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martes, septiembre 09, 2025

Esteban Borrero Echeverría

Esteban Borrero, profesor, médico y poeta, es uno de los grandes intelectuales de la historia de Cuba; su pensamiento y acción constituyeron valiosas ofrendas en beneficio de la Patria.

Suelen ser los aniversarios cerrados oportunidades para significar los contornos más sobresalientes de un suceso histórico o una personalidad, como ocurre en el caso de Esteban Borrero Echeverría, nacido en Camagüey el 26 de junio de 1849, dieciséis décadas atrás.

Una marcada impronta dejarían en esta personalidad camagüeyana la familia y el contexto histórico en que nació.  Su padre, Esteban de Jesús, fue un poeta destacado y también un simpatizante de la libertad de su patria, razón por la cual las autoridades del colonialismo español lo acusan de separatista.  Así, tuvo que emigrar y dejar en una situación incómoda a la familia.

Ante el panorama sombrío, la madre de Esteban Borrero, nombrada Ana María, se dedica a la enseñanza para escapar de las penurias.  En esta empresa, el hijo no deja sola a su mamá, y da sus primeros pasos en torno al magisterio.

Con catorce años, Borrero Echeverría es ayudante en la Comandancia de Ingenieros de Puerto Príncipe.  Por su buen desempeño, se hace acreedor de una beca para estudiar Ingeniería en Madrid.  Sin embargo, su mal estado de salud, por el momento, le impide el acceso a una carrera universitaria.  No obstante, funda una escuela nocturna para adultos a la que asisten personas blancas y negras.  Ello constituye un elemento que permite comprender cómo tempranamente se vislumbra en Esteban Borrero su inclinación hacia la libertad humana.

Con los fundamentos anteriormente señalados, Esteban Borrero Echeverría no tarda en incorporarse a la gesta independentista iniciada en 1868.  En unión de su progenitora, quien le acompaña en la manigua redentora, crea dos escuelas para la superación de los insurrectos.  En estos trajines, es secundado por discípulos suyos incorporados a la Guerra de los Diez Años.

En la contienda que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, Borrero paulatinamente se fue destacando.  Sus heridas en combate avalaron su ascenso al grado de Comandante del Ejército Libertador.

«Fui soldado de convicción patriótica» —manifestó por aquel entonces. Pero enfermó, cayó prisionero y lo confinaron a su ciudad natal. Las autoridades españolas prohíben que Borrero ejerza como maestro y deciden enviarlo a la Isla de Pino. Mas, Esteban logra quedarse en La Habana. Aquí comienza otra importante etapa de su vida.

Su vocación por la medicina hace que se convierta en licenciado en esta rama del saber, así como en cirujano. Por sus méritos, obtiene una plaza de médico municipal en Puente Grande, donde pasó a residir con su esposa Consuelo Piedra Agüero.

Entretanto, al concluir la Guerra Grande en 1878, se devela como poeta, herencia de su padre.

Debe subrayarse que, a pesar de su buena reputación como galeno, Borrero quiere más la libertad de su patria. Así, aunque no se pudo incorporar físicamente a la guerra preparada por José Martí, parte a la Florida como exiliado y desde allí continúa aportando a la independencia de Cuba.

En el destierro, su familia contribuye a la causa independentista cosiendo ropa para los mambises y recopilando fondos para la Revolución del `95, al tiempo que Esteban Borrego revalidó su título de médico, ejerció como maestro y tributó a la causa de la libertad de Cuba.

Sin embargo, la desgracia rondaba a Borrero y los suyos: a la pérdida de sus hermanos Manuel y Elena, antes del levantamiento del 24 de Febrero, su sumó el fallecimiento de su hija menor nombrada Juana. Es cuando el dolor llega a abrumarlo.

Su poesía «De lo más íntimo», da fe de sus convicciones. En ella consta este verso: «Y hasta el fin seguiré/ no se vuelve al deber la espalda/ Cuando ya se ha empeñado la lucha/ hasta el fin se aguarda».

Esteban Borrero Echeverría es nombrado delegado extraordinario de la República de Cuba en Armas en Costa Rica y El Salvador, y ministro del Gobierno Revolucionario en Centroamérica. Simultáneamente, es catedrático en San José de Costa Rica.

Después de finalizada la guerra, en 1899 ve la luz su libro «Lecturas de Pascuas» y luego publica otros trabajos de marcada valía ética. Con la emergencia de la Neocolonia, divulga «El ciervo encantado», en el que se asoma a Cuba amenazada por el imperialismo yanqui.

Además, junto a Enrique José Varona, Esteban Borrero se enfrasca en el mejoramiento de la enseñanza pública.  A la sazón, logra su libro «El amigo de los niños», que durante mucho tiempo fue texto de lectura de la Enseñanza Primaria. Allí, escribió: «Es necesario educar instruyendo. En otras palabras, es necesario despertar, fomentar y dirigir por modo simultáneo las capacidades intelectuales, y las que arrancan de la sensibilidad moral».

Esteban Borrero Echeverría alcanzó la condición de profesor en la Escuela de Pedagogía de la Universidad de La Habana, destacándose como docente de nivel superior.

Pero ya en el ocaso de su vida, dos años antes de su setenta cumpleaños, decidió privarse de la vida.

Sin embargo, por derecho propio, por ser un sobresaliente patriota y educador, médico y poeta, Esteban Borrero Echeverría se encuentra en la lista de los mejores hijos de Cuba.

Artículo: Esteban Borrero Echeverría: patriota educador, médico y poeta, Autor: Noel Manzanares Blanco / Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Enrique Loynaz del Castillo

Enrique Loynaz del Castillo nace en el 1871, en Puerto Plata, República Dominicana. Murió el 10 de febrero de 1963. En 1885 participa en una expedición de los generales Serafín Sánchez y Francisco Carrillo, que de acuerdo con Máximo Gómez vendría a Cuba.

En 1892 se entrevista con José Martí en Nueva York, y se compromete a colaborar con la organización del movimiento revolucionario. Fue un activo luchador por la independencia. Fundó en 1893 el semanario separatista «El Guajiro» por el que fue multado y detenido en varias ocaciones. En ese mismo año funda la empresa de tranvías de Camagüey.

El 19 de marzo de 1894 Martí le entregó un armamento que embarcó dentro de los carros de la empresa, fue denunciado, y logró escapar por los montes de Santa Lucía embarcándose hacia Nueva York.

En 1895 combatió como Jefe del Estado Mayor de la primera División de Las Villas que comandaba el General Serafín Sánchez. Concurrió como representante a la Asamblea Constituyente de Jimuaguayú. Compuso el Himno Invasor el 15 de noviembre de 1895.

Enrique Loynaz del Castillo alcanzó los grados de General de Brigada por méritos de guerra, con los que se licenció del Ejército. Durante la pseudorepública fue designado Ministro Plenipotenciario en México; Comisionado General en la Exposición de San Francisco; Ministro en Portugal, Panamá, Centro América, Santo Domingo, Haití y Venezuela. Murió el 10 de febrero de 1963.

Enrique Loynaz del Castillo nace un día como este del año 1871, en Puerto Plata, República Dominicana.

En 1885 participa en una expedición de los generales Serafín Sánchez y Francisco Carrillo, que de acuerdo con Máximo Gómez vendría a Cuba.

En 1892 se entrevista con José Martí en Nueva York, y se compromete a colaborar con la organización del movimiento revolucionario. Fue un activo luchador por la independencia. Fundó en 1893 el semanario separatista «El Guajiro» por el que fue multado y detenido en varias ocaciones. En ese mismo año funda la empresa de tranvías de Camagüey.

El 19 de marzo de 1894 Martí le entregó un armamento que embarcó dentro de los carros de la empresa, fue denunciado, y logró escapar por los montes de Santa Lucía embarcándose hacia Nueva York.

En 1895 combatió como Jefe del Estado Mayor de la primera División de Las Villas que comandaba el General Serafín Sánchez. Concurrió como representante a la Asamblea Constituyente de Jimuaguayú. Compuso el Himno Invasor el 15 de noviembre de 1895.

Enrique Loynaz del Castillo alcanzó los grados de General de Brigada por méritos de guerra, con los que se licenció del Ejército. Durante la pseudorepública fue designado Ministro Plenipotenciario en México; Comisionado General en la Exposición de San Francisco; Ministro en Portugal, Panamá, Centro América, Santo Domingo, Haití y Venezuela.

Tomado de Internet.

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Enrique José Varona

Enrique José Varona (1849-1933) fue un escritor, filósofo, pensador y pedagogo cubano. Nace en Santa María de Puerto Príncipe provincia del Camagüey, Cuba, el 13 de abril de 1849, cursó su primera enseñanza en su provincia natal y poco después en La Habana.

En 1868 al estallar la Guerra de los Diez Años se incorpora al campo de batalla, al finalizada esta en 1878 con el Pacto del Zanjón, se une al movimiento autonómico y reinicia sus actividades literarias las que se vuelven más intensas, dicta y publica en La Habana sus célebres «Conferencias Filosóficas sobre Lógica, Psicología y Moral», más tarde ante el fracaso de su gestión como diputado a las Cortes de España representando a Cuba, rompe con el autonomismo.

Entre 1885 y 1895 colabora con «El Libre Pensamiento», «La Habana Elegante», «La Ilustración Cubana» y «La Revista Cubana», en la que publica varios trabajos de carácter filosófico, político, literario y científico.

A solicitud de José Martí en 1895, asume en Nueva York la redacción del periódico «Patria» órgano oficial del independentista Partido Revolucionario Cubano, PRC, y en 1896 pronuncia la conferencia titulada: «El Fracaso Colonial de España».

Durante la ocupación norteamericana desempeña el cargo de Secretario de Hacienda y más posteriormente el de Instrucción Pública y Bellas Artes implantando la modernización de la enseñanza mediante el Plan Varona.

Con el establecimiento de la república en 1902 se dedica íםtegramente a su labor como catedrático de la Universidad de La Habana, reedita sus conferencias filosóficas actualizándolas con lo más avanzado del pensamiento de principios de siglo, regresa a la política y funda el Partido Conservador Nacional, y asume la vicepresidencia de la república durante el gobierno de Mario García Menocal, entre (1913-1917).

Sin embargo frustrado por la realidad social y el comienzo de la primera guerra mundial entra en un periodo de un marcado carácter escéptico que se plasma en sus aforismos de su obra, «Con el eslabón».

En 1921 pronuncia su discurso «El imperialismo yanqui en Cuba». Y también colabora en la «Revista bimestre cubana», fue presidente de honor de la academia de historia y miembro de la Academia de artes y letras.

En 1923 preside en La Habana a solicitud del líder estudiantil comunista Julio Antonio Mella el acto de fundación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), en sus últimos años de vida se convirtió en el mentor y maestro de los jóvenes universitarios cubanos, por su actitud ante la suspensión del homenaje a Rafael Trejo, apoya el movimiento de la reforma universitaria y las luchas de los jóvenes por derrocar la dictadura de Gerardo Machado. Fallece el 19 de noviembre de 1933, en su casa de El Vedado, La Habana.

Pensamiento

El pensamiento de Varona estuvo muy marcado por las influencias de su época, al principio fue la huella dejada por Félix Varela y José de la Luz y Caballero, los que influenciaron un pensamiento humanista, idealista, con una marcada postura Positivista, sin embargo a medida que avanza el nuevo siglo y más precisamente al abandonar la vicepresidencia de la república en 1921, aparecen en el manifestaciones de Pesimismo ver Nihilismo, y en las que se aprecia la impronta de Nietzsche, algunos estudiosos de su obra lo han catalogado como un «escéptico creador».

Solo al final de su vida parece haber recobrado el optimismo en un momento en que las luchas estudiantiles contra la dictadura de Machado lo convierten en mentor y guía de las juventudes estudiantiles universitarias.

La enseñanza para el ocupaba un lugar primordial en la sociedad, y la enseñanza apoyada por recursos y valores modernos y científicos, su concepción de la educación estaba en avance con su época en Cuba, apoyó siempre la modernidad, la ciencia, la enseñanza y la Democracia como pilares fundamentales del bienestar de una nación.

Que se haga descansar toda la obra de nuestra enseñanza sobre una base estrictamente científica: para que sea objetiva, experimental y práctica, hacer que el adolescente adquiera sus conocimientos: del mundo, del hombre y de la sociedad de un modo principalmente directo y no de la manera reflejada :en los libros y las lecciones puramente verbales, es preparar a los hombres para la activa: competencia a que obliga la multiplicidad de relaciones de la vida moderna no espíritus para la: especulación fantástica».

Varona analizó el conflicto entre las dos américas y remarcó que este no era simplemente económico, político o militar, sino un problema de desarrollo económico y cultural, y exaltó siempre que pudo el extraordinario valor de la cultura Latinoamericana.

Compartió las tesis Spencerianas de la defensa del individuo frente al estado, pero las luchas políticas en Cuba lo llevaron a cambiar de opinión y considerar que al menos en la situación cubana el estado debía ser centralizado con energía por el poder ejecutivo, El estado no era tanto la organización de la sociedad sino la constitución del derecho y la justicia, especialmente la defensa de los derechos humanos.

Sabía que los gobernantes inevitablemente se corropían por el poder y a ese motivo escribió en 1922:

«Y si tropezamos con el Ave Fénix, con el gobernante perfecto? Como el gobernante perfecto a de :ser un hombre, no demos ocasión a que el tiempo cercene y fatalmente ha de cercenarle sus :perfecciones. Que sirva en su único periodo, de modelo y de estímulo».

Varona nunca se dejó atrapar por una postura filosófica encerrada o una corriente en particular de ahí radica su grandeza, simpatizó la mayor parte de su vida con el positivismo sui generis que se manifestó en America Latina, pero también supo dejarlo a un lado y superarlo cuando comprendía sus limitaciones. Supo ganarse el prestigio en el ámbito intelectual iberoamericano, y sus obras y pensamiento quedaron como lo mejor en el ámbito Filosófico y Pedagógico del continente americano, en toda la primera mitad del siglo XX.

Obras

Fue autor de numerosos Estudios, Libros, Ensayos, sobre temas muy diversos, entre los que podemos citar:
Odas Anacreonticas 1868 Paisajes Cubanos 1879
La metafísica en la Universidad de La Habana, 1880
Nociones de Lógica 1902
Poemitas en Prosa 1921
Desde mi Belvedere 1907
Violetas y Ortigas 1916
Ensayos Filosóficos de estética y Crítica Literaria 1918
Emerson 1917
Por Cuba (Discursos) 1918
De la Colonia a la República 1919
Con el eslabón 1927
El imperialismo a la luz de la sociología 1933

Autor: Wikipedia

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Emilio Ballagas

«La poesía en mí no es un oficio ni un beneficio. Es una disciplina humilde, un hecho humano al que no puedo negarme, porque me llama con la más tierna de las voces, con una inconfundible voz suplicante e imperante a la vez. Como poeta no me siento en modo alguno un ser excepcional y privilegiado».

«No soy más que notario de mis propias emociones (…). Sólo que el poeta que da fe fiel de las emociones de su yo es algo más que un notario, es una aguja magnética que se mueve a la menor alteración, que oscila delicadamente para marcar de la manera más precisa y ajustada los más finos y varios matices del sentimiento».

De esa manera definía Emilio Ballagas Cubeñas, en su breve ensayo La poesía en mí, cuál era su posición dentro de la lírica. Este excelente cultor de los versos, nacido en Camagüey el 7 de noviembre de 1908, en esa misma ciudad cursó la primera y segunda enseñanzas, además de publicar sus poemas iniciales en la revista local Antenas y en la Revista de Avance, ambas de orientación renovadora, cuyos fundadores tenían el propósito de introducir en Cuba las más modernas corrientes del pensamiento y el arte contemporáneos.

Su primer libro de poesía, Júbilo y Fuga vio la luz en 1931, dos años antes de graduarse de Pedagogía por la Universidad de La Habana. Luego del egreso, ocupó una cátedra de Literatura y Gramática en la Escuela Normal para Maestros, de Santa Clara, donde llegó a fungir como director.

Tiempo después, obtuvo una beca del Institute for the Education of the Blind, de Nueva York, donde permaneció hasta 1947. Durante su estancia en los Estados Unidos aprendió el sistema Braille y entabló amistad con el poeta norteamericano Fred K. Tarrant, a quien dedicó su única obra concebida en lengua inglesa: Stanzas on a Llily.

El volumen Cielos en rehenes, inédito hasta un año después de su muerte, recibió el Premio Nacional de Poesía en 1951. Dos años más tarde, sus Décimas por el júbilo martiano en el Centenario del Apóstol José Martí son premiadas y editadas por la comisión organizadora de los actos y ediciones del Centenario y del Monumento de Martí.

Dentro de su prolífero quehacer sobresale la colaboración con las más importantes revistas literarias de Cuba y Latinoamérica, como son Orígenes, Revista Cubana, Cuadernos Americanos, Clavileño, entre otros. También realizó traducciones de escritores ingleses y franceses, además de compilar dos antologías de la poesía negra en el continente, publicadas en Madrid (1935) y Buenos Aires (1946).

Otro de sus aciertos radicó en las conferencias que dictara sobre el futurismo, la poesía afroamericana, la obra del poeta hindú Rabindranath Tagore, el renacentista francés Ronsard y el inglés Gerard Manley los cuales, según la crítica especializada, constituyen un notable conjunto de ensayos desde donde puede apreciarse la originalidad valorativa de su autor y su calidad de prosista.

De acuerdo con los especialistas, los poemas Elegía sin nombre y Nocturno representan uno de los más perdurables aportes a la poesía cubana durante el siglo XX.

«La obra de Emilio Ballagas resume a su modo, en el microcosmo de su peculiar experiencia humana, el proceso de nuestra poesía desde los orígenes a Martí (…) Su acento, además, blando e inasible, diríase demasiado exangüe para acuñar un estilo original. Y sin embargo lo tuvo en alto grado. Él es el misterioso poeta débil de su generación; el que se funda en lo imponderable de la voz; el que, cediendo siempre, emerge al cabo indefenso, pero intacto y distinto, con su silenciosa palabra soplada», expresó el escritor cubano Cintio Vitier.

El bardo camagüeyano murió el 11 de septiembre de 1954 en La Habana. En la opinión de la poetisa Dulce María Loynaz, «jamás poeta tan genuinamente aristocrático por naturaleza, gozó de tal arraigo democrático; jamás poesía tan etérea pudo hacerse eco de todas las voces, hueco en todas las almas».

Artículo: Emilio Ballagas: notario de sus propias emociones, Autor: Yudith Madrazo Sosa / Periódico 5 de Septiembre, Cienfuegos

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Carlos J. Finlay

El eminente científico Carlos J. Finlay, nacido en Camagüey el 3 de diciembre de 1833, constituye un paradigma de elevado alcance nacional e internacional, sobre todo por su incondicional entrega al saber para revertirlo en bien social.

En el ámbito de la ciencia cubana del siglo XIX resalta el carácter experimental de su descubrimiento, que lo ubica en posición ventajosa dentro del contexto de las teorías biomédicas de su tiempo. El 28 de Junio de 1881, hizo picar a un paciente de la Clínica Garcini que estaba en el quinto día de una Fiebre Amarilla característica y muy grave. La acción se convirtió en el primer caso del mundo para provocar por experimento la Fiebre Amarilla.

Para llegar a esa prueba tan valiosa, ¿Cómo se preparó Carlos J. Finlay? ¿Qué muestras evidencian la labor incesante del investigador? Varios biógrafos y estudiosos, como los doctores Juan Guiteras Gener, César Rodríguez Expósito, Francisco Domínguez Roldán, José López Sánchez, Jorge Le Roy y Cassá, Gregorio Delgado García -actual Historiador del Ministerio de Salud Pública de Cuba- entre otras figuras nacionales e internacionales, han escrito sobre estas particularidades.

Es singular la manera en que el Dr. José López Sánchez se refiere al ambiente cotidiano del científico: «Desde muy temprano por la mañana, Finlay iniciaba su faena, antes de que despertara su familia y comenzara el bullicio de las labores domésticas. Sus principales instrumentos de trabajo se conservan y han llegado hasta los tiempos actuales, un buró, el microscopio binocular traído de Filadelfia, el ábaco y los tubos de ensayos, en los que introducía los mosquitos para estudiar su modo de vida en cautiverio, pero también en el cuarto donde dejaba que se movieran libremente para hacer estudios comparativos de su conducta». (1)

Tras esa consagración a la meta trazada queda un excelente resultado: identificó el mosquito trasmisor de la Fiebre Amarilla; demostró la verdad científica a través del experimento en humanos; elaboró un plan antivector como única vía de solución para erradicar la enfermedad. Grandes aportes de connotación mundial.

El sabio tuvo que sobreponerse a circunstancias muy difíciles, pero nunca renunció a su proyecto, por el contrario, su genial capacidad llegó a conclusiones certeras y se colocó en peldaños superiores al hacer ciencia desde diversas líneas del conocimiento. El Dr. Gregorio Delgado, actual Historiador de la Salud Pública en Cuba, resumió algunas virtudes: «[…] benefactor de la humanidad, modelo de abnegación, espíritu de sacrificios, firmeza en la investigación, derroche de genialidad, ¨ […]» (2)

La Casa Natal de Carlos J. Finlay, perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, patentiza lo que en una oportunidad fue escrito en las páginas de una publicación local, la revista Antorcha: «Si no se ha dado jamás la espalda a nuestras tradiciones y recuerdos amados, si sabemos apreciar la profundidad filosófica de Varona y la bravura insuperable de Agramonte, ha de rendirse pleitesía inmarcesible a la ciencia maravillosa de Carlos J. Finlay».(3)

Finlay en el ámbito personal: Orígenes y familia. Amigos, gustos y costumbres

En cuanto al desarrollo de su formación mucho tuvo que ver su familia. Sus padres, Edward Finlay Wilson e Isabel de Barres, descendían de familias de diferentes nacionalidades, el primero oriundo de Escocia y la segunda de la Isla de Trinidad, marcada por la cultura francesa.

El matrimonio de Edward e Isabel fomentó en los hijos el interés por el estudio y, a Carlos J. Finlay en especial, su padre se esmeró en el tratamiento que le hizo para contrarrestar la secuela de una enfermedad denominada Corea, que le dejó para siempre un moderado retardo al hablar. Los conocimientos médicos permitieron al padre asistir al adolescente Juan Carlos Finlay, nombre con el que fue bautizado.

Le enseñó además la voluntad de resistir, y al mismo tiempo, sobrepasar cualquier limitación que se le presentara, cualidades que demostró a lo largo de su vida a través de la perseverancia ante una meta trazada.

El Dr. Edward Finlay Wilson también luchó sin descanso hasta lograr que su hijo cursara la carrera de medicina en el Jefferson Medical College de Filadelfia; allí estudia desde 1853 hasta 1855.

Un lugar privilegiado ocupó en la vida de Carlos J. Finlay su esposa, Adela Shine, mujer excepcional, de elevada cultura, oriunda como su madre de la Isla de Trinidad. Adela intervino sistemáticamente en el apoyo espiritual a Finlay.

Algo singular debe destacarse en la relación entre Carlos J. Finlay, su padre y su primer hijo: las Ciencias Médicas los unen como el hilo conductor que les abrió el camino para la inserción desde el punto de vista laboral a nivel social. Peculiar resulta que el primogénito de Carlos J. Finlay escogió la especialidad de oftalmología, al igual que su abuelo y llegó a dirigir la Facultad de Medicina en la Universidad de La Habana, en la década de los años treinta del siglo XX.

Como padre, Carlos J. Finlay fue ejemplo de constancia en el estudio, en la exigencia para aprender cada vez más sobre diferentes materias cognitivas y en las relaciones interpersonales a través del diálogo con afecto y comprensión; fue un modelo para sus tres hijos: Carlos Eduardo (1868), Jorge Enrique (1870) y Frank (1876).

La casa ubicada en el Cerro fue el sitio seleccionado desde los años de 1860 para implementar el trabajo de laboratorio como también sirvió para desarrollar tertulias donde él compartió con diferentes personalidades de la ciencia cubana: El Padre Benito Viñes, Francisco Sauvalle, José Blain, Dr. Luis de la Calle, entre otros. La reflexión sobre diferentes temáticas fue el eje central de aquellos encuentros donde el doctor prefería comentar sus lecturas médicas.

También compartió veladas culturales con su amigo personal, Claudio Delgado, de origen español, a quien visitaba para disfrutar de este tipo de opciones.

Entre sus gustos preferidos estaba escuchar música clásica y asistir a las óperas. Amaba la literatura clásica y moderna, el ajedrez, así como los ejercicios físicos, en especial la natación, que aprendió desde pequeño.

Acostumbraba a fumar tabaco en forma de cigarrillos; era abstinente a bebidas alcohólicas; tenía muy buen gusto al vestir y realizaba caminatas acompañado por amistades o solo, le era útil para ejercitar la mente. En ocasiones detenía su marcha cuando pensaba algo importante para sus trabajos e iba a anotarlo. Era como un mecanismo de retroalimentación desde su interior.

Su vida personal no puede verse desligada de su pareja. La entrega incondicional de ambos cónyuges al desarrollo de un ambiente propicio para la formación de valores humanos, trajeron consigo esta opinión del hijo Carlos Eduardo: «[…] A él y a nuestra madre les confiábamos sin rodeos ni temores, nuestras alegrías, nuestros problemas y sinsabores, seguros siempre de encontrar en ellos una acogida colmada de ternura y simpatía.»(4)

La impronta de Carlos J. Finlay en la Ciencia Cubana

El joven ya graduado en marzo de 1855, en el Jefferson Medical College de Filadelfia, emprende un firme propósito de revalidar su título en la Universidad de La Habana, lo cual logra el 15 de julio de 1857.

A partir de ese momento se propuso continuar profundizando en la investigación, habilidad que comenzó a incorporar de la mano de sus profesores en la Universidad Médica de Filadelfia, vinculado a estudios importantes de la Epidemiología como los relacionados con la malaria, desarrollados por su profesor Weir Mitcheel.

En la actividad profesional de la medicina se inicia en la especialidad de oftalmología junto a su padre, quien lo incorpora a la labor diaria de su consulta, aunque luego decide otros caminos.

Su hijo mayor afirmó: «Carlos J. Finlay fue sin duda alguna, un gran clínico, entre otras razones por el entrenamiento adquirido junto a John K. y S. Weir Mitchell, por los estudios complementarios que realizó en las clínicas francesas y por la labor clínica rendida junto a su padre, que fue un profesional de larga experiencia y excelente entrenamiento preliminar.(5)

El criterio de Carlos E. Finlay Shine corrobora el papel protagónico del abuelo en el desarrollo profesional de Carlos J.Finlay y, por otra parte, enuncia la especialidad de clínico como un aspecto a resaltar en la obra médica de su padre.

Sus primeros pasos en la creación científica estuvieron ligados al tema del Bocio Exoftálmico; el trabajo fue escrito en 1863 y constituía el primer caso de hipertiroidismo referido en Cuba.

Desarrolla el primer ejercicio académico para ingresar a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana, el 22 de septiembre de 1872, allí presenta «Alcalinidad atmosférica observada en la Habana».

Logró una intensa realización de trabajos sobre enfermedades observadas por primera vez en Cuba; también acerca de afecciones tropicales, epidemias, Bacteriología, Patología Fisiológica, Higiene, Medicina Legal, Ética, Oftalmología, Cirugía, y otros temas que llaman la atención por su mirada a otros asuntos muy vinculados con la vida en sociedad, por ejemplo, sus publicaciones sobre: «Inconvenientes y peligros de los conductores aéreos del alumbrado eléctrico», «Salubridad del Puerto de La Habana»; «Higiene Pública. La Lepra».

Llaman la atención sus criterios sobre los beneficios del agua aparecidos en «Aguas Minerales de San Diego» y es importante mencionar sus investigaciones sobre el Cólera, al ser uno de los primeros en enunciar el origen hídrico de la enfermedad.

El criterio del Biógrafo Dr. José López Sánchez devela la postura del médico ante la ciencia: «Finlay concentró su cosmovisión en los problemas que atañen a la vida humana, pero en su integridad científica fue capaz de sentirse anhelante por establecer verdades o dejar huellas en los caminos de otras ciencias».(6)

Su interés por conocimientos novedosos continuó una línea que reflejaba cada vez más la capacidad del doctor para crear científicamente desde diversas aristas de la ciencia, porque además de la medicina se interesó por la Física, la Química, la Meteorología, la Matemática, la Historia, la Filología, constituye una muestra elocuente de estos resultados investigativos el trabajo: Concordancia entre la filología y la historia en la epidemiología primitiva de la fiebre amarilla, recogido en el Tomo II de las Obras Completas.

Realizó la traducción del alemán, del capítulo V de la obra de los profesores Von Graefe y Saesmisch, redactado por Otto Beeker, impreso en 1876, con el título «Patología y Terapéutica del aparato lenticular del ojo». El resultado lo entregó a la Academia de Ciencias de La Habana para su reproducción.

La Conferencia Internacional celebrada en Washington en febrero de 1881, sirvió de escenario para mostrarle al mundo cuánto talento había en ese hombre de ojos claros, moderado actuar, excelente vestir y, sobre todo, seguridad en sí mismo. Su teoría: la presencia de un agente externo que trasmitía la enfermedad, no fue aplaudida en ese marco, muchos lo tildaron de loco, otros lo apodaron despectivamente con la frase: El Médico de los Mosquitos. Sin dudas, dedicó un tiempo importante al estudio de más de 600 especies de mosquitos para llegar a la conclusión de que era el Aedes aegypti (la hembra), el trasmisor.

La mejor actitud ante tales circunstancias. Finlay se consagró al estudio de la Fiebre Amarilla y al descubrimiento de su agente trasmisor. Sus experimentos consistieron en la picadura del Aedes aegypti (hembra) a un hombre enfermo y luego a uno sano en un período de tiempo determinado.

Sus experiencias científicas las presentó a través del trabajo: «El mosquito hipotéticamente considerado como agente de trasmisión de la Fiebre Amarilla.» En este caso la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana acogió la nueva presentación, el 14 de Agosto de 1881.

El silencio apareció nuevamente. Sus colegas no entendían una verdad que rompía con teorías hasta ese momento insuperables. El Dr. Claudio Delgado estuvo a su lado no solo para la labor investigativa, sino en el diálogo más personal que impulsaba al maestro a no desfallecer en aquel proyecto.

Se hace necesario acotar que Carlos J. Finlay, además de pertenecer a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, estuvo asociado a otras instituciones de este tipo en el país. Fue fundador de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana, la primera sociedad médica que se estableció en Cuba, el 29 de junio de 1879, en la cual tuvo una participación activa, de manera especial, en la entrega de resultados para la publicación de esa institución, «Archivos de la Sociedad de Estudios Clínicos de la Habana.»

En la Academia debe resaltarse su función como Director de la Sección de Ciencias en sustitución del Ingeniero Francisco Albear, hombre de talla elevada en la dirección de obras ingenieras, como la construcción del acueducto de Ciudad de La Habana. La elección de Carlos J. Finlay refleja cuál era su prestigio, en el año 1883, ante el órgano científico más importante de Cuba.

En este lugar recibió la más alta distinción académica: Socio de Mérito, el 21 de Febrero de 1895. El 15 de diciembre de 1901 la Sociedad de Estudios Clínicos le confiere el título de Socio de Honor.

Sobre otras publicaciones debe destacarse la presentación de trabajos en la revista Anales, de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y en la Gaceta Médica de la Habana.

Es curiosa su observación sobre la «Utilidad de los ejercicios corporales en los climas cálidos y su conveniencia para fomentar el desarrollo físico de nuestra juventud». Sus reflexiones tienen vigencia pues se detiene a explicar la importancia de la actividad física en medio del sofocante calor, típico de Cuba. Las ideas están en función de elevar la calidad de vida.

Se incluye también en las asociaciones de ajedrecistas, en 1892 era vocal de la Junta Directiva del Club de Ajedrez de la Habana; dedicó tiempo al desarrollo de este deporte–ciencia.

Un momento a destacar en la intensa obra creadora del investigador es su encuentro en 1900 con algunos miembros de la Cuarta Comisión Médica del Ejército Norteamericano que vino a cuba a comprobar su teoría. Les facilitó sin reparos pruebas fehacientes como documentos, experiencias científicas y huevos de mosquitos. Se comportó como un excelente profesional al servicio del bienestar del hombre.

La obra pictórica del artista cubano Esteban Valderrama, titulada «El Triunfo de Finlay» devela esa imagen con auténtica representación de lo que significó aquella visita. Era el colofón de comprobaciones anteriores que no fructificaron, precisamente por la incredulidad de los participantes, en torno a la teoría finlaísta.

Si bien el trabajo de experimentación desarrollado por ese equipo fue positivo pues constituyó una verificación oficial de la teoría, por otro lado, no es posible aceptar la tergiversación de una historia que tiene un solo protagonista: el Dr. Carlos J. Finlay. Se conoce cuánta falsedad pretendió imponer el Presidente de la Cuarta Comisión Norteamericana, Dr. Walter Reed. Después de comprobada la teoría, quiso adjudicarse el descubrimiento del agente trasmisor de la Fiebre Amarilla.

Existe una amplia bibliografía en relación al quehacer finlaísta en su posición de científico, pero siempre resulta interesante la opinión de alguien que no fue Claudio Delgado ni otros colegas que estuvieron más cercanos a él en el trabajo de higiene y sanidad, sino, un médico camagüeyano que pudo constatar sus valores: «Testigo presencial el que esto escribe, como alumno interno del Hospital «Mercedes», de algunos de sus trabajos y experimentos, en alguno de los que me cupo la honra de ser su ayudante; puedo justificar su fe en ellos, su esperanza en el éxito, que luego lo coronó, y su ardor y animosidad en la explicación de los hechos que experimentaba».(7)

Repercusión de la obra de Finlay en la Sanidad Cubana

Sobresale como antecedente importante la labor profiláctica del doctor que hoy tiene extraordinaria vigencia en cuanto a sus escritos acerca de la eliminación del vector Aedes aegypti.

En 1898 expone su plan para erradicar la Fiebre Amarilla ante la Asamblea de los Oficiales del Ejército y la Marina Norteamericana celebrada en La Habana, en esa oportunidad señaló: «las larvas de los mosquitos pueden ser destruidas en los pantanos, pequeñas acumulaciones de aguas, en los excusados y donde quiera que se encuentren aguas estancadas, con el uso metódico del permanganato de potasa o de cualquier otra sustancia parecida, con el fin de disminuir la abundancia de estos insectos»(8)

La orientación del eminente investigador dejaba esclarecido el camino a seguir. En este período de finales del siglo XIX Carlos J. Finlay preside la Comisión para el Estudio de la Fiebre Amarilla. En sus inicios (1880), fue integrada por cuatro doctores incluyendo al sabio. Realizaron estudios clínicos, de Urología, de Anatomía Patológica y de estadísticas.

Años después solo trabajaron Carlos J. Finlay y su amigo el Dr.Claudio Delgado. Ambos llevaron a cabo estudios sobre Hematimetría, inoculabilidad de la Fiebre Amarilla, inmunidad del nativo y casos leves con y sin albúmina.

La llegada de la República coloca al importante científico en un nivel superior en cuanto a su reconocimiento social, pues es nombrado Jefe de Sanidad de la Isla, el 20 de Mayo de 1902. Esta decisión a la que él accedió pone de manifiesto una vez más el grado de compromiso con su propia profesión en función de la Humanidad.

Las acotaciones del Dr. López Sánchez avalan esta postura: «[…] Sentía que ese era su deber como médico y añadía que en los momentos de crisis no se podían eludir obligaciones y debían tomarse decisiones, que en esos momentos había que ocuparse de continuar la lucha por restablecer las actividades científicas y cooperar a resolver los graves y urgentes problemas sanitarios que habían surgido». (9)

Desde los inicios de esa labor Carlos J. Finlay contribuyó de manera decisiva en la creación de un sistema para la salud pública cubana. Atendió directamente las campañas antivector y otras relacionadas con enfermedades epidémicas. En 1903 se desempeñó también como Presidente de la Junta Superior de Sanidad, unido a prestigiosos profesionales de la medicina como Enrique Barnet, José A. López, Jorge Le Roy, Juan Guiteras y el médico veterinario Honoré Lainé.

En el período que dirigió la sanidad, desde 1902 hasta 1909, tuvo la posibilidad de fundar la Escuela de Higienistas de Cuba junto a los doctores Juan Guiteras, Antonio Díaz Albertini, el camagüeyano Arístides Agramonte, entre otros.

Como Jefe de Sanidad de la República de Cuba se destacan sus resultados en torno a la elaboración de informes mensuales y anuales que registraron la situación sanitaria y demográfica de la Isla a nivel nacional, elaborados en idioma español e inglés. Debe señalarse la valía de los datos que allí se reflejaban, pues dejó compilado la caracterización de la salud en esa etapa.

Si se escoge el informe de los años 1902 y 1903, puede apreciarse su nivel de actualización y el trabajo desempeñado al ocupar esa responsabilidad:

«Las espantosas cifras de 1126 y 1144 defunciones causada por el tétano infantil, que representa más de un cinco por ciento de la mortalidad total de toda la República aparece en notable contraste con las cifras pequeñas a que ha quedado reducida la mortalidad por dicha afección en el distrito de La Habana, contraste que pone en evidencia lo deficiente de nuestros recursos sanitarios fuera de la capital. Ante tamaño abandono se pregunta uno si no ha llegado la hora de implantar medidas coercitivas para salvar tantas vidas indefensas que se sacrifican anualmente por el abandono y el desconocimiento de precauciones sencillas que evitan con seguridad el mal. Los jefes locales de Sanidad deben usar de toda influencia para educar al pueblo en estos motivos y para obtener de sus consistorios los recursos necesarios para la asistencia de los pobres».(10)

Sus orientaciones constituyen una enseñanza hoy día de la importancia del trabajo preventivo de manera directa en las diferentes localidades, principio que se aplica en la salud pública cubana y que es prioridad en la política del Estado.

En el propio trabajo de sanidad en Cuba Carlos J. Finlay abordó disímiles problemáticas, entre ellas: la Tuberculosis, el Tétano en el recién nacido, el Muermo, la Parálisis Infantil, la Fiebre Tifoidea, la vacunación antivariolosa y la Fiebre Amarrilla, que se logró erradicar en la isla antes de finalizar la primer década del siglo XX.

En estas materias se destaca su decisión para distribuir de manera gratuita a las mujeres embarazadas un paquete antiséptico que se utilizaba en las curas del ombligo del recién nacido. De esta manera se evitaba las infecciones por el tétano infantil. Este es un tema en el cual el investigador aportó también sus conocimientos.

Otro aspecto relevante de su labor fue la confección del primer Código Sanitario Cubano, en 1905. Además, dictó Resoluciones, Decretos y Circulares que conllevaron a un buen desarrollo de las campañas contra el mosquito Aedes aegypti, como por ejemplo la circular No. 19, de noviembre de 1906, dirigido a los Jefes Locales de Sanidad. En ella se disponía las instrucciones para la Brigada de Fumigación y Petrolización. La No. 21, del 29 de noviembre de 1907, se tituló «Lo que debe hacer un Inspector de Sanidad».

Los documentos son auténtica muestra del pensamiento de vanguardia de Carlos J. Finlay y trazan líneas de trabajo higiénico-sanitario vigentes en la actualidad que revelan su impronta en la historia.

El alcance de su práctica sanitaria para erradicar la Fiebre Amarilla llegó a otros países como Panamá, lugar donde murieron centenares de hombres que laboraban en la construcción del Canal de la nación centroamericana. El Dr. William Gorgas aplicó la campaña antivector concebida por Finlay y logró la reanimación de la obra, interrumpida tras el fuerte azote de la epidemia. Esto constituye una victoria alcanzada con la más alta recompensa a la que pudiera aspirar el sabio, salvar las vidas humanas expuestas al medio del trópico.

