Lisandra Gómez de la Torre: danzar, crear y desafiar el tiempo
No era el plan. El sueño era estrenar en el teatro, con toda la magia de las luces, la tramoya y el telón. Pero por segundo año consecutivo, el Ballet Contemporáneo de Camagüey tuvo que resignarse a celebrar su aniversario lejos del escenario ideal. Sin embargo, no se rindió: readecuó la sede, cerró las puertas que dan al balcón, colocó luces y construyó, con lo que tenía, la ilusión del teatro. Y fue hermoso.
Verlos bailar tan cerca, casi respirando encima del público, notar el sudor, el esfuerzo en cada cargada, la intensidad que no menguó ni con el calor… hacía inevitable preguntarse: ¿cómo logran sostener esa energía, ese ritmo, ese nivel de entrega? Y quizá la clave está en ella, en Lisandra. La maestra. La directora. La que transforma la carencia en arte, el obstáculo en posibilidad.
Esta vez, además, la celebración tenía un sentido más profundo: ella regresaba a escena después de dos años, como bailarina, para despedirse del escenario. A sus 39 años, con dos hijos y una compañía a cuestas, decidió regalarse ese último baile —junto a su pareja artística y de vida, Jesús Arias— como un gesto de amor propio, de amor a la danza y a su historia compartida.
Y eso fue lo que vivimos el 24 de mayo en la función única por el aniversario 23 del Ballet Contemporáneo de Camagüey: un homenaje a la persistencia, un testimonio de entrega, madurez y renovación protagonizado por Lisandra, alma visible de un arte que ha sido su casa, su espejo y su causa.
Varias instituciones del territorio llevaron reconocimientos para ella por sus 20 años de vida artística, entre estos la Distinción Raúl Gómez García, del Sindicato de la Cultura. Fue un momento de gratitud compartida. Y así lo mostró también la función al incluir al Ballet de Camagüey y al Ballet Folklórico, dos agrupaciones que, desde estéticas distintas se sumaron a la fiesta íntima del Contemporáneo, como parte de un tejido común que sostiene las artes escénicas de esta ciudad.
VOLVER A BAILAR
Lisandra no tenía planeado volver a bailar. Lo había decidido por ética, por respeto a la imagen escénica que el público conservaba de ella. Pero como ha confesado al periódico Adelante: “Llegados los 20 años de vida artística, yo tenía que darme ese regalo”. Bailar a los 39, después de un segundo embarazo tardío y una maternidad plena, es un acto de voluntad y amor propio. Un acto profundamente artístico.
Entonces decidió interpretar con Jesús un fragmento de “El sitio”, obra de Osnel Delgado creada para ambos antes de la pandemia. Por tanto, Lisandra emerge como una mujer profundamente humana: madre, directora, coreógrafa, pareja, luchadora con su cuerpo y sus límites, y aun así —o quizá por eso mismo— más grande que nunca.
“No importa si la condición física está como estuvo en algún momento… lo que importa es que yo me pueda entregar con Jesús… y que lo podamos disfrutar juntos con el público camagüeyano”, dijo, con la convicción de quien ha hecho de su cuerpo un lenguaje y no una prisión.
El regreso a escena, le añade aún más capas de significado a lo que ya de por sí es un momento simbólico. Bailar no “a pesar de” sino “desde” su cuerpo actual, su madurez, sus batallas personales, es un gesto poético y profundamente político, como también ha contado al resaltar la proyección de la maestra y bailarina Liliam Padrón.
LA COREÓGRAFA Y SU LINAJE
Pero más allá de la emoción del regreso, Lisandra también se reafirmó como una coreógrafa en evolución. La estructura del programa también muestra una narrativa muy cuidada: desde la apertura con “Giro” —dura, sensible, comprometida—, pasando por “Enredados”, más luminosa y colectiva, hasta llegar a “Fredoom”, que parece ser una suerte de manifiesto estético y ético sobre la libertad. Es como si cada pieza mostrara un aspecto distinto de Lisandra: la que siente, la que guía, la que arriesga, la que transforma.
