Portal Cultural de Camagüey

lunes, septiembre 08, 2025

Jorge Santos Díaz

Una mayoría significativa de artistas aman su terruño con un sentido metafórico de la realidad. En ese conglomerado se inserta Jorge Santos Díaz (Camagüey, 1922-1996), quien, con toda razón, ha sido llamado el pintor de Camagüey.En cualquier caso, este artista —que por una suerte placentera fue mi padre— construyó sus obras como insinuaciones acentuadas de un universo palpable donde se desarrollo.

Sus largas jornadas por las calles, parques, patios y la campiña agramontina con vistas a encerrar en su visión el contexto para sus creaciones, le otorgó el derecho de convertirse en un creador genuino que no hizo concesiones y elaboró con metódica precisión un repertorio pictórico digno y sintetizador de lo que él creyó valedero.

Por ello, comprendió con nitidez que si un cuadro no salía, ello podría tener consecuencias desastrosas para él y el arte y, por consiguiente, sus imágenes recuerdan la historia de su tierra. Y eso lo llevó a utilizar el contacto entre historia y realidad como un elemento salvador de la propia existencia del entorno. Por eso se zafó de lo cursi, de la banalización, y asumió su responsabilidad creativa para clasificar lo que es arte, lo que tiene este de sensibilidad para enfrentar el aquelarre de la destrucción provocada por un día tras otro.

De allí que Santos captara el poder hipnótico de su ciudad, con sus habitantes peculiares, con la violencia del tiempo, y le interesara el dilema entre conservación transitoriedad para apuntar con firmeza «[los temas de mi pintura se refieren a] mi sensibilidad con el entorno. Hay muchos personajes; yo reflejo las calles, las cosas, la naturaleza, pero, también, a veces hago naturalezas muertas, marinas, retratos…»1 ese es el artista Jorge Santos, que, con lógica extrema, planteó una y otra vez cuidar su ciudad.

Cuando uno se introduce en el vasto desempeño creador de Santos, comprende cómo el tiempo implicó para él un valor histórico y hasta medular. Por ello, era perseverante en el quehacer y poseía una profunda visión de lo que le rodeaba y, en especial, tenía una conciencia plena de que lo que pintaría era la historia de cómo consiguió esa historia. No había inseguridad en sus trazos, porque nada en él era festinado, y convirtió a Camagüey en su obsesión.

Durante más de cuarenta años fue el motivo esencial de sus creaciones. Eso, en parte, hizo que muchos —entre ellos el que esto escribe— no lo comprendieran. Sin embargo, él continuó, insistió en el tema, y demostró que no era necesario arrojar esos lienzos del caballete y dedicarse a pintar otras cosas. Decidió remangarse la camisa y con perseverancia enfatizó en el tema. Esa fue una lección que dio inolvidable: enseñó que no hay que buscar emociones sensacionalistas o efectistas, sino que lo vital es crear todos los días con una firme convicción.

Y tal actuar denota, por tanto, un significado, y es que el artista no puede perder su papel crítico que lo acompaña. Si algo caracteriza a los creadores auténticos es que poseen es el denominador común de ser dueños de una intensidad apasionada, porque sus ojos y el resto de sus sentidos captan con más tino el horror del tiempo, el desgaste de lo que le rodea, pero, no obstante, algo los distingue y es el querer salvar lo que ve todos los días. Por tanto, la importancia de estos artistas está en el impacto que tiene su actuar, y con la interpretación que hacen de la realidad ayudan considerablemente a comprender mejor el entorno por todos. De alguna manera, siempre ha sido así, y Santos se ubicó en ese grupo de artistas.

Ahora bien, cuando uno observa detenidamente sus obras, cuando se repasa el pensamiento expresado en ellos, comprende que su actitud fue siempre la misma, pero en ellas sobresale un concepto personal, digamos que su sello distintivo y este era la constancia en el trabajo y en el tema explotado. En Santos se aprecia el suficiente valor para documentar la historia de su ciudad. Es la historia tormentosa que se da entre crear y ser participe de lo cotidiano. Justo con esas premisas trabajó Santos,  como todo artista que ha tenido su arte como un proceso evolutivo. Quizás para algunos, el comportarse así lo vean como un compromiso gratuito, innecesario, pero un artista consagrado no entra en esa lógica simplista y pragmática.

En el caso que nos ocupa, algo estaba muy claro y es que lo incompatible que existe entre ideal y realidad se expresó en él como una relación simbólica e identitaria. El fenómeno del arte es Santos ofrece un ámbito fascinador, descollante, en una especie de alternancia cuyo contrapeso está conformado tras sus propias necesidades con una dialéctica singular entre su vida y su arte. Por eso llega a decir categóricamente, «Me siento afincado en las tradiciones. Las calles de mi ciudad, el olor que se desprende de las casas, el colorido que se percibe de las paredes, la grandiosidad de los guardapolvos y la laboriosidad de las ventanas…»2.

Esa iniciativa inspiradora desbordó su creación siempre, y le otorga dimensiones que trascienden su propio ámbito y época, porque esa preocupación por «salvar» en un lienzo las casas, las calles, patios, fachadas, etc., es lo que hace que como dijera Raúl González de Cascorro «se le considere como el pintor de Puerto Príncipe».

Cabe entonces, reflexionar sobre su manera de sentir ese ambiente local y que caracteriza su estilo, y es que al interpretar la idealización de su entorno, Santos trasvasa con energía suficiente lo aprehendido y lo plasma de una forma consciente sin separarse de aquello que era la esencia: la ciudad.

Naturalmente, los contextos participan organizadamente en un tipo de experiencias que marcan su andar y acude a ellas como un espectador-participante, que manifiestamente hace influir su punto de vista en el fondo de la cuestión: vale consignar, su arte.

Al respecto, Pompeyo Pichs señaló, «Con un tratamiento furtivamente inquieto del color y de las formas […], sus paisajes cobran nueva vida en la tela, para desbordar con mil matices de luz y contrastes la vitalidad latiente en cada una de sus callejuelas y fachadas desoladas, en sus campiñas deshabitadas, en fin, en ese mundo que recala, despuebla y puebla de nuevo con infinidad de voces ópticas, que nos comunica un cálido aliento de revalorización y optimista actualización».4

Y ese acontecer nos hace evocar un legendario pasado de contrastes con el presente, mostrando una crónica de la ciudad que al paso de los años ha estado impregnada de belleza e historia. Por es Santos es un cronista del pincel, que mostró un recio raigambre existencial y de amor por su tierra, que le valió decir»…que le debe una serie que bien pudiera estar dedicada a sus personajes típicos, o al quehacer cotidiano de sus conciudadanos, o se me antoja que estaría referida a las tradiciones[…], o a las leyendas que tanto abundan.

Si algo me debe es que esos propios conciudadanos con los que hablo todos los días cuiden más nuestras calles, o las fachadas exaltadoras que parecen salidas del corazón. Camagüey. Camagüey me debe que se le cuide más para que perdure».5 Y ese amor por su ciudad lo reveló como un artista marcado por la historia y profundamente humano, y esto revela que no fue mera inspiración el que haya elegido esas ruinosas calles y fachadas como motivos para la supervivencia.

En la casi totalidad de sus obras —salvo en los motivos florales— hay una continuidad ineludible del tiempo y el espacio, que nos lleva hacia el horizonte-escenario en el que el misterio se convierte en las siluetas de un paisaje evocador de la memoria. Con otras palabras, su lenguaje es más fluido y contundente en ese devenir de la ciudad atrapado por él y que está plenamente intercalado con su pensamiento estético.

Por eso su vastedad está ligada a una constante en el que todos los elementos conforman las líneas cardinales de su existencia artística.

Pudiéramos aseverar, que su obra es un canto a la libertad del hombre y de su medio. No es una reconstrucción o un rescate lo primordial, en sus obras lo que refulge y rezuma son la poesía interior de la ciudad y las tensiones cotidianas estrechamente vinculadas y expuestas por él magistralmente.

Si bien tuvo diferentes etapas creativas, en Santos siempre se manifestó una dimensión aglutinadora por preservar lo bello del entorno.

Por eso trataba de descifrar lo que se revelaba ante sus ojos. He allí una clave para comprender su arte,6 que lo llevó a exponer en diferentes países en muestras personales y colectivas, y tal resonancia lo hizo merecedor de ser proclamado el pintor de Camagüey, por su manera de ver la ciudad, por toparse con una realidad que no le fue tangencial, plagada de sueños, fantasías, deseos y necesidades, partiendo de que su perspectiva es un punto objetivo, una guía inexorable e incuestionable.

Por razones evidentes, su identidad nació del sentimiento de pertenencia a una ciudad que lo enalteció. La historia de las artes plásticas en Camagüey guardarán por siempre su nombre unido a lo que está indisolublemente ligado a él, el reconocimiento como el pintor de Camagüey, pero, en nuestro caso, seremos incapaces de recordarlo sin su sonrisa sincera y afectiva, la que siempre me brindó como padre ejemplar.

Notas
1 V.: Jorge Santos Caballero: «Jorge Santos vs Jorge Santos», Antenas, segunda época, no.5, julio-diciembre, 1992:42-44.
2 Ibidem.
3 V.: Raúl González de Cascorro: «Puerto Príncipe tiene su pintor», La Gaceta de Cuba, segunda época, no.5, 1983:18.
4 Cf.: Pompeyo Pichs: «Camagüey a través del óleo y la acuarela», Tabloide (suplemento cultural del Periódico Adelante)no.1, agosto 1978:2.
5 Op. cit.en nota 1.
6 V.: Jorge Santos Caballero: «El universo artístico de Jorge Santos Díaz», Tengo (Publicación cultural Periódico Adelante) no. 4/98:2-.

Artículo: Jorge Santos, el pintor de la Ciudad, Autor: Jorge Santos Caballero

Leer más...

Jorge González Allué

Siempre que se habla de la otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe es obligado mencionar los tonos rojizos de las tejas, sus calles caprichosas, el San Juan, sus iglesias, plazas, leyendas, a Ignacio y Amalia. Pero no es menos cierto que Jorge González Allué forma parte indisoluble de la historia y el patrimonio cultural de la Ciudad de los Tinajones.

Unas 360 piezas forman el extenso catálogo de este afamado compositor que -para algunos- parece ser el autor de una sola melodía, Amorosa guajira. Por eso un inmenso pesar asomaba tras sus palabras cuando decía que otras composiciones suyas eran tan buenas o mejores que esa, y no alcanzaban la misma difusión, ni remotamente el mismo éxito.

Comenzó sus estudios musicales a los diez años de edad y a los 13 logró liberar a su madre de la obligación de costeárselos. Eran siete pesos al mes, que la macilenta economía familiar convertía en un capital. Para conseguirlos, Allué amenizó fiestas y bailes particulares, y casi adolescente aún, organizó su primera orquesta y compuso un pequeño vals al que tituló Corazón mudo, estrenándose así en el mundo de la composición.

A partir de ese momento integró agrupaciones musicales propias y ajenas y urgido por la necesidad de ganarse el sustento desempeñó empleos muy disímiles, desde pianista de clubes y cabarets hasta profesor universitario.

Escribió música para el teatro, musicalizó poemas de Nicolás Guillén y sus boleros, canciones, valses, danzas, criollas y baladas ponen de manifiesto a un músico dotado de un alto nivel profesional y poseedor de una fina sensibilidad. Tal vez por eso, cada vez que le preguntaban cuál era, de todas sus composiciones, la preferida, respondía sin vacilar: Fatalidad.

Consideraba a la Amorosa Guajira como la hija que decide abandonar el hogar, a la familia y hacer vida independiente. No es la mejor, afirmaba, es solo la más despierta de todas.

Es preciso destacar la figura de Allué como poeta. ¿Quién no ha escuchado alguna vez Los quince de Florita?, poema que desborda, en todas sus líneas, la picardía del buen cubano y que ha sido inmortalizado en la voz de Luis Carbonell, el Acuarelista de la Poesía Antillana.

El pueblo de Camagüey recordará siempre a la Amorosa guajira como su «himno». Pero a su autor no debe recordársele sólo por esa golondrina, que en su caso, hizo la primavera, sino como el hombre que le regaló a toda Cuba infinidad de obras que sin duda alguna han quedado en las páginas de la historia musical cubana y dan fe del genio creador de su autor.

Artículo: Allué: más que Amorosa Guajira, Autor: Dione Ramos González (estudiante de periodismo) / Adelante Digital

Leer más...

Ignacio Agramonte y Loynaz

Mayor General del Ejército Libertador cubano conocido como «El Mayor». Fue uno de los líderes más sobresalientes de la Guerra de los Diez Años. Organizó la célebre caballería camagüeyana, al frente de la cual alcanzó grandes victorias contra las tropas colonialistas españolas.

Biografía:

Nació en Camagüey el 23 de diciembre de 1841 y cayó en combate el 11 de mayo de 1873 frente a las tropas españolas en los potreros de Jimaguayú en la propia provincia. Fue uno de los fundadores de la junta revolucionaria de Camagüey. Participó en las labores conspirativas que condujeron al alzamiento de los camagüeyanos, el 4 de noviembre de 1868, en el paso del río «Las Clavellinas», en el que no figuró personalmente, pues se había decidido que permaneciera en la ciudad organizando el aseguramiento logístico de los alzados, a quienes se sumó el día 11 en el ingenio «El Oriente», cerca de Sibanicú.

Intelectual revolucionario, formidable y prestigioso jefe militar hecho con la práctica de la lucha cotidiana, esposo amante, hombre honesto y de principios. Ignacio Agramonte fue elegido Secretario de la Cámara de Representantes, cargo al que renunció el día 26 para ponerse al frente de la división Camagüey. El mayor de los hijos, nacido en un medio familiar desahogado, Agramonte llegó a adquirir una vasta cultura que, sin embargo, no puso al servicio de las clases pudientes sino de los desposeídos.

Los dos padres de Ignacio Agramonte pertenecieron a familias criollas. El padre, Ignacio Francisco Guillermo Agramonte Sánchez-Pereira, también abogado, de ideas liberales, fungiría como regidor y fiel ejecutor del ayuntamiento de Puerto Príncipe; a su vez, ostentaba cargo en la filial principeña de la sociedad económica. Igualmente se desempeñaba en el «Real Colegio de Abogados» de la ciudad, su hermano, «Francisco José», ejercía como Decano de ese importante centro de jurisprudencia.

Familia Agramonte:

Por la parte del padre fueron varios los miembros que desempeñaron cargos importantes dentro del cabildo o ayuntamiento; también en la milicia y en la iglesia. Varios se emplearon como abogados. Eran hombres emprendedores y de particular inteligencia. Por la rama familiar de la madre, María Filomena Loynaz y Caballero, igualmente procedía de una de las más antiguas familias principeñas, ligada al abogado Juan José Caballero y Caballero , marqués de Santa Ana y Santa María.

Desde pequeño Ignacio Agramonte parecía gozar de plena compatibilidad de caracteres y comunicación con su padre. Es sabido que éste le estimulaba su curiosidad intelectual al llevarlo con frecuencia a los salones de la Sociedad Filarmónica, repletos de la ilustrada juventud principeña. Sin dudas, María Filomena no ocupaba un segundo puesto en cuestiones de atención a sus hijos; marchaba a la par de su compañero y parece haber sido sumamente celosa por alejarlos de las cuestiones sociales más comunes y banales de la vida colonial.
Romance épico

El 1 de agosto de 1866 contrae matrimonio con Amalia Simoni quien sería el amor de su vida, en la iglesia de «Nuestra Señora de la Soledad». Lo que Ignacio sintió por Amalia fue un amor sublime, fue idolatría total. Desde Abril de 1867 le confesó haber nacido el uno para el otro. Fue su única novia y esposa. En cuatro ocasiones le juró ser ¨ tuyo para siempre y aún después ¨. De esta unión nacen sus dos hijos: Ernesto, nacido en la manigua, y Herminia, a la que no llegó a conocer.

En Amalia lo encontró todo y ese regocijo pleno lo hizo sentir el hombre más dichoso. Estando Amalia lejos por causas de la guerra, no dejó de sentirla muy cerca. Ella, tan fuerte de carácter como él, tan revolucionaria y cubana, de amplia cultura, amadora, de finos y educados modales, de exquisita formación musical, entre otras cualidades especiales, esto hacía que se lograra una perfecta concordancia ética, amorosa y política con su amado”.

Principales combates:

Su primer combate como jefe de las tropas lo libró el 3 de mayo de 1869, en «Ceja de Altagracia». El 17 de mayo 1869 renunció por estar en desacuerdo con la distribución que el gobierno hiciera del armamento desembarcado por «La Guanaja», el 13 de mayo de 1869, por la expedición del vapor «Salvador». El día 28 se le aceptó la renuncia con la condición de que se mantuviera en el cargo hasta que se designara su relevo, lo cual no llegó a producirse.

El 13 de junio de1869 participó en la toma del fuerte de «La Llanada» y una semana después, en la acción de «Sabana Nueva». El 20 de junio de 1869, las fuerzas bajo su mando penetraron en la ciudad de Puerto Príncipe con el empleo de una pieza de artillería, acción de gran repercusión política y militar.

El 16 de agosto de 1869 tomó parte en el frustrado ataque a Las Tunas, dirigido por el general en jefe del Ejército Libertador, mayor general Manuel de Quesada. En ese mes libró el combate de «La Luz» y el 27 de octubre de 1869 intervino en el de «Sabana de Bayatabo». Bajo el mando del mayor general Thomas Jordan, jefe del estado mayor general, combatió en «Minas de Juan Rodríguez» (combate de Tana), el 1 de enerode 1870, y en «El Clueco», el 26 de enero de 1870. Al agudizarse sus discrepancias con el presidente Carlos Manuel de Céspedes, presentó su renuncia, el 1 de abril de 1870, la cual fue aceptada el 17.

Diez días antes había combatido en «Jimirú». Sin mando, pero conservando el grado de Mayor General, continuó la lucha acompañado por su escolta y por las pequeñas fuerzas que se le fueron agregando. En tales condiciones realizó alrededor de 19 acciones combativas en ese año, entre ellas las de Caridad de Pulido, Puente Carrasco, La Gloria, Santa Brianda de Altamira, Ingenio Grande, Embarcadero de Vertientes y Múcara.

Comprendiendo la importancia de mantener la unidad entre los cubanos, aceptó el ofrecimiento de Céspedes, el 13 de enero de 1871, de reincorporarse al frente de las fuerzas de Camagüey, y reasumió el mando de la división el día 17. A partir de ese momento desarrolló el período más brillante de su carrera militar. La experiencia adquirida le permitió introducir cambios en el empleo táctico de la caballería, imprimiéndole gran movilidad, lo que posibilitó lograr la sorpresa en el combate. El 20 de febrero de 1871 llevó a cabo el ataque a la «Torre Óptica de Colón» (Pinto).

A continuación libró los combates de Lauretania, Limpio Grande, Hato Potrero, La Entrada, El Mulato y La Redonda. Culminó 1871 con los combates de El Plátano, La Horqueta, San Tadeo, San Ramón de Pacheco, Sitio Potrero y El Edén. En 1872 elevó el espíritu de lucha en Camagüey librando, entre otros, los combates de Palmarito de Curana, Destino, Casa Vieja, EL asiento, San Borges, y San José del Chorrillo. El 10 de mayo se extendió su mando hasta la provincia de Las Villas al subordinársele ese territorio.

Ese día combatió en «Consuegra». Le siguieron los encuentros de San Pablo, Los Yareyes, Babujal, Jicotea, Salado, el 22 de julio, donde una bala le atravesó ambos omóplatos, Jacinto, Las Yeguas y La Matilde. En 1873 libró los combates de Buey Sabana, Curana, Sao de Lázaro, Ciego Najasa, Soledad de Pacheco, Aguará, el fuerte Molina y Cocal del Olimpo. El 11 de mayo, en el momento en que atravesaba el potrero de Jimaguayú en medio de un combate, acompañado por un ayudante y dos ordenanzas, una bala enemiga impactó su sien izquierda provocando que se extinguiera tan valiosa vida. En el escalafón del Ejército Libertador aparece como ascendido a Mayor General el 24 de febrero de 1870, reconociéndosele la antigüedad en el grado desde el 10 de abril de 1869.

Rescate del brigadier Sanguily:

El 7 de octubre de 1871 se cubrió de gloria cuando, al frente de 35 jinetes, protagonizó la audaz hazaña de rescatar al entonces General de Brigada Julio Sanguily, quien horas antes había caído en poder de los españoles. Esta brillante acción es ejemplo de capacidad organizativa, coraje y valentía. Con un pequeño grupo de hombres logró arrebatarle vivo el prisionero a fuerzas españolas muy superiores en número.
Calificativos honorosos

A partir de Mayo de 1869 algunos partes militares fueron firmados por Agramonte como «El Mayor General» y luego aparecía su nombre. El 9 de julio de 1873, fue el brigadier norteamericano Henry Reeve quien lo calificó «El Mayor…»

El presidente de la República de Cuba en armas, Carlos Manuel de Céspedes, el 8 de julio de 1873 lo denominó «Heroico hijo». El doctor Félix Figueredo Díaz, brigadier y jefe de sanidad del ejército oriental lo nombró, el 23 de julio de 1873, «ídolo de los camagüeyanos».

Su ayudante y miembro de la escolta, el capitán villareño Ramón Roa Garí, lo definió en 1873, «UN HOMBRE DE HIERRO». El generalísimo dominicano-cubano, Máximo Gómez Báez, en julio de 1873, admitió que Agramonte estaba llamado a ser el «Futuro SUCRE cubano». El patriota y periodista Ignacio Mora de la Pera lo consideró, el 11 de junio de 1873, como «La mejor figura de la revolución»

Desde el 10 de octubre de 1888, estando en Nueva York, José Martí lo calificó… «Diamante con alma de beso».[[Manuel Ramón Silva y Zayas, camagüeyano, catedrático del Instituto de Segunda Enseñanza y coronel de la guerra de independencia de 1895, llamó a Ignacio Agramonte, el 11 de mayo de 1899 , «Mártir de Jimaguayú». En el periódico habanero «La Verdad|La Verdad», apareció un artículo dedicado a recordar el aniversario de la fatal caída en combate de Agramonte. La publicación, del 11 de mayo de 1899, lo designó como «Egregio Caudillo». En esa misma fecha, Manuel Ramón Silva lo ratifica con tres adjetivos, «El libertador», «Titán y campeón de la libertad».

El destacado periodista camagüeyano [[Ricardo Correoso y Miranda Ricardo Correoso y Miranda, publicó en el periódico «El Machete|El Machete» un atrevido artículo dedicado a honrar a Ignacio Agramonte, cuando aún la Isla estaba sometida a España. El 18 de mayo de 1887 lo designó «Ilustre abogado» y además un «Washington cubano».

Escolta de Agramonte, participante en el rescate del brigadier Julio Sanguily, el 8 de octubre de 1871, el periodista Manuel de la Cruz Delgado, el 20 de mayo de 1902, lo designó «Insigne paladín» y «Arquitecto de la revolución». Los Veteranos de la guerra de independencia siempre llamaron a Agramonte: «Paladín de la vergüenza» y «Apóstol inmaculado».

Enrique Collazo Tejada, brigadier cubano y escritor, designa a Agramonte: «Salvador de la revolución». El abogado, amigo de la familia, y excombatiente a las órdenes de Agramonte, lo describió, el 21 de febrero de 1921, «Coloso genio militar». El estadista y patriota cubano, Manuel Sanguily Garrite, el 30 de agosto de 1917, designó a Agramonte con extraordinario relieve continental, al nombrarlo «Un Simón Bolívar».
Valores de su vida militar

En los tres años y medio de su vida militar participó en más de cien combates. Además de los citados, se encuentran, los de La Industria, Caridad de Arteaga, El Rosario, El Socorro, Piedrecitas, Guaicanamar, La Trinidad, Las Catalinas y El Quemado. Como jefe supo combinar los principios de la táctica con la lucha irregular en las condiciones de las extensas sabanas de Camagüey, fundamentalmente con el empleo de la caballería. Llegó a establecer una sólida base de operaciones en ese territorio y prestó especial atención a la preparación militar y general de los jefes y oficiales, para lo cual creó escuelas militares como la de Jimaguayú.

Tratado con cariño y respeto por sus subordinados con el sobrenombre de «El Mayor», impuso estricta organización y disciplina a sus tropas. «El Bayardo», sobrenombre con el que pasó a la historia, es un símbolo de gallardía, patriotismo y valor. El 25 de julio de 1900 se le puso su apellido al pueblo de «Cuevitas», en la provincia de Matanzas.
Muerte

El 11 de mayo de 1873, en una acción de sorpresa, fue derribado de una bala en la sien derecha. El día 12, al llegar el cadáver a la plaza situada frente al hospital, el Padre Olallo, desafiando a los soldados españoles, solicitó conducirlo en camilla hasta el «Hospital de San Juan de Dios», donde lavó sus restos mortales y rezó ante el cadáver. El cuerpo fue incinerado con leña y petróleo por orden del gobernador hispano Ampudia.

A los 32 años, en plena juventud, traspasó los umbrales de la inmortalidad.

Fuentes:

* Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). TomoI. Biografías. Ediciones Verde Olivo.
* Juan Pérez.com
* Somos Jóvenes Digital
* Portal Cultural Principe
www.guije.com

Tomadod de ECURED.

Leer más...

Gustavo Sed Nieves

Cada 2 de febrero, al cumplirse un aniversario más de la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, se cumple también otro año de la desaparición física del último Historiador de la Ciudad, Gustavo Adolfo Sed Nieves.

La museóloga Lourdes Serrano, especialista de la Casa Natal de El Mayor, quien lo tratara por varios años, asegura que Gustavo tuvo una única novia, una sola madre, una sola compañera, a la que se consagró plenamente: La Historia del Camagüey.

Sed nos dejó cuando apenas contaba 57 años de edad, de ellos, más de cuarenta dedicados fundamentalmente a esta labor.

Su inclinación y pasión por las investigaciones históricas comenzaron desde la década del 50 del siglo XX, cuando conociera al historiador Abel Marrero Campanioni. El Alférez de Sanidad Militar del Ejército Libertador en la Guerra de Independencia de 1895, aquejado de la visión debido a su avanzada edad, recibía la ayuda desinteresada de Gustavo en la revisión de los cientos de documentos históricos que atesoraba. Muy joven todavía pudo acceder a materiales de suma importancia, adentrándose así en el mundo de la Historia Local.

Fue igualmente dichoso Sed por conocer, a través del propio Abel, al comandante Miguel Varona Guerrero, quien fuera ayudante del Generalísimo Máximo Gómez Báez. También a Ernestina Varona y del Castillo, hija del notable pedagogo y filósofo camagüeyano Enrique José Varona de la Pera, y a Herminia Agramonte Simoni, hija de El Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz. Esta última le facilitó copiosa información familiar, fotografías, recortes de periódicos y el libro Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana(1).

Esto le valió para aportar diversas informaciones y poder asesorar las distintas actividades de carácter histórico y cultural que se desarrollarían en la ciudad en el marco de la conmemoración por el centenario de la caída en combate de Ignacio Agramonte. Además condujo los estudios de la más relevante figura camagüeyana como asesor de los equipos de investigación de la historia local, integrado por estudiantes, trabajadores, militares, miembros de organizaciones populares, entre otros.

A la par, Sed colaboraba de forma gratuita en el Archivo Histórico Provincial, del cual fue uno de sus fundadores, y donde libró una meritoria labor por el rescate y conservación de la voluminosa documentación allí atesorada.

Más tarde fungió como especialista en el Museo Polivalente Provincial, institución donde trabajó la mayor parte de su vida y donde contribuyó a la creación de un cuerpo de investigaciones dedicadas a reseñar los principales acontecimientos históricos de la ciudad.

Como miembro del Consejo Científico Asesor de Investigaciones Históricas del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba, Sed desempeñó la decisiva tarea de atender la elaboración del período de La Colonia, lo cual cumplió satisfactoriamente. Fue en este equipo donde se aprovecharon al máximo sus valiosos aportes a la historia camagüeyana.

Asimismo fue coautor de Camagüey y su Historia y del Atlas de Camagüey, obra realizada en 1991. En este mismo año, al crearse la Dirección Provincial de Patrimonio Cultural, fue nombrado Especialista Principal en Museología e Historiador de dicha Institución, en la cual asesoró las investigaciones históricas del Equipo Técnico de Conservación y Restauración de Monumentos.

En febrero de 1999, coincidiendo con un aniversario más de la creación de la Villa de Puerto Príncipe, el Centro Provincial de Patrimonio desarrolló un curso acerca de la historia, la arquitectura y las tradiciones de la ciudad, en el cual Gustavo Sed jugó un relevante papel por las valiosas informaciones y experiencias transmitidas.

Entre sus colegas que le ayudaron a difundir la extensa documentación de su archivo personal se encuentra Ana María Pérez Pino, especialista del Museo Provincial y Roberto Méndez Martínez, investigador, poeta y ensayista.

En armoniosa unión este trío de talentosos autores publicaron: El Cementerio General de Camagüey, Historia de la Pedagogía Musical en Puerto Príncipe, La Historia de la Sociedad Filarmónica, entre otras.

Por su parte, Sed nos legó numerosos artículos publicados en el periódico Adelante con el nombre de Mis queridas calles camagüeyanas, sección conformada con interesantes retazos que reflejaban el acontecer histórico y cultural de una de las ciudades más pretéritas de Cuba.

De cada calle él conocía sus moradores y otros sucesos que venían a despertar un mayor interés en el lector por el costumbrismo y otras noticias del Puerto Príncipe y del Camagüey. También aparecieron sus artículos en las revistas: Cuba Internacional, Las Clavellinas, Resonancia, Bohemia, entre otras.

Como si quisiera ahorrar tiempo ante el volumen de datos, Gustavo prefería tener la compañía de otros especialistas que suplieran su pluma. Así aparecieron sus obras Generales Camagüeyanos, Papeles de El Mayor, Biografía de Agramonte y otros. De indudable éxito científico resalta la obra: Frasquito Agüero: independentista y bolivariano, El Camagüey en Martí, último libro en publicar, junto al escritor y ensayista Luís Álvarez Álvarez.

Poco después de su muerte vio la luz Visión de la Guerra, obra compartida con la historiadora Elda Cento Gómez, llena de valiosos testimonios recogidos en las cartas de Consuelo Álvarez de la Vega, principeña que vivió los tiempos de la Guerra del 95.

Poseía una mente prodigiosa, donde acumulaba minuciosa información de la historia del Camagüey. Como señalara José Rodríguez: «La gente no lo conoció tanto porque tuviera tal o cual publicación, sino porque él mismo era un libro abierto…»(2).

Como era justo reconocerse, recibió premios y menciones de diversas instituciones, organizaciones y organismos. Por su prolífica obra le fue conferido el Premio de Investigación del Ministerio de Cultura, que recibió rodeado de sus compañeros y compañeras en octubre de 1996. Sin desfallecer se entregó a la asesoría histórica del proyecto de la Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz.

Ya en los últimos años de su vida laboró en el programa radial En Frecuencia, el cual salía al aire los domingos a las 9:00 de la noche. Las grabaciones de este programa se hacían dialogadas entre el historiador y la locutora Rebeca Burón Marín, siempre buscando crear una expectativa en las temáticas historiográficas de la localidad para atraer la atención del oyente. Sed disfrutaba cada emisión y tenía un gran sentido de pertenencia a este programa.

Sus habilidades con las fuentes documentales, los vastos conocimientos sobre la historia del terruño, la disposición de colaborar con todas las personas urgidas de información, hicieron posible que fuera reconocido públicamente como el Historiador de la Ciudad, mucho antes de ser designado oficialmente para este cargo por la Asamblea Municipal del Poder Popular, el 2 de febrero de 1999. Al decir de Elda Cento, Gustavo fue un poco un historiador de frontera: tenía mucho del acucioso, del que busca la última comita y última pelusa del suceso, pero también tenía… del más contemporáneo, dotado de mecanismos de la historiografía actual…él era un historiador de detalle.

Desempeñando ya el puesto, estuvo presente en los más importantes proyectos emprendidos por la Oficina del Historiador, siempre dando sugerencias e ideas novedosas, razón por la cual aún hoy, muchos especialistas lo toman como un referente necesario en cada obra que se ejecuta.

Vale señalar que el Historiador nunca tuvo oficina oficial en la Institución debido al delicado estado de salud que presentaba, por lo que pasó a ser un consultor en su propia casa; sin embargo, siempre estuvo dispuesto a dar sus conocimientos sin esperar nada a cambio.

Desdichadamente, solo pudo tener la satisfacción de sentirse útil con esa responsabilidad durante un año, debido a que la muerte le privó de ese privilegio, «la pérdida es irreparable; la de Sed, además, nos deja sin la referencia precisa, la anécdota inédita, sin el maestro, el compañero, el amigo […] sin el insustituible minucioso batallador, sin la infinidad histórica por conocer»(3).

Su cadáver mereció ser velado en el salón principal de la funeraria de la Caridad, cubierto por la bandera nacional y otras condecoraciones recibidas, y con guardia de honor realizada por compañeros y allegados. Desde horas muy tempranas, el lugar reunió una grandiosa multitud que luego acompañó el cortejo fúnebre, precedido por la banda municipal.

Ya en el pórtico de la Necrópolis, el Dr. Jorge Veranes Salinas, jefe del Departamento Ideológico del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba, remarcó las méritos excepcionales de este Hijo Ilustre de la Ciudad de Camagüey, que ganó con su actuar el honor de haber sido nombrado Historiador de la Ciudad el 2 de febrero del 2000 –fecha en la que el pueblo de Agramonte celebraba otro cumpleaños de la antigua villa de Santa María del Puerto del Príncipe. A esta ciudad, justo un año después, le ofrendaría su vida.

——————————————————————————–

Notas
1. La obra, editada por la Editorial Dorrbecker en 1928, había sido escrita por el abogado Eugenio Betancourt Agramonte, nieto del Mayor Agramonte.
2. Rodríguez Barreras, José: Hablar de Gustavo. Revista Senderos, No. 4, enero-junio 2006.
3. Delys Cruz, María: Oda por un camagüeyano insustituible. Periódico Adelante. Camagüey, Sábado 5 de febrero del 2000.

Artículo: Gustavo Sed Nieves: imprescindible Historiador de la Ciudad de Camagüey, Autor: Lic. Mirlyett Malvares Álvarez, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

Leer más...

Gonzalo Aróstegui del Castillo

Nació en Puerto Príncipe (actual ciudad de Camagüey perteneciente a la provincia del mismo nombre), Cuba, 27 de junio de 1859, y falleció en La Habana (actual ciudad del mismo nombre perteneciente a la provincia Ciudad de la Habana), Cuba, el 18 de noviembre de 1940.Médico. Destacado integrante del movimiento científico en Cuba.

Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, Puerto Príncipe, y a los 9 años ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza para cursar el Bachillerato. Al comenzar la Guerra de 1868 y tras la clausura de dicho Instituto, se incorporó al Colegio San Francisco de los Padres Escolapios. Concluyó el Bachillerato en el Seminario San Carlos, al que asistió como alumno externo, graduándose en el Instituto de La Habana.

Ingresó en la Real Universidad de La Habana para cursar los estudios de Medicina, hasta que en el 4o año de la carrera se trasladó a España para continuarlos en la Universidad de Madrid, concluyéndolos finalmente a la edad de 22 años, el día 29 de diciembre de 1881. Viajó posteriormente a París, con el objetivo de profundizar sus conocimientos en la Universidad de la Sorbona; durante dos años realizó prácticas en el Hospital Dieu y en diferentes centros médicos.

Más tarde se trasladó a los Estados Unidos, y en Nueva York entró en contacto con los sistemas y métodos empleados en ese país, donde visitó las Clínicas Infantiles de Jacobij, Holt, Kerley, Caillé, y otras en el Post-Graduate así como en el New York Policlinic. Posteriormente regresó a Madrid para iniciar su carrera facultativa en Medicina General y Psiquiatría. Sólo más tarde es que comenzará su dedicación a la Pediatría.

Ya en Cuba, a la altura de 1886, fue nombrado Médico de la Casa de Beneficencia, labor que desempeñó durante 45 años, llegando a ser el único facultativo y médico visitador de esa institución, la cual simultaneó con la atención facultativa al Colegio La Inmaculada y al Asilo de Ancianos Desamparados. Fue considerado un gran clínico por su poder de observación y su perspicacia para el diagnóstico.

Perteneció a la Sociedad de Estudios Clínicos, a la cual presentó su primera comunicación el 23 de mayo de 1890, referida al Estado mental de los epilépticos, labor que mantuvo durante años, como testimonia su contribución consistente en una técnica sencilla y original para resolver algunos casos de Cuerpos extraños en las fosas nasales, que fuera presentada el 30 de noviembre de 1935.

El 1º de julio de 1894 ingresó como Académico de Número de la Sección de Medicina, en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, tras exponer su trabajo titulado: Condiciones de la producción médica en Cuba. Desde el 17 de diciembre de ese propio año, hasta el 26 de enero de 1896, fue Director de los Anales de dicha corporación, así como Bibliotecario de ésta entre el 22 de marzo de 1903 y el 28 de abril de 1905. El 11 de mayo de 1923 fue nombrado Director de la Sección de Medicina, Odontología y Veterinaria, responsabilidad que desempeñó hasta su deceso.

En su calidad de Académico, fue designado para representar a la institución en múltiples ocasiones, tales como: el entierro de los restos de Federico Capdevila (1903); la Comisión Nacional de Cooperación Intelectual (1939); la Comisión para estimular la lucha antinarcomana (1935), entre otras. De igual forma, le fue encargado pronunciar los discursos científicos en conmemoraciones especiales, como el aniversario de la fundación de la Real Academia de La Habana, el 19 de mayo de 1904, y la sesión de homenaje al Académico de Mérito y Secretario de la Academia, Dr. Luis Montané, con motivo del primer aniversario de su fallecimiento, en 1938, por sólo citar dos ejemplos.

Por su prestigio y capacidad profesional, formó parte de los Tribunales de oposiciones para aspirantes a Cátedras de diversas instituciones docentes tales como: la Escuela Normal para Maestras de La Habana (1917); la Escuela Normal de Pinar del Río (1922); la Escuela Normal de Matanzas (1923); la Escuela Normal de Camagüey (1925); así como las Escuelas de Medicina y Farmacia (1924) y la de Letras y Filosofía (1930) de la Universidad de La Habana, entre otras. De igual forma, y designado por la Academia de Ciencias de la Habana, formó parte de los Jurados constituidos en los años 1938 y 1939, para juzgar las obras presentadas al Premio Nacional de Literatura, convocado por la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación.

Nombrado Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, en 1919 se dio a la tarea de fundar los Institutos de Camagüey y Matanzas, lo cual le valió los reconocimientos de «Hijo Predilecto de Camagüey» e «Hijo Adoptivo» de Matanzas. En cumplimiento de estas funciones, asistió en representación del gobierno a la sesión conmemorativa por el 160º aniversario de la fundación de la Academia de Ciencias de La Habana, el 19 de mayo de 1921.

Entre las múltiples instituciones y sociedades a las cuales perteneció, fue uno de los fundadores de la Junta Superior de Sanidad, por designación del Presidente Tomás Estrada Palma; fundador de la Sociedad Cubana de Pediatría; miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País; Presidente de la Liga contra la Tuberculosis; Vocal del Ateneo de México; Vocal del Instituto de Asistencia y Prevención Social; Vocal y Presidente del Consejo Escolar de La Habana y de la Junta de Educación de La Habana. Fue, además, Cónsul de Brasil por espacio de casi 30 años.

Como Presidente de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, cooperó en la edición de obras como: la de Gonzalo de Quesada; la de los once volúmenes de José Martí; la de Rafael Montoro en su homenaje; la del primer tomo de versos de la poetisa Emilia Bernal; la de las obras de Vidal Morales; así como en la revisión de diferentes artículos de Enrique Piñeyro, publicados en El Fígaro. A su muerte, la Asociación decretó un duelo de 3 días en sus dependencias y suspendió por ese espacio de tiempo todas las actividades previstas.

Colaboró en periódicos políticos de Camagüey y La Habana, tales como La Luz, El Pueblo, El Camagüey, Nuevo Mundo, la Revista Cubana, El Triunfo, El País, el Diario de la Marina y El Mundo. Fue además redactor y colaborador de la Revista de Ciencias Médicas, del Progreso Médico, de Vida Nueva y de la Revista de Medicina y Cirugía de la Habana. Realizó también traducciones de obras del inglés, francés, italiano y portugués. Entres sus principales condecoraciones figuraban: la Medalla de Instrucción Pública de Venezuela y la Cruz Roja de Brasil.

Tomado de Internet.

Leer más...

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Gertrudis Gómez de Avellaneda, (Camagüey; 23 de marzo de 1814 – Madrid; 1 de febrero de 1873), escritora y poetisa cubana. Nació en la antigua Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, Cuba el 23 de marzo de 1814. Pasó su niñez en su ciudad natal y residió en Cuba hasta 1836. En este año parte con su familia hacia España.

En este viaje compuso una de sus más conocidos versos,’Al partir. Antes de llegar a España recorrió con su familia algunas ciudades del sur de Francia especialmente en Burdeos donde vivieron por algún tiempo. Finalmente en España se establecieron en La Coruña. De La Coruña pasó a Sevilla y publicó versos en varios periódicos bajo el seudónimo de La Peregrina que le ganaron una gran reputación.

Es en esta ciudad donde en 1839 conoce al que será el gran amor de su vida Ignacio de Cepeda y Alcalde joven estudiante de Leyes con el que vive una atormentada relación amorosa, nunca correspondida de la manera apasionada que ella le exige, pero que le dejará indeleble huella. Para él escribió una autobiografía y gran cantidad de cartas que publicadas a la muerte de su destinatario muestran los sentimientos más íntimos de la ecritora. Visitó Madrid en 1840 donde hizo amistad con literatos y escritores de la época.

Al año siguiente publicó exitosamente su primera colección de poemas. Después de los éxitos líricos vinieron los triunfos dramáticos. Su primera obra estrenada en Madrid en 1844 fue ‘Munio Alfonso, la cual fue inicio de su gran fama como dramaturga.

En España escribió una serie de novelas, la más famosa Sab (1841) que fue la primera novela abolicionista.

En 1844 conoce al poeta Gabriel García Tassara. Entre ellos nace una relación que se basa en el amor, los celos, el orgullo, el temor. Tassara desea conquistarla para ser más que toda la corte de hombres que la asedian, pero tampoco quiere casarse con ella. Está enfadado por la arrogancia y la coquetería de Tula, escribe versos que nos hacen ver que le reprocha su egolatría, ligereza y frivolidad. Pero Avellaneda se rinde a ese hombre y poco después casi la destroza. Tula está embarazada y soltera, en un Madrid de mediados del siglo XIX, y en su amarga soledad y pesimismo viendo lo que se le viene encima escribe «Adiós a la lira», es una despedida de la poesía. Piensa que es su final como escritora. Pero no será así.

En abril de 1845 tiene a su hija Maria, o Brenilde como la llama ella. Nace muy enferma y muere con siete meses de edad. Durante ese tiempo de desesperanza escribe de nuevo a Cepeda: «Envejecida a los treinta años, siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insignificante para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.»

Son escalofriantes las cartas escritas por Tula a Tassara para pedirle que vea a su hija antes de que muera, para que la niña pueda sentir el calor de su padre antes de cerrar los ojos para siempre. Brenilde muere sin que su padre la conozca.

En 1846 se casó con don Pedro Sabater. Al poco tiempo su esposo enfermó y apenas un año después de su matrimonio quedó viuda.

En 1850 realiza una segunda edición de sus poesías. Movida por el éxito de sus producciones y acogida tanto por la crítica literaria como por el público en 1854 presentó su candidatura a la Real Academia Española pero prevaleció el exclusivismo imperante en la época y el sillón fue ocupado por un hombre. En 1858 estrenó su drama Baltasar cuyo triunfo superó todos los éxitos tenidos anteriormente y lo cual compensó las contrariedades que había encontrado en su carrera.

Se casó nuevamente en 1856 con un político de gran influencia, don Domingo Verdugo. Con él realizó un viaje por el norte de la Península y después de 23 años de ausencia regresó a Cuba en 1859. Vivió en Cuba unos cinco años. Tula, como era conocida afectusamente por el pueblo, fue celebrada y agasajada por sus compatriotas. En una fiesta en el Liceo de la Habana fue proclamada poetisa nacional. Por seis meses dirigió una revista en la capital de la Isla, titulada el Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860). A finales de 1863 la muerte de su segundo esposo, el coronel Verdugo, acentuó su espiritualidad y entrega mística a una severa y espartana devoción religiosa. En 1864 partió de Cuba, para nunca más volver a su Patria, en un viaje a los Estados Unidos, de allí pasó a España.

En 1865 fija su residencia en Madrid donde murió el 1 de febrero de 1873 a los 59 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio de S. Fernando de Sevilla.

Obra de la escritora

Poesías de la señorita Da. Gertrudis Gómez de Avellaneda, Est. Tip. Calle del Sordo No. 11, Madrid, 1841.
Sab, Imprenta de la Calle Barco No. 26, Madrid, 1841.
Dos mugeres (sic), Gabinete literario, Madrid, 1842-43.
La baronesa de Joux, La Prensa, La Habana, 1844.
Espatolino, La Prensa, La Habana, 1844.
El príncipe de Viana, Imp. de José Repullés, Madrid, 1844.
Egilona, Imp. de José Repullés, Madrid, 1845.
Gutimozín, último emperdor de México, Imp. de A. Espinosa, Madrid, 1846.
Saúl, Imp. de José Repullés, Madrid, 1849.
Dolores, Imp. de V.G. Torres, Madrid, 1851.
Flavio Recaredo, Imp. de José Repullés, Madrid, 1851.
El donativo del Diablo, Imp. a cargo de C. González, Madrid, 1852.
Errores del corazón, Imp. de José Repullés, Madrid, 1852.
La hija de las flores; o, Todos están locos, Imp. a cargo de C. González, Madrid, 1852.
La verdad vence apariencias, Imp. de José Repullés, Madrid, 1852.
Errores del corazón
La aventurera; Imp. a cargo de C. González, Madrid, 1853.
La mano de Dios, Imp. del Gobierno por S.M., Matanzas, 1853.
La hija del rey René, Imp. de José Rodríguez, Madrid, 1855.
Oráculos de Talía; o, Los duendes en palacio, Imp. de José Rodríguez, Madrid, 1855.
Simpatía y antipatía, Imp. de José Rodríguez, Madrid, 1855.
La flor del ángel (tradición guipuzcoana), A.M. Dávila, La Habana, 1857.
Baltasar, Imp. de José Rodríguez, Madrid, 1858.
Los tres amores, Imp. de José Rodríguez, Madrid, 1858.
El artista barquero; o, Los cuatro cinco de junio, El Iris, L Habana, 1861.
Catilina, Imprenta y Librería de Antonio Izquierdo, Sevilla, 1867.
Devocionario nuevo y completísimo en prosa y en verso, Imprenta y Librería de Antonio Izquierdo, Sevilla, 1867.
Obras literarias, Imp. y estereotipia de M. Rivadeneyra, Madrid, 1869-1871, 5t.
Leyendas, novelas y artículos literarios. Reimpresión de los tomos 4 y 5 de las Obras literarias, Imp. de Aribau, Madrid, 1877
Obras dramáticas, Reimpresión de los tomos 2 y 3 de las Obras literarias Imp. y estereotipia de M. Rivadeneyra, Madrid, 1877.
Poesías líricas, Reimpresión del tomo 1 de las Obras literarias, Librería de Leocadio López, Madrid, 1877.
La Avellaneda. Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa, hasta ahora inéditas, con un prólogo y una necrología por D. Lorenzo Cruz de Fuentes, Imprenta de Miguel Mora, Huelva, 1907.
Cartas inéditas y documentos relativos a su vida en Cuba de 1839 a 1864, La pluma de oro, Matanzas, 1911.
Obras de la Avellaneda (Edición del centenario)
Memorias inéditas de la Avellaneda, Imprenta de la Biblioteca Nacional, La Habana, 1914.
Obras de la Avellaneda. Edición del centenario, Imp. de Aurelio Miranda, La Habana, 1914.
Leoncia, Tipografía de la Revista de Archivos, Biblioteca y Museos, Madrid, 1917.
El aura blanca, Oficina del historiador de la Ciudad, Matanzas, 1959.
Teatro, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965

Autor: Wikipedia

Leer más...

Gaspar Betancourt y Cisneros

Gaspar Betancourt y Cisneros (El Lugareño), nació el 28 de abril de 1803, en Puerto Príncipe. Escribió la mayor parte de sus artículos sobre agricultura, economía, industria, educación, viajes, costumbres, colonización, literatura, crítica, y ciencia.

Fomentó la enseñanza fundando escuelas para los pobres y dando clases a los campesinos. Fundó una colonia agrícola, repartió gratuitamente tierras de su heredad, y creó, estableció e inauguró, contra viento y marea, el ferrocarril de Camagüey a Nuevitas, segundo en la Isla.

Gaspar Betancourt y Cisneros fomentó las exposiciones de ganado en Camagüey. Promovió homenajes públicos a la memoria de los grandes cubanos. Tuvo que emigrar y regresó al cabo de quince años de exilio.

En su vida no hubo descanso, pero lo admirable de este hombre singular no está en lo mucho y vario que hizo, sino en el cómo y el por qué. Es el primer periodista de su tiempo, no periodista «de Redacción», sino de vocación. Sus artículos sin afeites literarios ni erudición almanaquista no solo son la expresión clara y límpida de su pensamiento, sino el primer acto de su voluntad, el preludio de sus realizaciones.

Gaspar Betancourt y Cisneros falleció en La Habana el 7 de diciembre de 1866.

Tomado de Internet.

Leer más...

Fidelio Ponce de León

Fidelio Ponce es el artista que, en la vanguardia plástica cubana, valida lo nacional desde una singular cultura que en su producción se revela como factor modélico de comportamiento regional, pero indiscutiblemente de repercusión nacional: la cultura camagüeyana.

En medio de una fuerte ebullición en el orden económico y político, el 24 de enero de 1895, nació Alfredo Ramón de la Paz Fuentes Pons, primogénito de los camagüeyanos Antonio Fuentes Olazábal y Mercedes Pons Portuondo.

Resultaba insospechable para los principeños que el pequeño de la calle Astillero no. 7½, hoy Aurelia Castillo no. 20, sería uno de los grandes genios de la vanguardia plástica cubana bajo el nombre de Fidelio Ponce de León Henner; hombre sin el cual la sinfonía plástica cubana perdería autenticidad y la sutileza crítica que aun hoy le tipifica.

Desde la instauración de la República Neocolonial y en torno a la sutil imposición de patrones norteamericanos se exigía, desde la cultura, el reconocimiento de un patrimonio de corte nacional que sustentara «lo cubano».

Nuestro panorama, mucho más amplio y diverso en lo histórico y lo geográfico de lo que cualquier ser humano pueda aprehender, vendría a ser el sujeto más importante en la plástica «cubana»; un paisaje que deviene puntal imprescindible para toda aproximación e interpretación de una producción cultural llamada a ahondar en las raíces de la Isla, huellas inconscientes en aquellos que se asoman a los fenómenos desde lo cotidiano, mas de transparente razonamiento para quienes desde un mirador otro, desdibujan las formas y apariencias en aras de redescubrir y atrapar las esencias.

En ese periodo de búsqueda, de encuentros y desencuentros, la particularidad nacional quedaría incompleta si deja al margen las diversas raíces históricas y los matices geográficos que la integran.

Pero tomar conciencia cultural de lo real maravilloso como peculiaridad que tipifica el Caribe, y por tanto la insularidad en la que estamos inmersos, requirió de un continuo viaje de ida y vuelta, de un distanciamiento que, desde la supuesta nitidez de la cultura occidental, permitiera redefinir y atrapar la magia de La jungla, como si resultara necesario conocer la abarrotada confluencia de genuinos estilos artísticos, en tanto generados e interpretados desde el contexto que les dio origen —Románico, Gótico, Renacentista, Barroco, Neoclásico—, para comprender la fuerza discursiva de una arquitectura sin estilo, de un arco, una columna, una mampara, un vitral que juega con la luz, una mesa cargada de flores, papaya o mameyes, síntesis icónica que desborda la legible voluptuosidad de la arquitectura colonial cubana para revelarse cómplice de juegos prohibidos o no, pero siempre humanos.

Aunque Fidelio Ponce de León no tramitó visa y pasaporte, viajó a Europa desde su imaginación y caló en las escuelas pictóricas mediante las enciclopédicas pinacotecas del arte.

Encontrar el justo espacio de Ponce de León en el entramado de lo nacional requiere –como en la narrativa de La Tula, Gertrudis Gómez de Avellaneda, o en el pensamiento independentista de Joaquín de Agüero y Agüero– hurgar, primero, en la génesis y, luego, en los resultados del referido distanciamiento de los horizontes culturales que penetran sin límites en las entrañas de los artistas desde edades tempranas; un conjunto de recuerdos que afloran de modos imprevistos en medio de los más diversos lenguajes artísticos.

El mundo infantil de Fidelio Ponce, desde lo externo, lo social, quedó atrapado en las polémicas contradicciones entre las hegemónicas posturas de España y Norteamérica por sostener la tenencia de la Isla; mientras en lo intimo, lo familiar, estuvo inmerso en una conservadora y tradicional familia camagüeyana que, como la ciudad misma, resultaba heredera del más auténtico catolicismo en Cuba.

Con tan solo 8 años, tras la muerte de su madre y un infructuoso intento de relación con su madrastra, Fidelio Ponce se distanció de su padre, quien cubría las crónicas religiosas en la prensa local, y pasó a vivir con sus tías, solteronas de fuerte religiosidad y vida introspectiva, quienes no dudarían en inscribirlo en las Escuelas Pías, espacio que terminó por marcar en él un mirar franciscano al entorno.

Cargado de una exquisita sensibilidad, en 1912, Ponce de León enfrentó la obra pictórica de Rodríguez Morey, director artístico de Bohemia, y quedó impactado con su obra «Triste jornada», una escena en que se aborda la irremediable despedida de unos campesinos a su hijo muerto, anécdota de fácil comprensión para Ponce, familiarmente relacionado con el manifiesto recogimiento e intimismo con que el autor ha mostrado el tema.

La impronta dejada por la pintura de Morey subyuga al joven Fidelio, al punto de despertar su interés de expresarse mediante el lenguaje de la pintura y, en 1916, con el apoyo de Rodríguez Morey, abandona El Camagüey para ingresar a la Escuela de Pintura de San Alejandro en La Habana.

Ni la distancia ni los amplios horizontes capitalinos quebrantaron el conformado espíritu del principeño; de modo que ante la inmensa galería de autores y obras que le propone la academia, Fidelio Ponce siente predilección por Esteban Murillo, español del siglo XVII que con maestría había captado los sucesos callejeros, con un halo de misticismo o bondad religiosa que resultaba familiar al universo infantil de Ponce de León.

Cruzar sin obstáculos los posibles puentes hermenéuticos que le proponía Murillo era cuestión de fusión de horizontes entre el autor del XVII y el espectador de principios del XX. Para la agudeza de Ponce un Murillo es más que una escena romántica; es, filosóficamente hablando, la grandeza de lo humano y el grito a la pobreza y el hambre.

Ponce de León ha llevado del Camagüey, como el más firme equipaje, una incalculable fantasía para la lectura y escritura de los más profundos e íntimos mensajes; de los lenguajes tendrá mucho que aprender todavía.

De San Alejandro Fidelio Ponce sacó importantes definiciones; entre ellas, la necesidad de crear un arte nuevo en oposición a la retrograda academia, tan apegada al viejo continente como ajena a la expresividad de la cultura insular.

