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sábado, abril 20, 2024

El Paso de Lesca

El Paso de Lesca es uno de los desfiladeros que cortan transversalmente la Sierra de Cubitas. Por allí cruza el camino que comunica las planicies serpentinosas del norte de la ciudad de Camagüey con las llanuras costeras, pródigas en pastos, cañas y cítricos.

Estalló la guerra de 1868. Ante el alzamiento de los cubanos en Las Clavellinas (4 de noviembre) y sus primeras acciones, el ejército español envió a Puerto Príncipe una regular fuerza de infantería al mando del brigadier Juan de Lesca.

El 18 de febrero de 1869 desembarcó por La Guanaja la tropa española. Lesca avanzó por la Sierra de Cubitas para dirigirse hacia Puerto Príncipe, que se hallaba bloqueado desde principios de ese año por fuerzas insurrectas.

Apenas el grueso de la tropa española estuvo en el centro del Paso de Hinojosa, seleccionado en precaución de posibles emboscadas, los inesperados soldados cubanos abrieron fuego. El fiero combate duró horas. Solamente a costa de una gran cantidad de bajas de ambas partes, Lesca pudo organizar su columna y abrirse paso hacia la sabana.

Estaba el desfiladero bordeado de cuevas y furnias que hacían peligrosa la marcha. Para poder aligerar el avance, Lesca determinó hacer arrojar en estos boquetes a los soldados muertos y tal vez a los heridos de mayor gravedad.

Lesca pudo entrar en la ciudad, sin que ello representara cambios en la situación existente en cuanto a procurar alimentos para los bloqueados.

Luego el camino fue conocido como Paso de Lesca, nombre con el que ha llegado hasta nosotros.

Y cuenta la leyenda que muchos años después podían escucharse los gritos y quejas que en el centro del desfiladero, parecían proceder de debajo de la tierra. Los campesinos evitaban cruzar por allí de noche. Tampoco faltaron los que relataban haber visto una legión de seres demacrados corriendo o arrastrándose entre el retumbar de la fusilería.

—Son los soldados de Lesca —decían— que están enterrados en esas cuevas y que fueron abandonados por su jefe en el combate…

Ya entrado este siglo podían verse en el silencioso sendero o en las veredas junto al desfiladero, rústicas cruces dedicadas al eterno descanso de aquellos desventurados.

Luego el camino comenzó a ser construido. Las cuevas se rellenaron, sin que nadie se atreviera a comprobar si existían restos humanos. Las simas desaparecieron, como ha ido desapareciendo la leyenda.

Autor: Héctor Juárez Figueredo