Reconocimientos y méritos a Carlos J. Finlay

Carlos J. Finlay se consagró a la ciencia sin espíritu presuntuoso. La sencillez lo caracterizó siempre, fue uno de sus grandes méritos; nunca se creyó superior ni único; asumió una postura permeada de ética y de valores como la modestia y la honestidad.

En diciembre de 1900 el jefe del Gobierno Militar de intervención en Cuba, Leonard Wood, propicia un banquete dedicado a Finlay, sin embargo, este agasajo tenía un trasfondo político.

El haber ocupado la responsabilidad de Jefe de Sanidad de la República de Cuba desde 1902 hasta 1909, constituye un gran mérito recibido en vida y más aún cuando en 1908, es nombrado de manera vitalicia Presidente de Honor de la Junta de Sanidad y Beneficencia.

Si se tiene en cuenta medallas, reconocimientos recibidos o instituidos en su homenaje a través de instituciones o Estados, deben mencionarse los siguientes:

• El cuatro de noviembre de 1907 recibió la medalla Mary Kingsley, la más alta que se otorga por la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, Gran Bretaña, en acto solemne en la Universidad de La Habana.

• En 1908, fue declarado Oficial de la Legión de Honor, concedido por el Ministro de Francia.

• El 25 de mayo de 1981 la UNESCO entregó por primera vez el Premio Internacional «Carlos J. Finlay» para reconocer avances en la Microbiología. En la edición de julio de 1975, la revista Correo de la UNESCO, incluyó a Finlay entre los seis microbiólogos más destacados de la historia, junto a Leeuwenhoek, Pasteur, Koch, Mechnikov y Flemming.

• Actualmente, el Estado cubano entrega la Orden Carlos J. Finlay a obras científicas relevantes al servicio del bienestar del hombre.

Por otra parte es de destacar el reconocimiento que hacen a Finlay profesionales de la medicina a nivel nacional e internacional.

A partir de 1935, en el X Congreso Internacional de la Historia de la Medicina, celebrado en Madrid, España, se inicia una etapa en el contexto universal en defensa de la verdad científica de Finlay como descubridor del agente trasmisor de la Fiebre Amarilla.

Entre los más altos homenajes dedicados a Finlay se encuentra la celebración del Día de la Medicina Americana, cada 3 de diciembre, día de su nacimiento. La fecha conmemorativa fue establecida en el IV Congreso de la Asociación Médica Panamericana, ocurrido en Dallas, Texas, en 1932, a propuesta de la delegación cubana.

Luego, en 1942, durante la I Asamblea Nacional de la Federación Médica de Cuba, se acordó fundir en esa fecha, de modo especial, la celebración del Día del Médico en Cuba y de la Medicina Latinoamericana, como símbolo del aporte de esta área del continente a las Ciencias Médicas.

El doctor Juan Guiteras fue el primero en elaborar un esbozo biográfico de Finlay y realizó, junto a otros doctores, un informe para la candidatura al Premio Nobel de Fisiología y Medicina correspondiente al año 1912, a propuesta de la Academia de Ciencias de Cuba.

Otra proposición al Nobel de 1912, estuvo avalada por Braut Paes Luwe, profesor de la Facultad de Medicina de Río de Janeiro, Brasil.

En 1904 el cirujano del Ejército Británico, Ronald Ross, profesor de Medicina Tropical de la Universidad de Liverpool, Inglaterra, pidió a Finlay su autorización para nominarlo al Premio Nobel de 1905, a cuatro años de haberse entregado por primera vez ese galardón internacional. Ross había recibido el Nobel en 1902 por la identificación del mosquito trasmisor del Paludismo.

En esta, como en las otras ocasiones, la postura de norteamericanos a favor de Walter Reed como autor del trascendental hallazgo científico, frustró las ansias de reconocidas personalidades de la ciencia cubana y mundial, conscientes de la justicia que se haría a Finlay con el Premio Nobel en aquellas circunstancias.

Al conocer el infructuoso resultado de las gestiones de Ross en 1904, Finlay, con su modestia característica y vocación social, solo respondió:

«Lo siento por Cuba; hubiera sido la primera vez que hubiera venido a nuestro país este lauro internacional, dándome la oportunidad de probar mi cariño de hijo que ama a su patria. En cuanto a mí he sido más que bien recompensado con unos padres que lograron darme una profesión con qué demostrar mi amor por los demás, con una ejemplar esposa y buenos hijos, y con una relativa buena salud, con la que he alcanzado una edad que me permite reconocer mis grandes errores.¨(11)

Sin dudas el Premio Nobel, como los demás homenajes, hubiera representado un justo reconocimiento al genial médico cubano. No obstante, el mayor triunfo de Carlos J. Finlay estará siempre en la impronta indeleble que ha dejado su obra al servicio de la Humanidad.

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Notas

1. López Sánchez José. Finlay. El Hombre y la Verdad Científica. p. 171.
2. Delgado García, Gregorio. Cuadernos de Historia de la Medicina. No.65, p.60.
3. Revista Antorcha. Año 1, No. 4, octubre de 1943, p. 8.
4. Finlay Shine Carlos E. Carlos Finlay y la Fiebre Amarilla, p. 30.
5. Ibidem, p. 34
6. López Sánchez José. Finlay. El hombre y la verdad científica, p. 99.
7. Dr. Agüero Ángel. Medallón de luto. Periódico El Camagüeyano. Año XIII, o. 233, 21 de agosto de 1915, p. 1.
8. Rodríguez Expósito César. Obras Completas de Carlos J. Finlay. Tomo I, p. 68.
9. López Sánchez José. Finlay. El hombre y la verdad científica, p. 313, 314.
10. Finlay Barres Carlos J. Obras Completas de Carlos J. Finlay. Tomo V, p. 25.
11. J. Finlay, Carlos. Publicado por Luis Sexto, en el periódico Juventud Rebelde, 6 de mayo de 2001, p.11

Autor: M.C. Irma Falcón Fariñas, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Cándido González Morales

La presencia de Cándido González Morales está viva en cada camagüeyano, en cada cubano, en cada lucha y en la primera línea de combate, como expresión consecuente de que Cuba nunca se doblegará; y es precisamente así como él quería que lo recordarán.

Desde temprana edad se destacó por su entusiasmo, y su rebeldía ante lo mal hecho. Lucha por rescatar los símbolos patrios y elevar el nivel y la moral de la enseñanza.

En una carta escrita a su madre y hermana plantea que «… La vida no tiene sentido si no se lleva con honra y dignidad… Jamás claudicaré. Es mejor vivir, vivir para la eternidad, después del deber cumplido, que vivir sin decoro…»

De estirpe revolucionaria y antimperialista, la honradez fue una virtud que lo caracterizó. Fue fundador del Movimiento 26 de julio y difusor de «La Historia me absolverá», en Camagüey.

El Comandante Che Guevara evocó a Cándido como un revolucionario sin tacha, y así lo recordamos hasta hoy: valiente, activo, decidido, generoso, aguerrido, símbolo imperecedero de la patria que soñara el Héroe Nacional cubano José Martí.

Artículo: Cándido González Morales, un revolucionario sin tacha, Autor: Argentina Montalván Barranco / Radio Cadena Agramonte

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Bernabé Boza Sánchez

Juan Nepomuceno Boza Agramonte y María Sánchez Loret de Mola, pertenecientes a distinguidas familias principeñas, fueron los padres de Bernabé Boza Sánchez, nacido el 4 de Febrero de 1858.

«Bebé», como afectuosamente le llamaban, inició sus estudios a temprana edad en una de las pocas escuelas de instrucción primaria que funcionaban en Puerto Príncipe y en 1867 ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza para cursar el bachillerato.

El inicio de la Guerra de los Diez Años y la incorporación de su familia a la revolución su determinaron emigración con una tía a Barcelona donde continuó estudios. Luego de varios años, pasó a los Estados Unidos.

La muerte de familiares y en especial el fusilamiento de su padre como expedicionario del Virginius el 7 de noviembre de 1873, motivaron su regreso a Cuba y la incorporación a las fuerzas revolucionarias de Camagüey. «Se me destinó al primer escuadrón de caballería «Agramonte» y al pelotón del cabo Demetrio Mola, un negro de alma pura y hermosa y de vergüenza presente a todas horas», escribió posteriormente.

Con dicho escuadrón participó en varios combates, entre ellos el del Carril de Cachaza, La Unión de Llanes, el puente de Carrasco, La Gertrudis y el Asalto a Cascorro. Posteriormente pasó a Las Villas para unirse al contingente invasor, y combatió en Loma del Jíbaro, Manajanabo, Los Abreu, El Santo y el ataque a la ciudad de Santa Clara.

A fines de 1876 regresó a territorio camagüeyano y estuvo presente en las acciones de Los Peralejos, El Oriente, Zanjón, Imías, San José del Tínima, Antón y Tunas de Guáimarillo. Al concluir la contienda era sargento del Primer Escuadrón del Regimiento de Caballería «Agramonte», con solo veinte años de edad y una hermosa hoja de servicios.

Durante la Tregua Fecunda residió con su familia en Puerto Príncipe y alternó el trabajó de la tierra en la zona de San Jerónimo, finca El Consuelo, que había pertenecido a su padre, con la labor de secretario de los juzgados municipales de San Jerónimo y Las Yeguas.

En 1895, durante el ataque y toma de San Jerónimo el 22 de Junio, se incorporó a las fuerzas del mayor general Máximo Gómez. Como sargento del Regimiento «Agramonte» se destaca en el combate de Ciego Molina y el Generalísimo lo nombra teniente y jefe de su escolta.

En los preparativos de la invasión, Gómez le encomendó la reorganización de la misma, pues deseaba ser acompañado únicamente por hombres resueltos y decididos. Días después, Boza se presentó al Generalísimo y le dijo «General, estos hombres nos han de seguir a todas partes, ya había previsto el caso y tengo mi gente preparada para la hora que usted decida marchar».

Tal como dijo, la escolta demostró su valor en los combates de Pelayo, Iguará, Mal Tiempo, Calimete; su jefe fue ascendido a teniente coronel en mayo de 1897. Poco tiempo después, en agosto, obtuvo grados de coronel y fue designado jefe del estado mayor del general Gómez.

El 11 de julio del año siguiente, mientras se encontraba en Cayo Hueso en comisión especial del Cuartel General, obtuvo los grados de general de brigada. Regresó en agosto del propio año, después de cumplir su misión de entrevistarse con el Jefe de Ejercito de los Estados Unidos.

Concluida la guerra y ocupada la isla por las fuerzas interventoras norteamericanas, fue designado alcalde de Santa María del Rosario, cargo que desempeñó con reconocido celo. Al instaurarse la República Neocolonial, el 20 de mayo de 1902, ocupó un escaño en la Cámara de Representantes, electo por la provincia de La Habana.

Su obra «Mi Diario de la Guerra desde Baire hasta la intervención Americana», es de gran valor para el estudio y conocimiento de la Guerra del 95.

En 1906, después de la reelección de Estrada Palma y durante la llamada «Guerrita de Agosto», a pesar de ser contrario al Gobierno, se puso de su parte con el propósito de salvar al país de la ingerencia extranjera. Con un grupo de veteranos y otros que se le incorporaron, salió al campo en busca de los alzados, para hacerlos desistir de sus propósitos, y que volvieran a la legalidad. Comprendiendo la traición de Estrada Palma y decepcionado, Boza disolvió sus fuerzas y se retiró a su hogar.

Muere en La Habana el 16 de mayo de 1908; triste, por no ver a Cuba libre e independiente; pobre, después de haber sido su familia una de las más adineradas de Camagüey; pero satisfecho de que estos ofrendaran a la patria sus vidas y propiedades.

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Nota

Como documentación fue utilizada la biografía publicada por Gustavo Sed Nieves en Generales Camagüeyanos, Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba, Camagüey, 1980. pp. 18-22.

Autor: MsC. Ricardo Muñoz Gutiérrez, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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Aurelia Castillo

En la legendaria ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe, conocida hoy como Camagüey, nació en enero de 1842 Aurelia Castillo de González, una de las periodistas más destacadas del siglo XIX.

Desde muy temprano apareció en su vida una gran afición por las letras y hasta su deceso, ocurrido el seis de agosto de 1920, se mantuvo activa en varios medios de prensa de la época.

En 1875, durante la Guerra de los Diez Años, fue desterrada junto con su esposo, el coronel del ejército español José Francisco González, debido a la protesta que éste hizo por el fusilamiento del patriota cubano doctor Antonio Luaces Iraola.

A partir de entonces ambos visitaron diversos países de Europa y América y ella preparó crónicas de viaje, que fueron muy celebradas por los lectores de la época.

En 1895, Aurelia Castillo de González enviudó y poco después tuvo que volver a salir de la Isla, en esa ocasión expulsada por el sanguinario Capitán General español Valeriano Weyler.

Al terminar la Guerra Necesaria volvió a Cuba y se incorporó de lleno al trabajo literario y periodístico en diversas publicaciones como: El Fígaro, La Habana Elegante y El País, entre otras.

Cuando en 1910 se fundó la Academia Nacional de Artes y Letras en La Habana, cinco mujeres integraron sus filas, tres de ellas cubanas por nacimiento: Nieves Xenes, Dulce María Borrero y Aurelia Castillo. Las otras dos eran la pintora dominicana Adriana Billini Gautreau y la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió.

Con más de siete décadas de vida, Aurelia presidió la comisión que se encargó de los festejos para celebrar en Cuba el centenario de la destacada poetisa camagüeyana María Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Artículo: Aurelia Castillo, una destacada patriota y periodista, Autor: Matilde Salas Servando / Revista Somos Jóvenes

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Ana Betancourt de Mora

Ana Betancourt de Mora nació en Camagüey, el 14 de diciembre de 1832. A los veintidós años se casó con el joven principeño Ignacio Mora y de la Pera, quien fue, según sus propias palabras, su maestro y su mejor amigo.El 4 de diciembre de 1868 se internó en la manigua rebelde, cambiando la serenidad de su hogar por los martirios de la guerra.

El 14 de abril de 1969 su voz se dejó escuchar en Guáimaro, sede de la Asamblea Constituyente para decir: «Ciudadanos: la mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas».

Y, agregó: «Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Legó el momento de libertar a la mujer!».

En 1871 es sorprendida con su esposo, y, por una estratagema suya, Ignacio logra escapar, pero ella cae en poder del enemigo. Conminada a que le escribiera pidiéndole la rendición, contestó: «prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado».

Logra evadirse después de sufrir innumerables atropellos y privaciones que no le hicieron bajar la cabeza; es deportada a México, y luego se dirige a Nueva York. Regresa a Cuba con la Paz del Zanjón.

Vivió en Kingston, en el Salvador, y en España. Menos en el último país, en los demás se ganó el sustento como maestra o como obrera, siempre preocupada por la libertad de Cuba. En España se dedicó a transcribir el diario de campaña de su esposo, mientras mantuvo una activa correspondencia con Gonzalo de Quesada y otros patriotas cubanos. Convirtió la casa de su hermana en un foco de actividad revolucionaria.

Enfrascada en los preparativos para el retorno a Cuba, Ana Betancourt de Mora muere el 7 de febrero de 1901.

Tomado de Internet.

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Amalia Simoni Argilagos

Casada con el abogado principeño Ignacio Agramonte y Loynaz el 1ro. de agosto del año 1868, a quien más tarde acompañó en los campos de la Revolución de 1868, Amalia Simoni pudo encarar los más difíciles momentos de la coyuntura política cubana de mediados del siglo XIX y de los primeros lustros del siglo XX.

Precisamente esa posibilidad la obtuvo por brillar con luz propia desde mucho antes de conocer a Agramonte. Poseía Amalia gran sensibilidad para el arte y una cultura exquisita, ganada en la Isla y en los viajes familiares por Europa; contaba además con probada resistencia y valor innato. Por el conjunto de cualidades sobresalientes y valores humanos esta dignísima mujer del Camagüey ha merecido un aprecio particular de los cubanos y las cubanas.

