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jueves, abril 25, 2024

Liuba Corzo, hija agradecida

En el salón de protocolo Nicolás Guillén, la matancera Liuba Corzo Ojeda, maestra ensayadora del Ballet de Camagüey (BC), recibió la condición de Hija Adoptiva de esta ciudad por el notable resultado de su trabajo y la contribución a la cultura.

Llegó acá obligada en 1992, por servicio social luego de cursar el nivel elemental en la escuela vocacional de arte Alfonso Pérez Isaac, de su provincia; y el medio en La Habana, donde había presentado “problemas” por “bajita” y por “gordita”, aunque terminó con notas buenas que le hicieron aspirar al Ballet Nacional de Cuba, pero no tenía casa en la capital como para hacer valer su peso y su talla.

─Con tanto que ha evolucionado el sentido de la danza, ¿no sigue siendo esto demasiado excluyente?

─Sigue siendo una tremenda lástima. Bailarines excelentísimos no han podido bailar en el Ballet Nacional por su tamaño, y después se han ido al exterior y han sido excelentísimos, o entran ya después que le dieron la vuelta al mundo como Barbarita (Bárbara García). ¿Hasta cuándo? Porque Cuba tiene un prototipo que no es el de Alemania. El ballet es una apreciación visual, para una sensación proporcionada, delgada, de movimientos flexibles y trajes a la perfección. Muchas veces los tamaños están bien proporcionados y causan una vista muy agradable.

─¿En qué condiciones llegan hoy al ballet?

─No te puedo hablar de captaciones, pero sí hay graduaciones de muchachos con buen tamaño y otras con menos tamaño; incluso nosotros, los del periodo especial o los de ahora, en otro también complejo en que la alimentación en la escuela está regular, de todas formas engordan. Eso lleva estudio científico.

Liuba transitó de bailarina de Cuerpo de Baile A, a Solista, Primera Solista y se retiró como Bailarina Principal hace diez años. Realizó giras por Nicaragua, Colombia, México, Perú, España, Italia, Suiza, entre otros países. Licenciada en Arte Danzario, es maestra ensayadora del BC y profesora de nivel medio en la academia Vicentina de la Torre.

─A veces se atiende mucho la opinión de la crítica, pero hoy elijo el mensaje de una secretaria: “Dile a Liuba que gracias a ella el BC volvió a ser el BC”, ¿se lo cree usted?

─Eso me emociona mucho pero respeto a muy buenos bailarines que han pasado antes que yo y después que yo. Doy mucha importancia al público no conocedor, porque si el buen bailarín no llega al que no sabe nada de técnica le falta un ingrediente fundamental para causar la emoción, que te mueva el alma, sin eso no completa el arte.

─Este año, el BC ha bailado mucho y repertorio diverso. ¿Llegan cansados o reactivados al aniversario 55?

─Después del encierro por la pandemia, había muchas ganas de bailar. Con los nuevos bailarines hay que trabajar mucho. Notamos un eslabón perdido ahí entre la salida de la escuela y la entrada a la compañía. Vienen con la técnica pero algo debemos fusionar para que empiece a verse el profesionalismo. Como hay nuevos proyectos, hay otras ambiciones y pienso que la gente está estimulada.

“Llegué al BC bajo la dirección de Aida Villoch, pasé mis tres años de servicio social y decidí quedarme, ya el director era Jorge Rodríguez Vedes. Mi vida en Camagüey fue tomando un buen rumbo. Sinceramente no creo que hubiese podido hacer un protagónico de Gisselle en Italia en el Ballet Nacional. Pisé muy buenos escenarios a nivel internacional, con muy buenas críticas y lo hice aquí, así que estoy feliz por haberme quedado”.

Por Yanetsy Leon