No es casual que, dentro del claustro de maestros, centrara su atención en Leopoldo Romañach, profesor de la especialidad de colorido que, en correspondencia con la vanguardia europea, asumía la validez de los valores expresivos de los diferentes elementos plásticos. Sin embargo, no sería la academia el ámbito en que Ponce de León crea el instrumental técnico que lo revelará como uno de los grandes dentro de la vanguardia de la plástica cubana; por el contrario, será la búsqueda de sí mismo, el hurgar una y otra vez en su anhelo de genialidad lo que le revelará originalidad y grandeza.

Tras la autenticidad del arte y de su vida, infiel a cualquier compromiso que no fuera su ética ante la creación y la vida, Ponce de León abandonó la Academia y comenzó una vida nómada, huraña y solitaria, en la que no faltaría el alcohol.

Descomponer en sus obras la totalidad significante en búsqueda de una lectura de significados entraña atrapar su proceder en la vida, mirarla desde la constante inquietud que le hace marchar en solitario.

Al margen de sustanciosos proyectos económicos, Fidelio Ponce es de los artistas que recorre los barrios suburbanos y ciudades cercanas para cubrir las necesidades de subsistencia como rotulista de compañías comerciales, tarea que debió permitirle jugar con las más diversas gamas de atractivos colores. La labor de diseñar y crear los carteles que promueven las películas que ofrecen las salas cinematográficas así lo avalan.

La irrupción de Fidelio Ponce de León en el Arte aparece a los 39 años, en 1934. Cuando tras un período alejado de la bebida realiza su primera exposición personal en El Liceum habanero, un conjunto de obras en las que parece sumergir el contradictorio universo del niño nacido en Astillero 7½, cosmos evidente tanto en los títulos como en su particular representación.

Dos Mujeres (1934), La familia está de duelo (1934), son obras que conmueven por su fuerza expresiva, por una técnica angustiosa en medio de una generación que ha encontrado en la luz del trópico y en un vivo colorido, los íconos más significativos del arte pictórico cubano y caribeño.

Precisamente la sobria factura que obvia toda concepción a la facilidad tropical, unido a la constante preocupación de tomar solo lo indispensable, al margen de todo lo superfluo, reveló desde entonces a Fidelio Ponce como uno de los artistas más genuinamente originales y sustantivos que hemos producido.

¿Cuánto de convergencia con una expresividad principeña, distante de las cosmopolitas ciudades portuarias? Introspección y sencillez compositiva reina por doquier en la arquitectura y el modo de entender la vida en El Camagüey, ciudad conformada desde una postura franciscana, a distancia de férreas legislaciones y falsas apariencias.

En ello radica la fuerza motriz de un Ponce de León, en la capacidad para resumir un período colonial desde uno de los factores modélicos de mayor impronta desde el punto de vista cultural regional: la religión; arista desde la cual se comprende, histórica y geográficamente, el proceder y accionar de los habitantes de una de las regiones más importante de Cuba: la de la antigua villa Santa María del Puerto del Príncipe.

Sin tener en cuenta los lazos identitario del artista con su región, el mundo pictórico de Fidelio Ponce, es un «mundo raro y doliente, de blancos, grises, sepias y otros brumosos tonos».(1)

Para corroborar el fuerte patrón identitario que sustenta la poética de Ponce de León, un año después de su debut, alcanza el reconocimiento artístico en el Salón Nacional de 1935, al ser premiada su obra Beatas (1935). Años más tarde logra el primer premio por Los Niños (1937).

Paralelo al reconocimiento de especialistas que integran los jurados se inicia un interminable ambiente reflexivo por parte de la crítica y la historia del arte para explicar el proceso creador de Ponce de León, tarea que se enfoca básicamente desde artitas y obras que integran el catálogo pictórico del arte occidental.

Por el lenguaje, caracterizado por la simplificación, líneas sinuosas y las proporciones alargadas, le relacionaron con el italiano Amedeo Modigliani (1884-1929), artista que se había destacado en el tema de retrato y el estudio de la figura humana en imágenes que, a pesar de mostrar gran simplicidad en los contornos, revelan un considerable discernimiento psicológico y un curioso sentido del patetismo.

Las inquietudes de Fidelio Ponce se avenían a este lenguaje; mas la fantasía del cubano le imprimiría un sello que abogaba por un escape de las formas hasta diluirlas entre los empates de color que definen la obra.

Por el halo de misticismo que reina en los temas de Ponce de León, se le asocia a Doménikos Theotokópoulos, El Greco (1541-1614), maestro en captar con marcada expresividad el fervor religioso del siglo XIV; la fantasía y distorsiones del español, cercanas a Modigliani, entroncan con el provinciano Ponce que, definitivamente autodidacta, no conoce el arte universal y la vida europea más que por reproducciones en catálogos.

Dentro de la gran diversidad de estilos y modos de hacer que conoció, Fidelio Ponce eligió y tamizó los rasgos que deberían servirle para su fin. Mira a los maestros de la pinacotecas pero los somete a una constante experimentación personal mediante una paleta en la que predomina el siena, verde vejiga y azules agrisados, ocres y sobre todo, mucho blanco.

Hay en las obras de Ponce de León lecciones de los maestros, como en su palabra un ameno conocimiento de Italia, Francia, España y otros centros del arte europeo. Jorge Mañach describe su momento de creación como un acto en el que el artista permanece ensimismado: «seguía elevando su fantástico soliloquio o lanzando, sin esperar respuesta, aquellas preguntas suyas, de una avidez polémica, mezcla de humildad y de egoísmo. Palabra y trazo fluían a la vez como algo natural, sin cálculo; y ambos eran hipérbole y metáfora, genial delirio».(2)

Importantes consideraciones acerca de la yuxtaposición de la vida y obra de Ponce de León se obtienen del nombre elegido por el joven Alfredo Fuentes Pons para comprometerse desde las artes plásticas con su época.

Juan Sánchez, su biógrafo, mediante relación entre nombre real y artístico ofrece un detallado análisis de cada uno de los elementos que la integran; relación que permite entrever la cosmogonía del pintor.

Acerca de Fidelio y Ponce, parece imponerse la corta distancia fonemática con los originales Fuentes y Pons respectivamente; mientras que De León Henner guarda analogía con su personalidad; de rey, fiera, solitario, andariego e independiente el primero; de soñador y enamorado de la posteridad en lo segundo si se recuerda que Henner lo toma de un pintor europeo, personaje que según él mismo contaba, había sido su abuelo.

Una incalculable fantasía desborda, no solo la obra de Fidelio Ponce, sino también su vida, no en vano entre las artes siente predilección por la música, cuya sutil abstracción desencadena los más elevados sentimientos y estados de ánimo.

Entre 1935 y 1940 la producción de Ponce de León está considerada como una etapa de constante búsqueda y reafirmación de un estilo personal. Son los años en que se representa un mundo «raro y doliente, de blancos, grises, sepias y otros brumosos tonos» que le acercan al Goya grabador; es el período al que corresponden las obras ya referidas, así como Rostros de Cristo y Mi prima Anita, un rostro femenino en tonos siena que se degrada hasta el blanco como signo de paz y amor.

Otro carisma, marcado por la madurez, muestran las obras creadas por Fidelio Ponce entre 1940 y 1949; sin lugar a dudas, los duros aconteceres sufridos a partir de 1939, año en que se le diagnostica la tuberculosis, dejaron su impronta en ello. Es la etapa de los grises y los sienas y la preferencia por las figuras religiosas, entre ellos, Rostros (1941).

Tras la constante obsesión del pintor por conquistar el color «anacarado» en su personalísima paleta, se encuentra la incomprensión de críticos y teóricos pendientes al reto de lograr distanciar el arte que se produce en la Isla del fatuo pintoresquismo como signicidad de lo cubano; estrategia que no podría reducirse a la síntesis de elementos significativos generalmente identificables. Los temas familiares, la arquitectura habanera, la mulata, el campesinado, el paisaje rural con su diverso atributo –colorido y vegetación, entre otros–, conforman un conjunto de signos externos al ser humano en cuya posición no tiene cabida Fidelio Ponce.

Con personalidad propia Ponce de León se alista entre los que miran más hondamente, entre aquellos que con firme convicción se adentran en lo interno, en el alma y espiritualidad del ser humano, con el fin de encontrar lo sustancial de «lo cubano». Paralelo a ello su producción se inserta en lo universal para ser reconocida por cualquier espectador que se aproxime a la obra, amén al contexto cultural que le sirva de referencia.

Con el armazón instrumental que marca la estrategia de un crítico, Guy Pérez Cisneros reconoce que ante un Ponce «no podemos evitar el estremecimiento ante el concepto de infinito e indefinido, ni la angustia ante esa nada fluyente en que se revelan tan difíciles las formas y el ser». «Así –seguiría diciendo– las pinturas de Ponce ejercen sobre nosotros en primer lugar, un efecto carnal, corporal; nos empujan, nos oprimen el diafragma o el corazón».(3)

Y es que ante el enigma de la pintura de Fidelio Ponce, sólo quienes posean un perverso amor por el rigor técnico formal del arte lograrán crear un espacio, de manera inmediata, a la razón estética; por el solo hecho de predominar en éstos cuadro el áurea, el hic et nunc (el aquí y el ahora) de la obra que le da permanencia dentro de la fluidez, libertad dentro de los barrotes históricos concretos que la conforman y, autenticidad e irrepetibilidad, dentro de lo común y lo vulgar.

La falta de concreción definitiva de la obra, la evasiva cristalización del todo y cada una de sus partes, son enigmas y soluciones artísticas –preconcebidas o no, inexplicables o no desde el sujeto creador– que impiden una posible indeferencia entre un Ponce y el observador de su pieza.

Resulta pueril pensar que este artista no parte de la realidad inmediata, sólo que se trata de una realidad interior que al materializarse, libre de toda contingencia, deviene inspiración, sueño, idea, Arte. Un discurso plástico que obvia los mensajes literarios, la construcción de arquetípicos y terrenales personajes por pertenecer a un tipo de pintor que, como afirma Pérez Cisneros, «que pinta por pintar como obligado por un sino fatídico ciego a todo paisaje, sordo a toda palabra, capaz de sacar de su entraña un mundo inmenso y completo, ese tipo de pintor no existe entre nosotros, a no ser que recurramos a un solo ejemplo: a Ponce»(4)

Pierre Loeb, crítico de arte francés que penetra en los intersticios del proceso creador de Ponce de León, reconoce como principal atributo de su obra la riqueza de vida y de sentimiento discretamente expresado aun cuando los temas puedan parecer anacrónicos. No en vano considera que «Ponce tendrá siempre el honor de haber entonado su propia canción, de haber dado a todos el ejemplo de un hombre de calidad y de nobleza».(5)

¿Cuánta sincronía puede existir entre semejante enigma y los misterios de la religiosidad en Fidelio Ponce? La predilección por los temas religiosos, a los que se suman la espiritualidad contenida en aquellos que propiamente no lo son, hace que se le considere el pintor de la religión.

Pero más allá de una visión religiosa, predomina en Ponce de León una profunda sensibilidad humana; ante la insistencia, en medio de un anticlericalismo republicano, confesaba: «Creo que, en el fondo, yo soy religioso porque soy timorato. La religión es un gran temor».[6]

Transparente en sus ideas, incluso en sus apasionadas mentiras, la vida y obra de este artista resulta contenedora de una aparente ambigüedad entre el ateismo y la fe religiosa que se desdibuja en los actos que rodean su última voluntad: ser amortajado, como en el siglo XVIII en su Puerto Príncipe natal, con los hábitos de San Francisco –con capuchón y todo– y, a iniciativa de su esposa, llevar sobre su pecho una estampa de la obra Entierro del conde de Orgaz, de El Greco, una de las escenas religiosas más sobrecogedoras de la historia del arte.

Así, envuelto en los signos de humildad y el arte, de la gloria que con obsesión persiguió a lo largo de su vida, Ponce abandonó lo terrenal el 19 de febrero 1949, dejando como dote a la cultura cubana una de las más singulares notas de la amplía sinfonía plástica del país.

*Versión del título para la Web. Título original: Fidelio Ponce: insoslayable huella en la plástica cubana

——————————————————————————–

Notas
(1) Juan Sánchez: Fidelio Ponce, Letras Cubanas, 1985, p. 43.
(2)] Apud. Juan Sánchez: Ob. cit., p. 38-39.
(3) Guy Pérez Cisneros: «El mundo sumergido de Ponce», Grafos, 10(119):20-21, La Habana, febrero-marzo de 1944, en Las estrategias de un crítico. Antología de la crítica de Guy Pérez Cisneros, Letras Cubanas, La habana, 2000, p. 174.
(4) Ibíd., p. 178.
(5) Apud., Juan Sánchez: Ob. cit. p. 45. Similar grandeza descubre el mexicano David Alfaro Sequeiros cuando en su recorrido por la exposición de pintura de la Institución Hispanocubana (1943) acota: «Noto influencia de la Escuela de París en la pintura cubana, a excepción de Ponce, que parece más allá del tiempo y del espacio». Apud. Roberto Méndez Martínez: Los cuerpos del siglo. Otra mirada a la plástica cubana, Ed. Ácana, Camagüey, 2002, p. 19.
(6) Ibíd. p. 13.

Artículo: Fidelio Ponce: pintor de vanguardia, insoslayable huella en la plástica cubana, Autor: Marcos Antonio Tamames Henderson, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

Leer más...

Felipe Pichardo Moya

La bibliografía especializada sobre las comunidades aborígenes de Cuba tiene antecedentes muy importantes en toda la obra de los testigos de la conquista y colonización española.

Desde Colón (Cristóbal), Las Casas, Pané, Bernal Díaz, Mártyr de Anglería y el otro Colón (Fernando), se contó para la reconstrucción histórica de aquellos pueblos indígenas con fuentes informativas que tenían el mérito de la vivencia epocal, no importa si directa o indirecta.

Después vinieron otros que dotaron a los elementos muchas veces diluídos en la leyenda de aquellas reseñas, con otro rigor, como Morell de Santa Cruz, Arrate, Urrutia, Valdés, Rodríguez Ferrer, Cosculluela, Pezuela y nuestros imprescindibles Tomás Pío Betancourt y Juan Torres Lasqueti.

Entre los que, finalmente, aplicaron una metodología científica, están Harrington, Rouse, Cruxent, Fernando Ortiz, Núñez Jiménez, Tabío, Estrella Rey, Payarés, Guarch, Dacal, Rivero de la Calle, Ercilio Vento, Calvera Rosés y tantísimos otros que harían más que extensa ésta ya de por sí larga lista.

Nos falta mencionar, sin embargo, a un camagüeyano que nadie puede omitir, si es que se aborda seriamente la materia.

Se trata de Don Felipe Pichardo Moya, quien nació en Camagüey en octubre de 1892, en el seno de una familia que vino a Puerto Príncipe con la Audiencia de Santo Domingo y que tuvo entre sus integrantes a personalidades tan importantes para la cultura cubana como Esteban Pichardo y Tapia (autor, entre otras obras, de la Gran Carta Geo-coro-topográfica de la isla de Cuba y del diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas).

Hurgando en la vida de Pichardo Moya, se sabe que se graduó en La Habana como abogado, que ejerció la jurisprudencia en Camagüey, que fue profesor del Instituto de Segunda Enseñanza y director de la Escuela Normal para Maestros.

Periodista, prosista y poeta, dedicó una considerable parte de su obra escrita a la Arqueología y la Historia.

«No tenemos noticias sobre su formación profesional como arqueólogo -señala Lourdes Domínguez-, su producción de corte arqueológico-histórico comienza a parir de 1934 pero estamos seguros de que tuvo largos años de gestación por la solidez de los conocimientos y porque desde esa fecha comienza a elaborar una obra sistemática cuyo objeto principal es la historia de los aborígenes de Cuba, introduciendo inicialmente sus experiencias de forma ordenada en su provincia natal. De aquí que sus primeros temas diserten sobre el Camagüey precolombino».

Pero esa fue sólo una etapa, trascendida hacia una proyección que se acompañó con el conocimiento de los grupos aborígenes en todo el territorio nacional, lo que le permitió, cuando nadie se percataba de ello, alertar sobre la necesidad de liberar a los estudios sobre nuestra etapa precolombina, del vicio descriptivo sin análisis, que era en buena medida la norma o la moda entre los investigadores.

Es interesante ver cómo éste hombre proclama que sus intenciones con toda la labor intelectual que desarrollaba tenía dos intenciones fundamentales: la puramente científica y la del afianzamiento de la identidad nacional excavando (en el sentido literal del concepto) en nuestras más genuinas raíces étnicas.

Al respecto, resulta muy revelador su trabajo encaminado a demostrar que la vivencia indígena tras el encontronazo aniquilador del llamado «descubrimiento» permitió -a pesar de la política genocida, de exterminio- que trascendieran hasta nuestros días numerosos elementos culturales que se integraron a nuestra cotidianidad.

«Nuestros orígenes -según sus palabras- son también indios y no exclusivamente castellanos o negros, como se pretende imponer».

Confirman su tesis los miles de vocablos indígenas que enriquecieron definitivamente el Español de Cuba, que están al uso en topónimos, sustantivos, alimentos, etcétera. El exterminio o el aniquilamiento, pues, al menos en lo cultural, estuvo muy lejos de ser total

«Su obra más destacada -dicen Ramón Dacal y Manuel Rivero de la Calle- es Caverna, costa y meseta, en este libro, Pichardo Moya une, por primera vez para la arqueología cubana, los elementos del medio con las evidencias materiales, para ofrecernos una visión del hombre y su ambiente que, posteriormente, ha sido desarrolada por muchos arqueólogos, con una amplia visión del pasado, no sólo de Cuba, sino de toda el área del Caribe».

Por su parte, Ernesto Tabío, al puntualizar que «…el doctor Pichardo Moya ha hecho valiosas aportaciones a la cultura de nuestra patria a través de sus diferentes publicaciones, en los que los temas son tratados con mucha mesura y profundidad», no ha hecho más que reconocer una labor intelectual dirigida al enriquecimiento del nivel de conocimientos sobre una materia difícil, porque su praxis consiste en la reconstrucción, en abstracto, de las condiciones materiales y espirituales de vida de gente de la que no queda, en la mayoría de los casos, otra cosa que una escasa fragmentería de objetos y osamentas.

OBRA CONSULTADA

-Pichardo Moya, Felipe. «Caverna, costa y meseta. Interpretación de arqueología indocubana». La Habana, 1945.
«Cuba precolombina. Un texto para maestros y alumnos» La Habana, 1949.
«Los aborígenes de las Antillas».México, 1956.».México, 1956.
«La edad media cubana» En Revista Cubana.Dirección de Cultura. La Habana, abril diciembre 1943. Vol. XVIII. Num. 2 En Revista Cubana.Dirección de Cultura. La Habana, abril diciembre 1943. Vol. XVIII. Num. 2
«Los indios de Cuba en sus tiempos históricos». La Habana, 1945. La Habana, 1945.
Alvarez Conde, J. «Felipe Pichardo Moya, su vida y su obra». «Felipe Pichardo Moya, su vida y su obra». La Habana, 1952.
Domínguez, Lourdes. Prólogo a la segunda edición de «Caverna,costa y meseta». La Habana, 1990. Prólogo a la segunda edición de «Caverna,costa y meseta». La Habana, 1990.
Dacal Moure, Ramón y Manuel Rivero de la Calle.»Los aborígenes de Cuba». La Habana, 1986.
Tabío, Ernesto. «La prehistoria». En. Cien años de lucha. La Habana, 1969. Num. 2

Artículo: El camagüeyano Felipe Pichardo Moya y su aporte al estudio de los indocubanos, Autor: Roberto Funes Funes (Tomado de Radio Cadena Agramonte)

Leer más...

Evangelina Cosío

Recientemente descubierta como camagüeyana, Evangelina Cosío se involucra, a partir de su lealtad filial, a trabajos de la última guerra independentista del siglo XIX y se convierte en protagonista de una muy sui generis aventura.

La camagüeyana Evangelina Cosío y de Cisneros ha devenido uno de esos personajes históricos cubanos que, al margen de los textos académicos, despiertan aún interés. Participó en el frustrado alzamiento independentista de Isla de Pinos (julio de 1896) y luego fue espectacularmente liberada de su prisión habanera (octubre de 1897). De ella se ha escrito lo real y lo imaginable, pero siempre han quedado puntos inexplorados en su biografía, algunos con lecciones valederas para el presente.

Origen camagüeyano de Evangelina Cosío

Generalmente se ha aceptado que Evangelina Cosío «vio la primera luz en La Habana»,(1) o incluso en la zona central cubana. Sin embargo, su nacimiento tuvo lugar –y no por casualidad– en Puerto Príncipe (Camagüey), al igual que sus tres hermanas.(2)

Juana Evangelina de las Mercedes Cosío y de Cisneros nació el 23 de septiembre de 1877, hija de don Agustín Cosío Serrano y doña Caridad de Cisneros y de la Torre, naturales ambos de esta ciudad.(3) Sus abuelos paternos fueron don Agustín Cosío Sánchez y doña Juana Serrano Aguiar; y los maternos, don Mariano de Cisneros y Méndez y doña Ana Regina de la Torre y Olazábal. Todos eran principeños. El bautizo tuvo lugar el 16 de febrero de 1878 en la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad.

Si bien se ha escrito que su padre fue veterano de la Revolución de 1868,(4) debió serlo sólo en los primeros momentos. Su matrimonio tuvo lugar el 30 de diciembre de 1873, en esa misma parroquia, de la que eran feligreses los contrayentes.(5) En la partida aparece el nombre completo de la esposa como María de la Caridad.

A los seis años, quedó huérfana Evangelina. Su madre falleció, en Puerto Príncipe y de parto, el 17 de abril de 1884.(6) Tenía 40 años de edad.

Isla de Pinos, 1896. La bella y el militar

A la muerte de la madre, la pequeña Evangelina fue a vivir entonces con la familia de Rafael Canto, en Sagua la Grande, provincia de Santa Clara, hasta los 12 años.(7) Luego, junto a su padre, residió en el ingenio Hormiguero, jurisdicción de Palmira, en dicha provincia.(8) Allí, al reiniciarse la lucha independentista, Agustín Cosío comenzó a colaborar con la causa cubana.

En enero de 1896, Cosío fue detenido, acusado de infidente. Se le condujo a La Habana, donde fue sumariamente juzgado y deportado a Isla de Pinos por 10 años. Dado lo precario de su salud, fue autorizado a llevar a sus hijas Evangelina y Carmen (una quinceañera entonces).

El comandante de la plaza de Isla de Pinos, coronel José Bérriz –primo del político español Práxedes Mateo Sagasta–, reparó de inmediato en la hermosa Evangelina e intentó inútilmente seducirla. El oportuno asedio amoroso del militar hizo que la camagüeyana fuera incluida en el plan de alzamiento de pineros y desterrados, previsto para la noche del 26 de julio de 1896.(9)

Bérriz fue atraído a un supuesto encuentro amoroso con Evangelina; y allí, neutralizado. Pero la imprevista aparición de una pareja de la guardia civil frustró la «cita» y las acciones siguientes. Evangelina escapó y estuvo escondida varios días en el campo. Delatada, fue finalmente detenida y conducida a La Habana.

En Las Recogidas: símbolo de Cuba

En la capital cubana, Evangelina fue recluida en la Real Casa de San Juan Nepomuceno de Recogidas, convertida en cárcel de mujeres.(10) Según la «leyenda», que de inmediato comenzó a tejerse, allí esperaba la deportación a Ceuta, condenada a permanecer 20 años en aquel presidio norafricano.

Pronto descubrieron a la joven los cazadores de noticias de William Randolph Hearst.(11) Los corresponsales del New York Journal, con mucha imaginación, prepararon una nueva historia de las atrocidades españolas en Cuba, que debían ser odiadas y vengadas por el pueblo estadounidense.(12) Era el caso que Hearst había estado buscando. Lo manipularía para, cohesionando la opinión pública, reanimar el apoyo a la guerra y, a la par, incrementar la circulación de su periódico.(13)

Fue «rebautizada» como Evangelina Cisneros o Evangelina Betancourt Cosío y Cisneros, para facilitar la versión de que era sobrina de Salvador Cisneros Betancourt.(14) La campaña del Journal se dirigió sobre todo a la mujer norteamericana.(15) Como se esperaba, se incrementó la venta de ejemplares del periódico al amparo de un enorme titular: «The Whole Country Rising to the Rescue.» [Todo el país en pie para el rescate.] Unas 15 mil mujeres de toda la sociedad estadounidense apoyaron la petición.(16)

En Washington se creó un Comité Pro Evangelina Cisneros, presidido por la Primera Dama, que dirigió una petición al papa León XIII para que solicitara clemencia a María Cristina, reina regente de España.(17) La reina Victoria unió su firma. (18) Nunca respondió la Corona española.

Una fuga «mediática»

Karl Decker, reportero en Washington, fue enviado entonces por Hearst a La Habana para «rescatar» de la cárcel a Evangelina, La pequeña Juana de Arco cubana.(19) Como resultado de un complicado plan, en el cual estuvo involucrado personal diplomático estadounidense acreditado en Cuba, en la noche del 7 de octubre de 1897 tuvo lugar la evasión.(20)

En Las Recogidas también se encontraba presa la camagüeyana Eva Adán.(21) Como ciudadana de los Estados Unidos, era visitada por el cónsul general de ese país en La Habana, Fitzburgh Lee, y Mr. Bryson, funcionario del Departamento de Estado. Con ellos, bajo cobertura diplomática, entró Decker al reclusorio e hizo llegar mensajes a Evangelina.(22)

En tanto, Decker contrató dos ayudantes y alquiló parte de una casa deshabitada, con una terraza próxima, calle por medio, a la de Las Recogidas.(23) Con el pretexto de un dolor de muelas, el médico que atendía a Evangelina suministró el láudano, que –para provocar un sueño profundo– añadía ella en el café nocturno dado a carceleros y compañeras de habitación.

Donnell Rockwell, un joven miembro del consulado, proporcionó la escofina para que Evangelina fuera serrando subrepticiamente los barrotes de la ventana de su celda, contigua a la azotea del edificio.(24)

Empleando una escalera, tablas y sogas, Decker y sus compinches accedieron a Las Recogidas, terminaron de serrar los barrotes, los doblaron y ayudaron a salir a Evangelina. Ya en la calle, un coche condujo a la joven a la casa de Carlos F. Carbonell, banquero cubano-estadounidense muy vinculado a Mr. Lee. Carbonell la ocultó dos días y contribuyó a sacarla de contrabando en un vapor con destino a Nueva York.

Disfrazada de varón y con el nombre Juan Sola, Evangelina abordó el paquebote estadounidense Seneca.(25) A bordo la esperaba Mr. Walter B. Barker, funcionario del consulado estadounidense en Sagua la Grande, quien durante la travesía se convirtió en su chaperón o rodrigón.(26). Meses más tardes en la residencia de Lee, en Richmond, Carbonell le propuso matrimonio a Evangelina. Se casaron en Baltimore en junio de 1898.

Apoteosis y olvido

El Journal fue, poco a poco, dando a conocer los detalles de la fuga. Siempre ansioso por autoproclamarse paradigma del «periodismo que actúa», no tuvo límites en felicitarse a sí mismo mediante un gran titular: «An American Newspaper Accomplished at a Single Stroke What the Red Tape of Diplomacy Failed Utterly to Bring About in Many Months.»(27) [Un diario estadounidense logró con un solo golpe lo que la burocrática diplomacia no pudo realizar en tantos meses.] La demagógica frase se convirtió en el slogan con que Hearst abanderaría más tarde sus gritos de guerra contra España.(28)

La ilegalidad de la fuga fue vista como intrascendente: «The Journal violated Spanish law in breaking into the foul jail […] and helping the martyr prisoner out. It is happy in that knowledge. It would like to violate some more Spanish laws of the same sort.»(29) [El Journal violó las leyes españolas al entrar en la inmunda prisión y ayudar a salir a la martirizada prisionera. Está feliz de saberlo. Le gustaría violar, de la misma manera, algunas otras leyes españolas.] A pesar de haber cumplido su cometido, se ha dicho que Decker nunca recibió el pago que Hearst le prometió.

Evangelina tuvo una multitudinaria bienvenida en Nueva York y fue recibida en la Casa Blanca. Después su historia prácticamente desapareció del Journal. El mensaje había sido claro: «protegida» y «rescatada» había sido la joven, Cuba también podría serlo más tarde.

Si bien la trama ciertamente excitó las pasiones en el país del Norte, nunca logró una atención permanente en la primera plana de otros diarios neoyorquinos, que no se decidieron a seguir una campaña liderada por Hearst.

Así, en la leyenda se desvaneció Evangelina, de la que ocasionalmente era sustraída por la prensa cubana. Incluso, indebidamente, se le atribuyó presencia en la numismática cubana.(30) Regresó finalmente a Cuba y se estableció con Carbonell en La Habana. Enviudó en 1916 y dos años más tarde contrajo segundas nupcias con el abogado Miguel Romero; tuvieron descendencia.(31)

Evangelina Cosío y de Cisneros falleció en la ciudad de La Habana el 22 de mayo de 1970. Fue sepultada con honores militares, en correspondencia con el grado de capitana que le fue otorgado por el Ejército Libertador de Cuba.

*Versión del título para la Web. Título original: Una camagüeyana de mitos y realidades

——————————————————————————–

Notas

1. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta: Patriotas cubanas, 2. ed. corr. y aum., Talleres «Heraldo Pinareño», Pinar del Río, 1953, p. 59.
2. Graziella Méndez: «Evangelina Cossío» (sic), Mujeres, a. 9, no. 3, La Habana, marzo 1969, p. 71.
3. Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Soledad, Camagüey: Libro No. 29 de Bautismos de Blancos Españoles, folio 198, no. 540. [Agradezco a la investigadora Zelmira Novo Sebastián y a Enrique Palacios Caraballo, archivero de dicha parroquia, la localización de esta y otras partidas.
4.Waldo Medina: «Evangelina Cosío: heroína de leyenda», Bohemia, a. 41, no. 12, La Habana, 20 mar. 1949, pp. 130-133.
5. Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Soledad, Camagüey: Libro No. 10 de Matrimonios de Blancos Españoles, f. 45 v., no. 168.
6. Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Soledad, Camagüey: Libro No. 12 de Defunciones, f. 116, no. 544.
7. Medina, ob. cit.
8. V.: Antonio Núñez Jiménez: «La Rebelión del 26 de julio de 1896», Bohemia, a. 62, no. 21, 22 mayo 1970, pp. 81-92. [Esta fue la última entrevista hecha a Evangelina Cosío: falleció el mismo día en que comenzaba a circular ese número de la revista.]
9. Medina, ob. cit.
10. William Randolph Hearst fue, junto a Joseph Pulitzer, el padre del periodismo amarillo (sensacionalista) estadounidense de fines del siglo xix.
11. Miralys Sánchez Pupo: La prensa norteamericana llama a la guerra. 1898, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1998, pp. 52-53.
12. Teresa Prados-Torreira: Women and the Spanish-American War [en línea], , [consulta: 16 abr. 2004].
13. Julian Hawthorne in Cuba [en línea], , [consulta: 16 abr. 2004].
14. Prados-Torreira, ob. cit.
15. Joseph Campbell: Fervor in Cuban boy’s custody case recalls 100-year-old episode in interventionist journalism [en línea], , [consulta; 16 abr. 2004].
16 Medina, ob. cit.
17. Rodríguez, ob. cit.
18. Joseph Millard: «El asombroso rescate de Evangelina Cosío de Cisneros», [artículo de revista sin indicación de fuente], Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella, Camagüey, Fondos Raros y Valiosos, Registro de Información, Carpeta 3, no. 13.
19. Archivo Histórico Provincial de Camagüey: Fondo Jorge Juárez Cano, Anales, Carpeta 49, ff. 75-76.
20. Eva Adán, como era conocida María Josefa Adán Betancourt, había sido detenida en Puerto Príncipe, en enero de 1897, por colaborar con la lucha independentista. De la Cárcel principeña fue trasladada a La Habana y luego deportada a los Estados Unidos. Había adquirido la ciudadanía estadounidense en la emigración, durante la Guerra de los Diez Años. Era esposa del general espirituano Alejandro Rodríguez Velazco.
21. Medina, ob. cit.
22. Millard, ob. cit.
23. Not a Hoax: New Evidence in the New York Journal’s Rescue of Evangelina Cisneros [en línea], , [consulta: 22 abr. 2004].
24. Medina, ob. cit.
25. Not a Hoax…, loc. cit.
26. Campbell, ob. cit.
27. Sánchez, ob. cit., p. 115.
28. Medina, ob. cit. [Se trata de las monedas souvenir acuñadas por la República de Cuba en Armas en 1897 y 1898, en las que se dijo aparecía la efigie de Evangelina. El rostro alegórico a Cuba que aparece en esas piezas es el de otra beldad camagüeyana: Leonor Molina Adán. Leonor nació en los campos del Camagüey mambí en 1897 y falleció en Miami el 12 de enero de 1957. V.: «Falleció en Miami la camagüeyana cuya efigie representó a Cuba en las primeras monedas republicanas», El Camagüeyano, a. 57, no. 29, Camagüey, martes 29 ene. 1957, pp. 1;3.]
29. Campbell, ob. cit.
30. Méndez, ob. cit.; Rodríguez, ob. cit.
31. «Evangelina Cosío Cisneros», Bohemia, a. 62, no. 22, La Habana, 29 mayo 1970, p. 62.

Artículo: Evangelina Cosío: una camagüeyana de mitos y realidades, Autor: Héctor Juárez Figueredo, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

Leer más...