Por la ruta de la Plaza
Las plazas son el espacio donde lo privado y lo público encuentran el equilibrio. Si viajamos al nacimiento de la ciudad, las encontraremos como un corazón. Alrededor de ellas empezó a ordenarse el cuerpo urbano. Son memoria de todo porque allí siempre va a parar el habitante a respirar, a disipar angustias, a compartir alegrías y a confiar grandes proyectos.
Camagüey es una urbe privilegiada, tanto que solemos lamentar la falta de una reanimación sistemática más allá del cotidiano juego de los niños, del cotilleo en el atardecer del barrio y del recalar de los noctámbulos. En medio de ese mosaico de grandes y de pequeñas, de íntimas y de inquietas, este verano emerge la de mayor extensión con un nuevo recorrido a sus virtudes.
Este verano, la Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz invita cada viernes a un recorrido por sus espacios llenos de historias. Las entradas están a la venta allí durante la semana, de 8:00 a.m. a 12:00 p.m. El precio es de 1,50 pesos el menor de edad y 3 pesos la persona mayor.
«La Plaza es un lugar abierto, es de todos», enfatiza una afable muchacha, la especialista principal María de los Ángeles Rodríguez Manresa. De su liderazgo basado en la participación colectiva nació la idea. Por la ruta de la Plaza nombraron la travesía por las diferentes áreas: la tribuna del conjunto monumentario dedicado a la figura de Ignacio Agramonte, héroe epónimo de Camagüey; la Fuente de las Banderas Latinoamericanas, los salones Memorial, Jimaguayú y Nicolás Guillén; y la sede del Gobierno Provincial.
Con creatividad desde la sencillez, con sano orgullo por lo que representan, los humildes trabajadores de la Plaza ensanchan la vida renovada luego de labores constructivas y de rehabilitación del conjunto monumentario. Marcan como requisitos la voluntad y la capacidad plena del asombro.
El recorrido empieza por la tribuna y termina con una foto solicitada por el colectivo de la institución al público como recuerdo de ese grupo de visitantes interesados, sin dudas, por cómo le cuentan y le redescubren la grandeza del espacio con la cultura de sus detalles.
Una plaza también es un hogar, o la playa imaginada de quienes viven tierra adentro; el suelo donde se aprende a caminar y se deja la piel cuando se doma como a una fiera la inseguridad sobre una bicicleta. Justo allí, entre ratos de silencio, ráfagas de amor y ecos miles recobramos la sensación de infinitud, sentimos el dolor de las líneas de tiempo e insuflamos las vibras buenas de la libertad.
Por Yanetsy León González./Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante