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sábado, abril 20, 2024

Asamblea de Guáimaro

Con orgullo los cubanos conmemoran el nacimiento de la República de Cuba en Armas, ocurrido el 10 de abril de 1869, en el poblado camagüeyano de Guáimaro.

Los hechos ocurridos en el hasta ese momento casi desconocido pueblo intermedio entre Camagüey y Oriente, entonces bajo dominio de los revolucionarios –razón que determinó que fuese el lugar seleccionado por los mambises para efectuar la reunión o constitución de un único poder representativo– han sido objeto de muchas valoraciones; primero, por sus mismos protagonistas, después, por los continuadores de la lucha en una nueva gesta independentista y por historiadores que pretendían explicarse las causas de los reveses y victorias de los cubanos.

A Guáimaro llegaron los combatientes por la libertad, aunque bisoños en la lucha, conscientes de que para el logro de sus objetivos era imprescindible la unidad revolucionaria, por muchas razones experimentadas ya en ese momento. La ofensiva española comandada por Valmaseda en Oriente había obligado a los patriotas de aquella región al repliegue, era necesario coordinar todos los esfuerzos en el plano militar y presentarse al mundo como con un solo gobierno de todos los que estaban dispuestos a separarse de España.

Era la primera muestra de una forma que ha prevalecido entre los revolucionarios cubanos de todos los tiempos para resolver, en bien de la Patria, las diferencias desde los puntos de vista estratégicos y tácticos en la lucha por la independencia y la liberación nacional.

Los patriotas redactaron y adoptaron una constitución con postulados de los más radicales para aquel entonces. Estuvieron convencidos de que la nación cubana era para toda la isla y no para un aparte de ella. Como demostración de la radical oposición a todas las formas coloniales, crearon una república basada en el ciudadano y el derecho de todos a elegir y ser elegido.

En este aspecto, es importante detenerse en el artículo 24 donde se afirma «Todos los ciudadanos de la República son enteramente libres.» Era el preámbulo legal para la abolición de la odiosa esclavitud del hombre negro y el otorgamiento de los derechos de que gozara el hombre blanco, requisito esencial para la formación del pueblo cubano. Solo cuando blancos y negros fueran iguales ante la ley y la práctica social, existiría un verdadero pueblo y un sentimiento nacional arraigado que haría invencible a la Nación.

En la Asamblea brilló el joven Ignacio Agramonte y Loynaz, junto a Antonio Zambrana, en la defensa de la república; y qué decir de Carlos Manuel de Céspedes, aquel venerable que se sentó a la mesa a compartir el poder que se había dado, y ganado, en la alborada del 10 de octubre.

En la tercera sesión, el 11 de abril, por mayoría de los asambleístas fue asumida la bandera de la estrella solitaria como símbolo nacional; le siguió la elección de la Cámara de Representantes. La primera decisión de esta, ya constituida, fue otro ejemplo de unidad; disponer que la bandera de Bayamo, parte del tesoro de la República, también presidiera las sesiones de la Cámara. Ahí está, a los 140 años, en la Asamblea Nacional del Poder Popular.

La elección del presidente de la República recayó en Céspedes, quien después de un breve discurso, se desprendió las insignias militares de su traje y las puso a disposición de la Cámara.

Durante esos días se sucedían las demostraciones públicas de patriotismo y la mujer no fue olvidada. La camagüeyana Ana Betancourt Agramonte –y no de Mora, apellido que llevaría por su esposo Ignacio, patriota de activa participación en la lucha desde noviembre del año anterior– coronó los ideales de la Patria que se quería hacer cuando expresó:

«Ciudadanos, la mujer en el rincón oscuro y tranquillo del hogar espera que una revolución nueva rompa su yugo y le desate las alas […] Aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer.» (1)

Es verdad que la primera República en Armas, emanada de un hervidero de revolución, derechos y libertades, no se avenía, en mucho, a las prioridades de la guerra, pero marcó el inició de hermosas tradiciones de luchas y virtudes de los líderes y los revolucionarios cubanos, el apego a las leyes y a los principios democráticos, el respeto al hombre, compañero de lucha o enemigo prisionero, virtudes que llevamos orgullosos.

Guáimaro continuó siendo sede de los poderes revolucionarios y noticia diaria en los periódicos integristas de La Habana que exigían a las autoridades coloniales operaciones militares contra los «asesinos e incendiarios», como llamaban a los insurrectos que se habían levantado en armas.

En el mes de mayo, los patriotas creyeron, con razones, que los españoles preparaban fuerzas para recuperar el poblado y prefirieron entregarlo a las llamas ante que el enemigo pudiese mostrarlo como prenda de la debilidad de la revolución. El día 10 del propio mes, en la mañana, en la plaza pública se acopió todo lo que pudiera servir de combustible y comenzó el incendio que se fue extendiendo a otras partes del pueblo.

José Martí, en uno de sus escritos, reflejó el simbolismo de Guáimaro al escribir: «[…] y cuando cerró la noche, se reflejaba en el cielo el sacrificio. Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro; en la casa de la Constitución ardía más alto y bello.(2)

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Notas

1. Nidia Sarabia: Ana Betancourt Agramonte. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p 59.
2. José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. t 4, p. 389.

Autor: MsC. Ricardo Muñoz Gutiérrez, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu