. Tras hacer varias escalas en numerosos países, toca suelo español el 14 de febrero de 1936 a la 1:00 p.m. (hora local), después de haber volado en solitario durante 79 horas y 40 minutos. El sueño se había cumplido luego de dos años y ocho meses de que los pilotos Mariano Barberán y Joaquín Collar partieran desde el aeropuerto de Tabalada y tocaran el territorio cubano de Camaguey. La historia reciprocaría con este gesto la proeza.

El teniente de la Aviación Naval Cubana Antonio Menéndez Peláez fue nombrado Hijo Adoptivo y Huésped de Honor de la ciudad de Sevilla y le fueron concedidas, entre otras condecoraciones, las medallas de las cruces militares y la del Mérito Naval. Por su parte, el cubano entregaba a los padres del capitán Mariano Barberán la antigua moneda de oro que fuera propiedad de su hijo y que le fuera entregada en Camagüey.

Al transcurrir 75 años de este suceso, otras generaciones, de los mismos pueblos, rendimos merecido y sentido tributo a estos hombres y a la hazaña realizada por ellos.

Nuestro héroe nacional José Martí sentenció, honor al que honor merece. Y este ha sido muy bien ganado.

Quisiera terminar con los versos escritos en el año 1933 por Lidia M. Díaz y que el autor del libro, Barberan y Collar. Leyenda y Realidad, Franklin Picapiedras (antiguo piloto) tomara para dar inicio a esta importante investigación.

Águilas de iberia

Audaz cuatro vientos tu excelsa jornada
En pos de la ruta que Colón trazó
En el breve arrullo de una patria amada
Que al darnos su idioma, su sangre nos dio
Dejaste a Sevilla gitana de amores
Envuelta en las nieblas del amanecer
Y al siguiente día, tus broncos rumores
En Camagüey vibraron en el atardecer.

Autor: Lic. José Rodríguez Barreras, director de la OHCC, Palabras pronunciadas en el acto central conmemorativo, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Acerca de los adoquines

De menor antigüedad que los tinajones, los adoquines que pavimentan nuestras principales calles constituyen otro toque distintivo de la ciudad. Hacia la primera mitad del siglo XIX, las polvorientas calles y plazas de las zonas céntricas de Puerto Príncipe fueron pavimentadas con ladrillos o piedras (empedradas, al decir de la época).

Al correr de los años, las obras del acueducto, el alcantarillado y el tendido de la línea del tranvía en las principales arterias urbanas terminaron por deteriorar aquel pavimento original, que en algunos lugares no debió diferir del que aún se observa en Trinidad.

El 3 de julio de 1921 se inició la renovación del pavimento de las más importantes calles de la ciudad. El adoquinado hizo su aparición en Camagüey.

Los adoquines de granito fueron comprados en Noruega, al precio de dieciocho centavos de dólar la unidad. Manos hábiles los dispusieron. Adaptaron su geometría al caprichoso trazado urbano de nuestra ciudad, tejiendo una urdimbre de hermosas figuras que aún hoy pisan los pies de nativos y visitantes.

Autor: Héctor Juárez Figueredo.

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El Santo Sepulcro

Mucho se ha escrito acerca de los motivos que tuvo fray Manuel de la Virgen y Agüero para ordenar, a su costa, la construcción de esta joya de plata pura que guarda el templo camagüeyano de Nuestra Señora de la Merced.

He aquí lo que la leyenda cuenta que ocurrió en los años 1700. Manuel Agüero, rico hacendado, crio en su casa como a hijo propio al de una viuda que les servía. El mayor de los hijos de Agüero acogió fraternalmente al huérfano Moya, que así era su apellido. Y juntos fueron enviados a La Habana a estudiar leyes.

Allá, en la capital de la colonia, ambos amaron a la misma mujer. Un día el joven Agüero fue muerto en un duelo por su propio hermano de crianza, quien había enloquecido de celos. El fratricida, lleno de remordimientos, regresó al Príncipe de incógnito.

Una noche, Moya y su madre fueron a ver a don Manuel. Fue hecha la revelación del crimen. Cuentan que el sufrido padre dio dinero y corcel a Moya para que se fuera lejos y nunca más lo encontraran.

