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jueves, marzo 28, 2024

Entrevista a Ileana Sánchez Hing: El ojo y la bala

Ileana Sánchez Hing prefiere calificar su vida como un café amargo y fuerte. Con ese sabor tituló la reciente exposición personal, todavía disponible en la galería Amalia. La famosa pintora de gatos y negritos es una mujer que lucha contra el desamor y la soledad.

En los ‘90 ayudó a cuidar niños huérfanos de países árabes en la Fundación Natzaret, cuando por una beca vivió en Palma de Mallorca. En Barcelona ambientó habitaciones de pacientes con Sida.

También es conocido su culto al pop art. Sabemos de los inicios en los campamentos de monitores de Educación Artística y de la labor como instructora de arte. Sin embargo, de la paleta de colores de su vida se ha visto poco. Adelante Digital propone celebrarle los 46 años de trayectoria con las emociones y los matices de su casa.

“Mi familia es disfuncional. Sufrí violencia cuando niña. Intentaron hacer bullying conmigo. Defendía a mis compañeros. Me escapaba de la escuela, no aprendí a leer bien ni las reglas ortográficas. Me convertí en una niña mala”, cuenta en el comedor de su casa, un espacio lleno de objetos raros.

—¿Cómo la escuela manejaba tu caso?

—Era la china mala del aula. Me castigaban todos los días, lo mismo repitiendo palabras en una libreta, que detrás de una puerta mirando a la pared o apoyando las rodillas sobre granos de maíz. Veía el atardecer en mi escuela de La Vigía, se llamaba María Montejo Tan, luego Jesús Suárez Gayol.

Aquella niña cambiaba la merienda de jugos y galleticas por los platanitos verdines de Norma y Ana Esther. Desde el principio, sus rebeldías tuvieron causa justa: “Soy amiga de momentos difíciles y de apoyar”.

En la juventud andaba en el grupo de malmirados de la Brigada Hermanos Saíz. A veces lograban entrar a un lugar de cortinas de pana negra, alfombra roja y butacas de madera. Era la salita de teatro de la Casa de Cultura donde hoy está El Colonial. Al frente comían pizzas por un peso y veinte centavos.

“Mi generación fue muy interesante. Soy feliz de decir mi edad, de cumplir 62 años. Pienso que no he terminado la juventud, además, me gusta estar con los jóvenes”, acota a punto de un sorbo de café servido por su esposo Joel Jover en la predilecta taza color anaranjado iridiscente sobre opalina.

“Joel es mi roca, mi puntal. Aparentemente soy fuerte, pero cualquier cosa me puede derrumbar, y es el único capaz de levantarme con la mirada. Esto no es banalidad ni guanajería. Fue mi primer profesor. Me llevó duro al extremo de romper mis dibujos. Hoy puedo dibujar mejor que Joel Jover. Le debo mi obra e imagino que él también un poco a mi apoyo”, enfatiza.

—Una vez me dijo que soñaba con abrir la ventana y ver el mar, ¿tienes algún sueño medio imposible?

—No sueño con el mar porque nací aquí, además no sé nadar. A mí me hace falta Camagüey. Solo deseo que cuando yo no esté, en mi ciudad las personas puedan disfrutar nuestras colecciones. Pasamos de las 7 000 piezas. Por eso estuvimos en la candidatura al Premio Nacional de Conservación de Patrimonio.

Desde la mesa se ven los tinajones del patio y adentro la mirada salta con la curiosidad por la travesía de cada objeto. Se siente el paso de habitantes de otro tiempo. La casa fue hecha por el padre de Carmen Zayas-Bazán, la esposa de José Martí. Bajo ese techo atesoran pertenencias de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, como el regalo de bodas, un tigre de alabastro restaurado por Ileana. Apareció en La Habana roto en tres pedazos en un saco.

“Mi casa está en guías turísticas del mundo. El único problema de eso es cuando las personas entran sin pedir permiso. Tenemos la segunda variante de visitas a nuestros talleres. Empezaré una vez a la semana o dos o tres veces al mes con mi estudio abierto. Quien quiera podrá ir a pintar conmigo”, anuncia.

—Me encanta el nombre de tu taller: El gato azul, ¿cómo se te ocurrió?

—Si supieras… La modelo se llamaba Paula. Estaba pintando en la escuela primaria Marta Abreu. Quise ambientar un aula de preescolar. La maestra se sentó al final, y casi convulsiona al verme dando ese color. Me tocó en el hombro con un cartabón de madera: “¿y quién te ha dicho que puedo tener en el aula un gato azul?”. En la mentalidad de un niño hay gatos de todos los colores que ellos sean capaces de imaginar. De ahí salió mi capricho.

La violencia sale otra vez porque está en el centro de las denuncias como artista. En febrero de 2020 en la galería República 289 inauguró Todos somos iguales, una muestra aterradora. Sobre sábanas pintó en cuadros enormes el drama de víctimas de la guerra, del hambre, el racismo y la transfobia.

“Esas piezas me deprimieron muchísimo. Hice la serie con mi madre enferma de Alzheimer, yo con un tratamiento siquiátrico, mi marido igual. Ya tengo dos guías espirituales: Andy Warhol, mi fetiche, y la doctora Caridad Brizuela, quien me atendió los lunes mientras pinté. Era necesario que me marcara a mí para llegar con la imagen al espectador. Los artistas somos cronistas de nuestra época. Una manera de salvar es querernos los unos a los otros”, insiste.

—Eres seguida en las redes sociales, ¿fuera de esa vida pública cómo pasan las horas para ti?

—Me gusta comunicarme. Desde que estoy dibujando empiezo a subir imágenes, a veces hago monerías delante de los cuadros, me río y no dejo de oír radio. Trabajo con Cadena Agramonte. Además, cubrimos la soledad con el afecto de nuestras perritas.

En los nombres de las chihuahuas hay códigos personales. Kim-Ki delata la admiración por el cineasta coreano. Yoko apareció cuando Jover preparaba la serie de ocho Lennon. Maki fija su gusto por una comida japonesa a base de arroz y pescado crudo. Bell es campana en inglés y ella es la alegría. Luego menciona cada mascota que la ha hecho feliz.

—¿Cuánto de cierto hay en que donde Ileana pone el ojo llega la bala?

—Sí, yo sé tirar bien. Fíjate, tengo de los pocos muestrarios de balística en poder de un particular. Es una pieza muy antigua con los calibres de las balas, las dimensiones del casquillo, el grosor de la pólvora, la dimensión del agujero cuando se dispara la bala. En Educación Física escogí un área especial de tiro deportivo… No obstante, yo me quedo con la pintura.

Por Yanetsy León González