Además, su capacidad como coreógrafa —esa “impredecibilidad” que, sin embargo, siempre lleva el sello de la valentía— es muy revelador. No es fácil encontrar artistas que, tras décadas en escena, sigan reinventándose sin perder la honestidad.
“Para mí como coreógrafa es muy importante no repetirme”, afirma. “Fredoom”,una colaboración coreográfica con Jesús, es una obra que renuncia a los rostros visibles para concentrarse en la potencia del movimiento. Inspirada en una una escultura homónima de de Zenos Frudakis, los cuerpos danzan con máscaras, borrando identidades y géneros, en una metáfora de lo universal.
“Lo que queríamos transmitir era eso: la libertad de cada ser atrapado en cualquier forma de prisión”, explicó Lisandra. “Por eso la elección de dos hombres y dos mujeres, con vestuarios tan ceñidos que revelan lo esencial del cuerpo en movimiento”.
A diferencia de “Enredados”, donde el cuerpo de baile se mantiene unido, casi como en una celebración perpetua, “Fredoom” es introspectiva y demandante. Exige una interpretación profunda, y un control técnico mayor.
Refleja el deseo de Lisandra de traspasar sus propios límites, y también los de su elenco: joven, cambiante, pero con potencial. “Cuando los miro, veo errores momentáneos, sí, pero también veo el futuro”, confiesa.
Es importante resaltar que en medio del calor sofocante que impone el mayo camagüeyano —intensificado allí por la falta de ventilación por el teatro improvisado— hubo una figura que sostuvo, como columna vertebral, el pulso de casi toda la función: Diannys González. Primera bailarina, sí, pero sobre todo intérprete feroz, de esas que respiran con la obra y no se permiten flaquear.
Junto a Dennis Lennier Pérez, protagonizó buena parte del programa con una presencia escénica incuestionable. Y cuando llegó “Freedom”, el estreno más exigente, Diannys volvió al centro, esta vez acompañada por Gabriela Rodríguez, Juan Miguel Carmenates y Emmanuel Rodríguez, para enfrentarse al reto de bailar con el rostro cubierto, con el cuerpo casi sin pausa, sosteniendo una obra intensa tanto física como emocionalmente. Nunca perdió el aliento. Ni siquiera cuando el entorno parecía querer apagar la escena: ella la mantuvo viva, ardiente, sin margen para el cansancio.
EL ARTE COMO LEGADO
Formada en la academia de ballet clásico, pero consagrada en la danza contemporánea, Lisandra no ha abandonado nunca ese linaje. “El ballet repara mi cuerpo”, dice. “No puedo tomar una clase de contemporáneo sin que me duela una rodilla, pero el ballet está en la fibra de mi cuerpo”. Esa doble raíz —rigurosa y libre— marca su sello como creadora.
En diálogo con Adelante, Lisandra reflexiona también sobre su rol como directora, maestra y transmisora. Reconoce las dificultades de crear con recursos limitados, con bailarines en formación constante, y sin perder la visión artística: “El artista tiene que ser como la plastilina: moldearse, adecuarse a los tiempos, pero no renunciar a tener algo que decir”.
Y es ahí donde su visión cobra fuerza: porque no solo está haciendo coreografías, está formando una escuela. Lo ha dicho sin arrogancia, pero con convicción: no se siente frustrada por depender de otros cuerpos, sino comprometida a canalizar su crecimiento. “Me gusta más decir que soy amante de la danza que coreógrafa”.
UNA OBRA VIVA
Lo que Lisandra ha logrado con el Ballet Contemporáneo de Camagüey es una obra autoral en expansión. Una compañía que se nutre de su historia, pero también de la juventud y del riesgo. Una plataforma que combina lo íntimo con lo colectivo, lo visceral con lo poético. Una danza que no teme al tiempo, ni al cuerpo, ni a la memoria.
Y por eso su despedida como intérprete no fue un adiós melancólico. Fue una celebración. Una reafirmación de que la danza no termina cuando cesa el giro, sino cuando deja de haber algo que decir con el cuerpo.
Por Yanetsy León González/Adelante
Fotos: Leandro Pérez Pérez/Adelante