Don Manuel decidió ingresar en la Orden Mercedaria. Más tarde dotó al templo de una joya única en Cuba, y de las más valiosas de la América colonial hispana: el Santo Sepulcro. Se hizo venir de México al artífice Juan Benítez Alfonso. Se utilizó para la obra la plata obtenida al fundir más de 25 mil pesos en monedas de ese metal.

Desde 1762 -y por casi dos siglos- cada Viernes Santo, en la procesión del Santo Entierro, la impresionante belleza del Sepulcro llenó de recogimiento los corazones. Su majestuosidad, acentuada por el tintineo de sus innumerables campanillas, avivaba el siniestro recuerdo de un legendario crimen, al que se le confirió la virtud de llevar a un padre desgraciado a un grado extraordinario de santidad.

Tomado de Internet.

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El San Juan Camagüeyano

Las tradicionales fiestas del San Juan comenzaron en Puerto Príncipe entre los años de 1725 y 1728. Guardaban una estrecha relación con el mes de junio, fecha en que los criadores de ganado traían a la ciudad sus reses gordas para las ventas anuales. Con ellos venían los peones o vaqueros en sus briosos potros. Surgieron las carreras anuales.Las fiestas se extendieron, incluyendo el 24 de junio, día de San Juan, que en España y otros lugares se dedicaban a fiestas populares. Esto le dio el nombre.

Antecedía a estos jolgorios la festividad católica del Corpus Christi, con su solemne procesión, para la que se entoldaban las principales calles de Puerto Príncipe, por ser esta efeméride movible en el calendario católico y con los años comenzar los festejos en el Corpus y proseguir, sin interrupción, en el San Juan, se hizo necesario la aparición del llamado «Bando del San Juan», dictado por el Cabildo, con el que quedaban delimitadas ambas actividades.

En el siglo XIX las fiestas fueron adquiriendo características tradicionales, lentamente tomaron vida propia y dejaron atrás su motivo inicial, las ventas del ganado. Ya en este período aparecieron los disfraces, entre ellos el «mono viejo»—muy camagüeyano – remedo de los diablitos abakúa que no brotaron en el Camagüey. Los esclavos del Príncipe, como es sabido, eran primordialmente de procedencia conga.

Hubo una época llamada de «San Juan a caballo», según el «Lugareño», Cisnero Betancourt, de bromas y juegos de mal gusto que denigraban la que ya era ciudad desde 1817, paulatinamente los festejos fueron tomando característica de típico carnaval con la aparición de las carrozas en las que desfilaban las jóvenes más hermosas de la ciudad acompañada por sus galanes.

Se introdujeron nuevas iniciativas en los barrios: la quema de San Pedro (un monigote con el que se ponía así fin a los prolongados festejos que duraban más de quince días).

En el orden musical aparecieron las rumbas, las comparsas, introducidas de fiestas de otras localidades, muy en particular del carnaval habanero. Quizás el aporte más importante lo constituyeron las congas, agrupación rítmica con estructura muy camagüeyana. Estas aparecieron muy tardíamente, en los años treinta del pasado siglo, a ellas contribuyó el folklorista Antonio Izaguirre al crear la agrupación «La Arrolladora». Su formación, basándose en tambores de barriles y campanas, seguía los toques monorítmicos de una banda militar.

Con los años se incorporaron nuevas modalidades. Jóvenes hermosas a caballo, carretas adornadas, enramadas en plazoletas, paseos de las beldades locales en carruajes y volantas fueron enriqueciendo la fiesta. Los tiempos modernos incorporaron al San Juan camagüeyano los vehículos automotores, las carrozas, las comparsas y las congas.

De todas las ferias y fiestas que existieron, solo el San Juan ha sobrevivido al paso del tiempo. Fiesta nacida del alma del pueblo que, pese a los cambios que imponen los años, seguirá siempre en el corazón de los camagüeyanos.

Tomado de Internet.

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El rapto de las principeñas

La historia de Puerto Príncipe aparece ligada desde sus orígenes a los piratas. Poco después de fundarse la Villa en 1514 [1], esta debió ser trasladada tierra adentro, pues las incursiones de señores del mar eran tan nocivas al vecindario como la convivencia con los mosquitos y jejenes que tenían criadero propicio en la Punta del Guincho.

Curiosamente, el obispo Morell de Santa Cruz, habitualmente tan avisado, atribuye en su Visita Eclesiástica el traslado a «la persecución de las hormigas»[2]. De todos modos, las continuas depredaciones de los visitantes que llegaban bajo banderas de Francia, Inglaterra u Holanda, o simplemente por voluntad propia, debieron ser más difíciles de controlar por los vecinos que cualquier plaga endémica.

Mas, el adentrarse en las llanuras del Camagüey no dejó totalmente a salvo a los pobladores. El 29 de marzo de 1668 irrumpió el británico Henry Morgan  con sus hombres en la Villa, según el historiador Jacobo de la Pezuela procedieron de manera cruel y enérgica:

Luego que los filibusteros se enseñorearon del pueblo, encerraron a todos sus habitantes en sus dos iglesias (la Mayor y S. Francisco), y distribuyéndose por las casas y contornos no hubo cosa de valor que se salvara a su rapacidad. Mientras tanto, dice Esquemeling, historiador inglés de los piratas de América, olvidaron en su encierro a los hambrientos prisioneros, que se morían de inanición. También los atormentaban para que dijesen donde tenían sus alhajas y sus muebles. Por último, cuando ya nada les quedó que robar, les exigieron un crecido rescate por sus personas, amenazándolas con llevarlos presos a Jamaica o incendiarles las casas en caso de no darlo.[3]

Era cierto que los vecinos, acostumbrados ya a estar incursiones, apenas se daba el toque de alarma, acostumbraban a enterrar u ocultar en aljibes y malezas sus bienes principales o simplemente escapaban hacia sus haciendas con la esperanza de no ser alcanzados por los malhechores, pero también es cierto que el poblado por entonces no era tan rico como se creía y cuando Morgan se dio cuenta de que no podría reunir la cuantiosa suma que exigía como rescate, se conformó con incendiar el barrio de Santa Ana, con lo que se perdieron los antiguos archivos de esa parroquia y numerosas alhajas y se marchó el 1 de abril, llevándose por botín principal quinientas vacas.

Aunque víctimas de estos latrocinios, los principales vecinos de Puerto Príncipe no eran totalmente inocentes, pues, afectadas sus economías por las tasas y tributos que les imponía el poder central y desatendidas sus demandas de libertad comercial por el Capitán General, se dedicaban habitualmente al contrabando o comercio de rescate con piratas, corsarios y filibusteros de la nación que fuesen, siempre dispuestos a trocarles las carnes saladas y cueros, que eran la producción fundamental del territorio, por otros artículos de primera necesidad. Algunas veces estas transacciones, donde ninguna de las dos partes actuaba de buena fe, concluían en verdaderas batallas o actos de venganza como los antes descritos, lo que no impedían que volvieran a realizarse muy pronto. De hecho, en el caso que nos ocupa, afirma Pezuela con pasmosa tranquilidad: «No tardaron los de Puerto Príncipe en reponer sus pérdidas con los lucros que les proporcionó luego su contrabando con ingleses y holandeses de las Antillas inmediatas a Cuba»[4]

Once años después, en 1679,  fue el filibustero francés Granmont, quien tenía su base de operaciones en el Petit Goabe, Haití, quien desembarcó por la Guanaja con unos seiscientos hombres, los que, de modo subrepticio, lograron llegar hasta las cercanías de la cabecera del territorio, a un lugar llamado La Matanza. En aquel sitio fueron descubiertos por un sacerdote, Francisco Garcerán, quien regresaba de un paseo por una hacienda vecina. Al intentar uno de los invasores detenerle, echó a correr despavorido y entró al galope en la ciudad, gritando: «Ingleses en La Matanza, que lo dice el Padre Garcerán». Eso permitió que la mayor parte de los vecinos se pusieran a buen recaudo.

En una acto de audacia, a pesar de haber fracasado el golpe sorpresivo, entraron los invasores en la población y se establecieron, unos en la Iglesia Mayor, otros en una casa vecina. Dispusieron partidas de fusileros y lograron aprehender algunos de los vecinos que huían, incluidas catorce mujeres entre las que se encontraban la esposa del Alcalde Ordinario Don José Agüero y dos hermanas de Don Francisco de Guevara y Zayas, prestigioso cura que había sido hasta el año anterior Vicario foráneo – una especie de delegado del Arzobispo de Cuba – de la localidad y cura propio de la Parroquial Mayor.

No era mucho lo que los principeños en su huida les habían dejado, pero además, comenzaron a temer los filibusteros ser víctimas de una emboscada, sobre todo cuando descubrieron que esa población tenía mucho mayor número de habitantes de lo que habían creído. Quisieron entonces negociar su salida de allí: estaban dispuestos a entregar a los rehenes e inclusive el botín, si se podían marchar con sus armas sin ser molestados.

Viene en nuestro auxilio Morell de Santa Cruz para describir la curiosa escena del parlamento entre los invasores y el alcalde. Este último, tal vez confiado en la capacidad de resistencia de los hombres a su mando, o simplemente lleno de un orgullo novelesco, les respondió «que si por la presa de las catorce mujeres presumían que él, y su pueblo habían de admitir pláticas, y capitulaciones ignominiosas, vivían muy engañados, porque aunque se las llevasen todas, y la primera la suya, no cederían un punto del valor, y honrosidad de la nación española».[5] Desde luego, ni los filibusteros ni el alcalde consultaron el parecer de las mujeres.

Nada caballerosos, por su parte, los franceses decidieron retirarse sin insistir y pusieron a las rehenes como escudo en la vanguardia, se internaron así en la Sierra de Cubitas para procurar regresar a la Guanaja. Los principeños por su parte, tampoco se cuidaron del peligro que corrían sus esposas, hijas y hermanas, y acometieron a los raptores en esa zona, donde en un combate sumamente violento lograron hacerles muchas bajas a los galos[6], pero estos, aprovechando la superioridad de su fusilería lograron llegar al embarcadero y llevarse las mujeres a bordo.

La actitud de los vecinos pasó entonces de la gallardía a la desesperación y se dedicaron a juntar el crecido botín que exigían los captores para devolver sus presas, por lo que llegaron hasta a mendigar en lugares vecinos para poder reunir la suma. Se dice que el cura Guevara tuvo que empeñar las lámparas de la parroquia para rescatar a sus dos hermanas. Más de treinta días tomaron estas gestiones, hasta que pudieron acumular una cantidad satisfactoria y entonces, al decir de Morell «los Franceses pusieron en tierra a las prisioneras colmadas de obsequios, y muy agradecidas del sumo respeto con que las trataron, y levando las anclas se hicieron a la vela».[7]

No es difícil imaginar las escenas que vinieron después: el parloteo de las hermanas Guevara, contando una y otra vez al paciente cura la única aventura de sus vidas, llenas de orgullo a partir de entonces, pues habían sido canjeadas por las lámparas de la Mayor, por entonces las alhajas más valiosas de la villa, aunque de todos modos a aquel hogar debió retornar la paz más rápido que al del Alcalde Ordinario Agüero, cuya pareja, de seguro hecha un basilisco, debió echarle en cara más de una vez que había puesto en peligro la vida y honra de ella por salvaguardar la de la «nación española». No es difícil suponer que algunos principeños se arrepintieron cien veces de haberse arriesgado en tal empresa con el único resultado de recuperar los sinsabores domésticos, ahora con las arcas más quebrantadas.

De lo que no se habló fue de lo ocurrido en aquel barco. Las mujeres tuvieron buen cuidado en callarlo y los hombres prefirieron pensar que aunque herejes y piratas, ingleses y franceses podían comportarse como caballeros. De todos modos, el asunto fue silenciándose poco a poco.

 En la nota que se escribió en el Libro de Enterramientos de la Parroquial Mayor, se habla del combate entre filibusteros y vecinos en Cubitas, mas el rapto no se nombra, el asunto estaba ya olvidado en el siglo XIX, pues Torres Lasquetti al hablar de esta incursión se basa únicamente en la citada nota. Si hoy sabemos del suceso es porque en 1756, cuando el obispo Morell de Santa Cruz visitó la villa, el suceso estaba todavía en la memoria de algunos y lo recogió detalladamente en su Visita eclesiástica, documento sólo destinado a la lectura del rey de España y del Papa…pero la letra escrita tiene sus azares y gracias a la curiosidad del prelado, este suceso legendario volvió a salir del silencio de las memorias familiares para ocupar un sitio en la nuestra misterioso siglo XVII.

[1] Esta fecha es cuestionada hoy por ciertos historiadores, pero sin argumentos definitivos, por lo que en el ámbito conmemorativo y desde luego, en el de la leyenda, continúa el 2 de febrero de 1514 como fecha fundacional.

[2] Pedro Agustín Morell de Santa Cruz: La visita eclesiástica. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, p.66.

[3] Citado por Juan Torres Lasquetti en la nota 8ª de su Colección de datos históricos-geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe y sus jurisdicción .La Habana, Imprenta El Retiro, 1888, Apéndice, p.20.

[4] Ibid, p.21.Una atenta lectura del poema que abre la literatura cubana Espejo de Paciencia, redactado en 1608, evidencia que este contrabando era toda una industria y que tras los aparentes actos heroicos para rescatar al Obispo Cabezas Altamirano había una simple riña entre contrabandistas. Los vecinos de Puerto Príncipe estuvieron muy ligados al comercio de rescate que se efectuaba en Bayamo y Manzanillo, muy probablemente el poeta Silvestre de Balboa estuviera también implicado en el asunto.

[5] Morell: Ob.cit, p.68.

[6] Torres Lasquetti, cita una nota procedente del Libro Primero de Entierros de Blancos de la Parroquial Mayor, folio 3ro, donde se señala que las bajas de los principeños ascendieron a 67. Morell las reduce a 50. De todos modos resultaban muy elevadas para una población tan reducida como la de entonces.

[7] Morell: Ob.cit, p.69.

Por: Roberto Méndez Martínez

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El Paso de Lesca

El Paso de Lesca es uno de los desfiladeros que cortan transversalmente la Sierra de Cubitas. Por allí cruza el camino que comunica las planicies serpentinosas del norte de la ciudad de Camagüey con las llanuras costeras, pródigas en pastos, cañas y cítricos.

Estalló la guerra de 1868. Ante el alzamiento de los cubanos en Las Clavellinas (4 de noviembre) y sus primeras acciones, el ejército español envió a Puerto Príncipe una regular fuerza de infantería al mando del brigadier Juan de Lesca.

El 18 de febrero de 1869 desembarcó por La Guanaja la tropa española. Lesca avanzó por la Sierra de Cubitas para dirigirse hacia Puerto Príncipe, que se hallaba bloqueado desde principios de ese año por fuerzas insurrectas.

Apenas el grueso de la tropa española estuvo en el centro del Paso de Hinojosa, seleccionado en precaución de posibles emboscadas, los inesperados soldados cubanos abrieron fuego. El fiero combate duró horas. Solamente a costa de una gran cantidad de bajas de ambas partes, Lesca pudo organizar su columna y abrirse paso hacia la sabana.

Estaba el desfiladero bordeado de cuevas y furnias que hacían peligrosa la marcha. Para poder aligerar el avance, Lesca determinó hacer arrojar en estos boquetes a los soldados muertos y tal vez a los heridos de mayor gravedad.

Lesca pudo entrar en la ciudad, sin que ello representara cambios en la situación existente en cuanto a procurar alimentos para los bloqueados.

Luego el camino fue conocido como Paso de Lesca, nombre con el que ha llegado hasta nosotros.

Y cuenta la leyenda que muchos años después podían escucharse los gritos y quejas que en el centro del desfiladero, parecían proceder de debajo de la tierra. Los campesinos evitaban cruzar por allí de noche. Tampoco faltaron los que relataban haber visto una legión de seres demacrados corriendo o arrastrándose entre el retumbar de la fusilería.

—Son los soldados de Lesca —decían— que están enterrados en esas cuevas y que fueron abandonados por su jefe en el combate…

Ya entrado este siglo podían verse en el silencioso sendero o en las veredas junto al desfiladero, rústicas cruces dedicadas al eterno descanso de aquellos desventurados.

Luego el camino comenzó a ser construido. Las cuevas se rellenaron, sin que nadie se atreviera a comprobar si existían restos humanos. Las simas desaparecieron, como ha ido desapareciendo la leyenda.

Autor: Héctor Juárez Figueredo

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