La Magdalena de Tiziano (1), como la nombrara la poetiza camagüeyana Aurelia Castillo y del Castillo, había sido formada en cuna rica en Puerto Príncipe, recibiendo esmerada educación en el hogar y en los colegios lugareños; dominaba Amalia varios idiomas y poseía dotes de soprano, amén de interpretar magistralmente el piano. Esto último complacía mucho al novio, tan apasionado por ella.

Por cierto, en una carta escrita por Ignacio Agramonte, con fecha del 13 de abril de 1867 este le señalaba: «En una de tus cartas leo estas palabras: ‘Tu deber antes que mi felicidad es mi gusto, Ignacio mío’. Y cómo no amarte si eres tan grande, si tan elevado es tu corazón. Sí Amalia, me siento arrastrado porque se ama lo bueno, y se adora lo bello. Sin embargo, yo te aseguro que vacilaría si alguna vez encontrara tu felicidad y mi deber frente a frente; creo que ya te lo dije en otra ocasión. Ojalá nunca se encuentren. Adiós, mi Amalia, hasta otro día». (2)

Este fragmento es revelador de una de las facetas primigenias del novio que, puede afirmarse, la dama conocía perfectamente, donde queda de manifiesto el pensamiento de Agramonte de compromiso político por Cuba, pensamiento que también la novia pareció estar dispuesta a seguir. Precisamente la gran confianza que Ignacio depositara en Amalia Simoni, la obligaba a seguirle en sus mismos ideales juveniles, aunque maduros.

Poco después, en el mes de mayo del mismo año, él le confesaría que una amiga habanera le recomendaba que «huyera de peligros». Pero qué peligros podían acecharlo en La Habana, mientras realizaba estudios de Jurisprudencia en la universidad capitalina. Sin dudas Amalia se mantenía informada de algunos, no todos, de sus pasos en medio de la tensa coyuntura política que ya se ventilaba en el occidente del país, y en la que Ignacio parecía estar sumido junto a otros estudiantes de su mismo calibre.

De manera que mientras el amor alimentaba la embriaguez de los dos novios criollos, otros deberes los iban atando cada vez más a la patria en tránsito a la nación. El compromiso político de ambos amantes, se haría cada vez más fuerte.

Esto ayuda a entender la decisión de Amalia de seguir a su esposo a la manigua insurrecta y su permanencia en los campos de la Revolución desde el mes de noviembre de 1868 y hasta el 26 de mayo de 1870, fecha en que fuera presa de los españoles en el refugio del Tibisial (3), en Cubitas, junto a su pequeño hijo de apenas un año de nacido y otros familiares.

Indoblegable desde su captura, Amalia Simoni mantuvo total entereza de principios patrióticos y fidelidad sin límites a los ideales de emancipación social que preconizaba su compañero, quien quedaría acompañado de la magnífica Caballería que él había creado.

Por cierto, su compañera idolatrada, de una formación hogareña especial que tuvo que modificar en alguna medida por las circunstancias de la guerra, conoció desde un primer momento que Agramonte se hallaba preparando dicho Escuadrón de Caballería para dejar atrás a la caballería española (4). De manera que los esposos buscaban entremezclar los asuntos amorosos íntimos con los más disímiles temas de la guerra, sin que ella viera en esto una molestia de parte de su compañero.

Lejos de Cuba, en medio de la emigración patriótica en Nueva York, fue sorprendida Amalia Simoni por la noticia de la muerte de su Ignacio idolatrado, ocurrida en Jimaguayú el 11 de mayo de 1873. Un año antes, el 19 de noviembre, el Mayor le había pedido: «A Ernesto y Herminia háblales con frecuencia de su papá, educa y forma sus corazones tiernos a semejanza del tuyo; que cuando encuentre en ellos tu retrato y tu alma, mi cariño y mi satisfacción no tendrán límites, dales un millón de besos.» (5)

No veamos en esta exhortación una fatal despedida, ese sentimiento no era capaz de incubarlo y transmitírselo el Hombre de sobrada voluntad y optimismo que era Agramonte a la mujer que amara hasta el delirio.

Apenas once días antes del holocausto, Amalia le había rogado que fuera más prudente en los combates, que expusiera menos un brazo y una inteligencia que tanto necesitaba Cuba. No bastándole estos y otros ruegos, la imaginación le seguía en los campos de la pobre Cuba.(6) Lamentablemente esta misiva nunca llegó a manos de Agramonte.

Allá distante quedaba ella recibiendo el calor y protección de la emigración revolucionaria y, sobre todo, la dicha de saberse reconocida y admirada por José Martí, quien ponderara sus méritos por estar a la misma altura de los del héroe epónimo camagüeyano.

Admirado de Amalia, el Maestro escribiría en Patria el 25 de junio de 1892: «Por la dignidad y fortaleza de su vida; por su inteligencia rara y su modestia y gran cultura; por el cariño ternísimo y conmovedor con que acompaña y guía en el mundo a sus dos hijos, los hijos del héroe, –respeta Patria y admira a la señora Amalia Simoni, a la viuda de Ignacio Agramonte.» (7)

En realidad desde el 10 de octubre de 1888 ella había tenido acercamiento a Martí, ocasión en que escuchara su discurso fervoroso en conmemoración del 10 de octubre de 1868. Cuatro días después le solicitaría a través de una carta que la contara entre todos sus compatriotas y verdaderos amigos.

No lo defraudaría. Desde entonces redobló sus esfuerzos en aras de la independencia y la emancipación plena de hombres y mujeres de Cuba. (8)

Hasta el momento de sorprenderle la muerte, ocurrida en La Habana el 23 de enero de 1918, mantuvo inquebrantable postura política por la total independencia de Cuba y contra la intervención norteamericana en los asuntos internos del país.

En ese combate de ideas Amalia Simoni no había dejado de ocupar la primera fila junto a Salvador Cisneros Betancourt, Manuel Sanguily Garrite, María de la Concepción Concha Agramonte Boza y otras dignas figuras patrióticas de la naciente República cubana. Con la Vergüenza del Mayor Agramonte, frase usada por él para impedir a tiempo la caída de la Revolución en el Camaguey –y no se exagera al decir que en toda la Isla– Amalia Simoni se había echado a luchar por un país nuevo, donde la justicia, la igualdad y la libertad fueran la conquista suprema social.

Su recuerdo es imborrable y sus virtudes de amor y patriotismo germinan en nuestra juventud.

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Notas

1. Aurelia del Castillo: Ignacio Agramonte en la Vida Privada. Editora Política, La Habana, 1990. p. 8.

2. Eugenio Betancourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana. Editorial Dorrbecker, La Habana, 1928. El fragmente corresponde a una de las cuatro cartas escritas por Agramonte desde San Diego de los Baños, Pinar del Río, mientras recibía tratamiento facultativo por causas de un catarro.

3. Finca situada en la Prefectura de Cubitas, antiguo fundo de Bainoa, donde instalara el rancho la familia Simoni, una de cuyas habitaciones Ignacio bautizó con el nombre del Idilio. Dicha finca era propiedad de los esposos Manuel Betancourt Betancourt y Belén Agüero Betancourt, colaboradores de los revolucionarios.

4. En carta del 9 de junio de 1869.

5. Juan Ramírez Pellerano: Cartas a Amalia. 2da. Edición. Editorial Ácana, Camagüey, 2007. p. 79.

6. Juan Ramírez Pellerano: Ob. cit. pp. 79-80.

7. José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 5, p. 378. (Merece consultarse para más detalles la obra de Luis Álvarez Álvarez y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí. Editorial José Martí, La Habana, 1997. p. 307).

8. De la carta manuscrita de Amalia Simoni dirigida a la patriota camagüeyana Gabriela de Varona y Varona, el 17 de mayo de 1897. En: Fondos del Museo Provincial Ignacio Agramonte. Camagüey

Artículo: Amalia Simoni Argilagos: virtudes de amor y patriotismo, Autor: MsC. Fernando Crespo Baró, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu

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