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jueves, diciembre 05, 2024

De San Juan a San Pedro

El San Juan camagüeyano pervive como auténtico exponente de la cultura local. Con rasgos de antaño y elementos actuales, la fiesta más popular del Camagüey continúa siendo espacio y momento para la diversión.Las celebraciones del San Juan, fiestas populares que marcan el esplendor de la cultura principeña, se muestran como herencia occidental que, desde el siglo XIX, adquieren un definido carácter criollo.

Las referencias europeas indican que los campesinos de Francia, Alemania, Noruega, Estonia, Italia y España, acostumbraban a encender hogueras las vísperas del 24 de junio, en torno a la cual danzaban con el interés de favorecer la recolección de las cosechas, alejar las brujas y las enfermedades del ganado.

Puerto Príncipe, de base económica agraria y ganadera se corresponde con estas coordenadas y por tanto, no es casual que también los habitantes de esta región optaran por similares expresiones culturales.

Atendiendo a los orígenes, Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, le considera tan antigua como el Príncipe mismo y la describe con las siguientes palabras:

En el mes de junio es ya a mediado de la estación lluviosa. Entonces nuestra gente campesina anda mucho a caballo: es el tiempo oportuno de recoger ganados, pastorearlos, conducirlos a los corrales, contarlos y beneficiarlos: y se necesita engordar los caballos, correrlos, amaestrarlos para ese servicio de las fincas. Júntanse los montunos de las haciendas inmediatas: ayúdanse mutuamente a los trabajos del pastoreo, recogida, encierro en los corrales, marcas de señal y letra de propiedad de los ganados. He aquí pues formada una trullada o pandilla que corren, vocean, cantan, se provocan, se desafían, se alientan a la carrera, a la destreza y a la agilidad ecuestre; y aquí el origen, para mí, del San Juan, y la elección de la época. Esto pasó del campo a las inmediaciones, y después a la ciudad misma conservando en algunas cosas las huellas de su cuna; pues como luego lo verá usted la imitación de las operaciones del campo, hacía parte de la diversión de la ciudad. (1)

Sólo un hombre tan ilustrado podría, en pequeña síntesis, resumir los rasgos principales de la fiesta más importante del camagüeyano actual; pues además de referirse a su génesis también aborda a los participantes, a esa llana heterogeneidad social donde hacendados y peones valían por sus habilidades en el ámbito de la ganadería.

No escapa al lugareño la comprensión del San Juan como una ocasión de amistoso enfrentamiento de «pandillas que corren, vocean, cantan, se provocan, se desafían, se alientan a la carrera, a la destreza y a la agilidad ecuestre». Esa es la esencia de nuestra fiesta, de esos días en que se desdibujaban las marcadas diferencias entre los habitantes de la ciudad colonial.

Significativo valor cobra la permanencia de la ceremonia que acompaña el final de los festejos: el entierro de San Pedro, el 29 de junio. ¿De dónde tomó Puerto Príncipe esta tradición? ¿Sería acaso de la costumbre establecida en Flandes de quemar un muñeco de paja al inicio y final de esta jornada?, ¿o tal vez el tradicional «entierro del Carnaval» propio de los países europeos en sentido general?

No hay que desdeñar la posibilidad de que, desde el continuo contacto de los principeños con europeos, nuestro alegórico entierro deba su nacimiento a la imagen italiana —particularmente en Abruzos— en que cuatro bebedores llevaban un muñeco de cartón acompañado de una mujer, supuestamente su esposa, que vestida de luto y deshecha en lágrimas, recogían dinero del público hasta llegar a la plaza en que se quemaría la figura.

Sin embargo, lo cierto es que esas fueron fuentes de inspiración al acontecer cultural que, cargado de criollismo, cobra bríos singulares en nuestro Camagüey.

Como bien indicaba El Lugareño, los festejos del San Juan se enriquecieron con el decurso del tiempo, en correspondencia con la recepción que los patricios locales hacen del progreso y la ilustración decimonónica, de modo que las principales acciones, tan propias del campo como las carreras de caballo y la caza del verraco dieron lugar a manifestaciones más refinadas que, no solo sirvieron para el franco divertimento sino también para el enmascaramiento del naciente ideario independentista.

Las fiestas populares creaban un ambiente de confusión tal que bajo su égida las grandes personalidades, tanto eclesiásticas como gubernamentales, eran víctimas de burlas, asaltos y pesadas gracias como la jugada a doña Josefa Jáuregui, esposa del Intendente del territorio en 1817, motivo por el cual se elevó causa hasta el Gobernador Capitán General de la Isla e incluso, hasta la Corte española, olvidando la máxima filosófica de esos días que indicaba el ser sumamente paciente y tolerante para no reafirmar la burla recibida. Suceso que a más de prohibir los torneos de equitación, los disfraces y las bromas callejeras, y reducir las festividades al ámbito familiar, ofrecieron una falsa imagen de vulgaridad camagüeyana a los diferentes niveles, absurda valoración cuando de fiestas populares se trata.

Uno de los rasgos que más ha tipificado las fiestas del San Juan es la ingeniosidad de sus habitantes para obviar tales prohibiciones, tal es el caso de los ensabanados como respuesta a la prohibición de los disfraces. Sobre ello El Lugareño apuntaba:

El pueblo, nunca bastante saciado de su diversión, y acostumbrado a usar el San Juan de noche, buscó un medio ingenioso de eludir la prohibición, y lo encontró en las sábanas, manteles, cortinas y cuantos lienzos les vinieron a las manos. La sábana o colcha de una cama es un mueble con el cual puede uno cubrirse de pies a cabeza; es un mueble quitadizo, mueble que de un golpe se presenta colgado al brazo como una toalla que se lleva al río o a casa de la lavandera, quedando la persona en traje casero y burlada la prohibición graciosamente. (2)

Fueron las principales familias, a partir de 1834, las que se encargaron de mostrar en plenas fiestas del San Juan, la rica cultura de los principeños. Para entonces, junto a las más populares expresiones, recorrieron las calles de la ciudad escenas mitológicas: el viaje de Mahoma, comparsas de musas, romanos y sabinas, entre muchas otras, e incluso, plasmaron los más codiciados proyectos de sus ilustres hijos como en el San Juan de 1846, ocasión en la que un grupo de jóvenes representaron, en miniatura, la puesta en marcha de un ferrocarril en las calles principales, (3) o aquel, en 1862, en que salió la comparsa «El Siglo XIX», donde Águeda de Cisneros Betancourt, hermana de Salvador Cisneros, representaba el siglo; Ana Betancourt de Mora, la fraternidad; Catalina Agramonte, la tolerancia; Concepción Agramonte de Sánchez, la paz; Carmen Labastida de Betancourt, la ciencia; Teresa Agramonte de Agramonte, la electricidad; Dolores de Agramonte, las artes; Amalia de Velasco, el vapor, Rosa Sánchez, el comercio y, Rufina de Agramonte, la industria. Así, los festejos de San Juan desbordan el mero divertimento para devenir fiel representación de la imagen cultural del pueblo.

Las preocupaciones de los habitantes en las diferentes épocas, que afloran en estas fiestas de manera sutil y artística, es una constante de todos los tiempos. Baste recordar las fantásticas ambientaciones que llenaron los espacios públicos del San Juan camagüeyano en la etapa revolucionaria, los palacios chinos, la conquista y viaje al cosmos del cubano Arnaldo Tamayo en colaboración con la URSS o los pasajes dejados por la imagen televisiva en el género de aventuras o novelas.

La trayectoria o recorridos de los paseos y comparsas del San Juan camagüeyano también se han modificado a lo largo de la historia.  En el siglo XIX, el periplo estaba definido por el Alcalde Municipal de la ciudad, quien lo anunciaba en la lectura del Bando correspondiente al año en cuestión y generalmente seguía como patrón las calles conocidas por su jerarquía como «calles reales», es decir, aquellas que enlazan las plazas que antecedían a los templos principales; principio dentro del cual sufrían ligeros cambios.

El crecimiento de la ciudad hacía la barriada de La Caridad en el XIX y más tarde, a la Vigía en el XX, hará que ambos puntos se conviertan en principio y fin del recorrido; pero no por ello definitivos.

Una singularidad perdida en la actualidad es la incorporación de espacios arquitectónicos a las festividades del San Juan, quedando reducidas solo al espacio público, es decir, a las calles y plazas. Ya desde la colonia, con el fortalecimiento de las sociedades culturales y de recreo, se establecía una amplia programación que, junto a las casonas de rancias familias, se sumaban a las festividades con ofertas singulares dentro del año.

De modo que los habitantes, principalmente los reacios a compartir la familiaridad que prima en el espacio abierto, podían optar por una propuesta de carácter más selecta donde sanjuanear. De dicha actuación la historia revela el surgir del Baile de la Piñata en 1843, iniciativa de Francisco Cabrera, empresario de un teatro ubicado en la calle San Ramón, donde, según la prensa, las muchachas elegantemente ataviadas, colocadas en círculo, competían en el intento de romper la piñata para recibir en premio una medalla y un blasón. (4)

También las casas se sumaban a este tipo de fiesta, siempre con la jocosidad que reinaba por esos días. Se hizo tradicional en la colonia el «asalto», una visita anunciada por un grupo de amigos para una hora específica, a fin de que los anfitriones les agasajaran con una mesa desbordada de alimentos y bebidas en el patio, centro cultural familiar por excelencia donde se bailaba hasta la madrugada.

Denigrante uso de niños en publicidad comercial durante el San Juan de 1923. Foto: archivo Era también costumbre, para sorprender a los propietarios, la iniciativa de algunos que, ensabanados, se llevaban a sus casas la cena de aquellos que disfrutaban del paseo, invitándoles luego a consumirlo como legítimos anfitriones.

Asimismo fue común ir de recorrido por casa de los juanes —los nombrados Juan— proceder que alcanzó vuelo inusitado en la figura del popular conductor de la radio Juan Castrillón (don Pacho), durante el período republicano.

La República neocolonial, en su amplia red de instituciones y sociedades, dio continuidad a la incorporación del espacio arquitectónico a las fiestas de San Juan, rasgo que, con la Revolución, en una mixtura social sin precedentes, se expresará de forma alternativa en la búsqueda de un lugar para el Teatro del Pueblo.  La novedad que incorpora esta etapa es la elección de la reina y su corte, proceso que adquiere diferente carácter con el paso del tiempo.  Resultaba memorable el acto de coronación y el programa de actividades a las que asistían.  También a este período se debe el surgimiento de las congas, a partir de La Arrolladora.

Otro de los rasgos inherentes a las fiestas del San Juan, y que también se enriqueció a lo largo del tiempo, es el peso que cobra la alimentación en estos días; no son pocas las personas que obviando las costumbres tradicionales de la familia optan por aquellas que afloran como signos culturales o típicos de esos días festivos.

Durante la colonia el rey de la mesa era el lechón asado, la gandinga, el casabe, el arroz con pollo y el salpicón (especie de fiambre compuesta por pepino, piña, yerbabuena, hojas de ciruelas, picadillo de carne, aceite y vinagre) y, como postre, cuajada con miel de abeja.  Entre las bebidas a degustar, la mistela y el aguardiente de caña no faltaban a la ocasión.  Hoy, el signo vital de este renglón lo ocupa el ajiaco criollo, ese rico compuesto en el que toma participación la comunidad, para otorgarle permanencia a la fraternidad cuyo vínculo con el San Juan se debe a una tradición de los barrios periféricos.

Pero también el San Juan se erige en signo de protesta o reflejo de determinadas situaciones de índole humanitaria, un termómetro sociocultural.  En este sentido habría que destacar la reducción del San Juan al espacio del Casino Español, antigua Sociedad Filarmónica, durante las guerras de independencia, momentos en que gran parte de los agramontinos se han incorporado a la contienda, así como la suspensión de la festividad entre el 1942 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, por solo citar algunos ejemplos.

Sin lugar a dudas, el San Juan, nombre con que pervive pese al reconocimiento de «fiestas de carnaval» conque se conocen las fiestas populares en otras ciudades cubanas, es un genuino y auténtico rasgo de la cultura local.  De ahí que una considerable parte de los camagüeyanos ausentes decidan optar por estos días para vacacionar y así correrla de «San Juan a San Pedro».

Quien se decida a disfrutar de esta fiesta sabrá que en el Camagüey, sus habitantes no se van de carnaval sino de San Juan.  Cuidar de su imagen, hacer que perviva como expresión genuina ha de ser, además de un placer, una responsabilidad de todos.

Fotos: Archivo Provincial y de la autora

Notas

1. «El Aguinaldo habanero» (1837), p. 214. (Recorte de prensa). Archivo de Gustavo Sed Nieves.
2. Ibid.,  p. 218.
3. «El Fanal», Puerto Príncipe, miércoles 8 de julio de 1846,  p. 2.
4. «Gaceta de Puerto Príncipe», Puerto Príncipe, 24 de junio de 1843, p. 3.

Autor: Ana María Pérez Pino / Tomado de www.ohcamaguey.co.cu