Luis Alberto Llaneza, barítono español, canta a la luz natural en Camagüey
A las cuatro de la tarde, justo cuando el apagón programado dejó a oscuras la sala José Marín Varona en Camagüey, comenzó un concierto íntimo y profundamente simbólico. El barítono español Luis Alberto Llaneza, con más de 25 años de vínculos con Cuba, ofreció un repertorio que cruzó siglos, geografías y emociones, en una ciudad atravesada por el cansancio de los cortes eléctricos y el desánimo social. Pero la música —y una pequeña batería que salvó al piano eléctrico de la pianista camagüeyana Yalim Toledo— hizo su milagro cotidiano: insistir.
La sala no es cualquier espacio: forma parte de la red de instituciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad, y fue restaurada y acondicionada como sala de concierto tras años de reclamos por parte del gremio musical. Está ubicada en lo que fuera una antigua capilla, y conserva algo de ese recogimiento sagrado. Durante el concierto, sin luz eléctrica, la claridad natural se filtraba a través de los vitrales, y creaba un ambiente casi místico. Fue un marco perfecto para un acto de fe: fe en la música, en el arte compartido, en lo que todavía puede conmover.
UN VIAJE MUSICAL ENTRE ESPAÑA Y AMÉRICA
El programa, cuidadosamente hilvanado, comenzó con una joya sefardí del siglo XV, Adiós querida, prueba del largo aliento de la tradición hispánica en la música. De ahí, Llaneza condujo al público por la obra de Fernando Obradors, compositor que vivió en Matanzas y Santiago de Cuba, lo que sugiere una posible conexión con Camagüey. Interpretó Aquel sombrero de monte y Del cabello más sutil, piezas que destilan la delicadeza lírica del repertorio clásico español.
El concierto rindió homenaje a Federico García Lorca, a través del Romance de la luna, luna, musicalizado por Miguel Ortega, y con Sevillanas del siglo XVIII, piezas populares que Lorca armonizó para “La Argentina”, figura clave del renacer flamenco junto a Manuel de Falla. Estos momentos subrayaron la honda conexión entre poesía, música y tradición oral.
INVITADOS CAMAGÜEYANOS Y LA ZARZUELA COMO PUENTE
El Dúo Lírico Dalmau, también camagüeyano, aportó fuerza local al concierto. Interpretaron El Andajadero (otra obra basada en Lorca) y una de sus integrantes asumió con arrojo La Petenera de Federico Moreno Torroba, pieza exigente del repertorio zarzuelístico. Su actuación fue una muestra clara de la vitalidad del canto lírico en la ciudad, a pesar de la escasa visibilidad. Llaneza afirmó además que fuera de España, dos países lograron una zarzuela propia: Cuba y Filipinas.
Llaneza, en guayabera blanca —símbolo de identificación con Cuba—, abordó también el repertorio latinoamericano: Te vas juventud, de Ernesto Lecuona, cerró el bloque español-cubano con sabor a zarzuela criolla. Lecuona, dijo el cantante, murió en Tenerife, tierra de su propio padre, lo que tejió un hilo emocional entre Cuba, España y su historia personal.
A esto se sumaron piezas de Eduardo Sánchez de Fuentes (Corazón), Moisés Simons (Marta), y la mexicana Rival, de Agustín Lara, dedicada a un amigo mexicano presente en la sala, y con guiño a la historia local: Lara también visitó Camagüey y compuso en ella.
FINAL: UNA CANCIÓN COMPARTIDA
En la sala estaba Alicia Moral, consejera cultural de la Embajada de España en Cuba. Este concierto forma parte de la celebración del mes de la cultura española en Cuba, y ha sido coordinado por la Oficina del Historiador y la Embajada.
El cierre fue íntimo y profundamente emotivo. En medio de la penumbra, sin luces ni artificios, Llaneza, la pianista Yalim Toledo y el dúo Dalmau unieron sus voces en la canción tradicional cubana Estás en mi corazón, del repertorio sentimental de la trova. Más allá de su letra, fue una declaración coral y sincera de pertenencia, ternura y resistencia. En esa sala casi vacía, pero cargada de historia y belleza, la música tejió un momento de comunión. Fue como si, por un instante, el arte devolviera algo de calor y sentido a una ciudad golpeada por los apagones y el desánimo. No hubo ovaciones multitudinarias, pero sí un silencio lleno de gratitud. A veces, resistir también es cantar.
Por Yanetsy León González/Adelante